Federico Vite
Septiembre 20, 2016
Arthur Schnitzler es el egregio autor de Apuesta al amanecer (Traducción Miguel Sáenz. Acantilado, España, 2007, 148 páginas), uno de entre muchos otros títulos que han dejado una honda huella en el continente literario. Basta citar El regreso de Casanova (Casanovas Heimfahrt, 1917), La señorita Else (Fräulein Else, 1924), Relato soñado (Traumnovelle, 1926), Teresa: crónica de la vida de una mujer (Therese. Chronik eines Frauenlebens, 1928) y Huida a las tinieblas (Flucht in die Finsternis, 1931) para tener en la mente al brillante Schnitzler.
Llama la atención de esta novela breve la frescura con la que fue escrita (se publicó en 1926 y se reeditó en 1927). A pesar de los años, el motor, la prosa esencialmente, camina a la perfección. Sin adornos, sin lastres, sin amaneramientos clasistas, sin amaneramientos literarios, Schnitzler nos da cuenta de la vocación suicida del alférez Wilhelm Kasda, quien recibe la visita de un ex teniente, deshonrosamente separado del servicio por una historia de juego.
La novela arranca con brío, sugiere la premura de las acciones. El ex teniente se encuentra en una situación difícil a causa de una inminente inspección contable, en la que sin duda alguna aparecerá como un ratero, pues sustrajo una parte de las ganancias del día para cubrir un imprevisto. El ex militar teme que descubran su desfalco y lo metan preso por ese hecho. Solicita ayuda a Kasda. El alférez no tiene mucho dinero, pero decide jugar toda su fortuna en las cartas, la intención es conseguir el dinero que debe el ex militar y así salvar a su amigo de otra deshonra. Gana. Pierde. Gana. Pero una inesperada jugarreta del destino, como suelen ser esas casualidades vitales, cambia la ruta de las acciones. Kasda pierde el tren y regresa, sin desearlo, a la mesa de juego. Quien conozca El jugador, de Fiódor Mijáilovich Dostoyevski, tendrá en mente la tensión que genera el relato de Schnitzler al mostrar las crestas y valles de un ludópata, porque el vienés aprendió del ruso ese paisaje.
La novela ofrece una visión panorámica de los usos y costumbres de esa época, de la importancia del honor, de la noción de la masculinidad que prevalecía en esa época. Más que las concesiones entre hombres (el contubernio para los vicios, las mujeres y la desfachatez), destaca el hecho de la palabra empeñada. Si se prometió algo, básicamente es porque se hará, sin falla ni modificación alguna, se hará. Más que una limitante o un estilete que podría fungir como eje decorativo del relato, la palabra empeñada da perfecta forma y fondo a la sicología del alférez Kasda; sobre todo cuando el personaje tiene que humillarse y rogar; pide un poco de tiempo para cubrir su adeudo. Ofrece uno que otro favor a cambio de dinero, sobre todo, favores amatorios con damiselas otoñales y de alto copete.
Schintzler es temible. Retrata con amargura la vida de la burguesía vienesa, las debilidades, los errores trágicos. Pero más que un regodeo melodramático por la pérdida del honor, el autor nos ofrece un retrato cómico que para desventura del protagonista no culmina con humor.
Cada hecho, cada personaje y cada escenario están dispuestos en la historia para que la trama corra sin escollos ni cortinas de humo que no afianzan los hechos del relato. Kasda y el ex militar son los dos personajes puestos en una situación límite. Sin excesos ni paja, Schnitzler condensa la trama en tres contrapuntos: la partida del hotel, la búsqueda de dinero y el desenlace final. Todo ocurre en aproximadamente dos días. Como debe suceder en las historias memorables, hay una vuelta de tuerca en Apuesta al amanecer que evita el melodrama y deja como una casualidad (sabiendo que no hay casualidades) el cierre de la historia.
Cuando el lector piensa en retrospectiva los hechos que llevaron al alférez Kasda al hundimiento comprende que la intención de Schnitzler era justamente arrinconar a ese personaje en una orilla de la desgracia. Es jocoso pensar que un ludópata pueda ser salvado por otro ludópata, sólo Schnitzler atribuyó la credibilidad del héroe a Kasda, pero con la intención de irlo despojando de sus virtudes, incluso de las sexuales.
El autor retrata la caída, ansiosa y vital, de un ludópata en espirales descendentes hacia el vicio, un hecho que se lee como la investidura sagrada del fracaso.
Schnitzler estudió y ejerció la medicina, concretamente la siquiatría; desde muy joven comenzó a escribir. Sigmund Freud lo consideró su “doble literario” porque sus textos indagan las motivaciones y los comportamientos humanos relacionados con el erotismo. Schnitzler también se obsesionó con la vejez y con la muerte, pero eso es otra historia. Que tengan un ludópata martes.