EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La Cañita

Andrés Juárez

Mayo 25, 2019

Qué nos importó la contingencia ambiental y la sobrecarga de partículas 2.5, de ésas que se almacenan en los alveolos impidiendo la correcta llegada de oxígeno a la sangre. Para Francisco y yo, lo importante fue celebrar el Día contra la Homofobia en Ciudad de México. Dejamos el aire puro del bosque –es un decir, porque estábamos rodeados de incendios forestales–, para acudir a la reapertura de un lugar que simboliza la resistencia, en el sentido más amplio de la palabra.
De día marisquería y de noche tugurio, La Cañita se define también como cantina, centro cultural, pista de baile. Llegamos a la calle Doctor Andrade, oscura y solitaria, rodeada de condominios y vecindades, con ese aire propio de la colonia Doctores: espacios para amplios tiraderos de autos y caminos de tranvías. En el número 24, La Cañita –puesto el nombre por una de sus propietarias, de origen español, que en mexicano sería algo así como “la copita” o “el vasito”– era el único lugar con fiesta, a pesar de su toldo en ruinas, quemado, o quizás a propósito, cual cicatriz del reciente ataque homofóbico del que fue objeto.
Adentro una barra larga escupía cervezas y mezcales. La banda en la pista de baile estaba compuesta por todas y todos aquellos que resisten y que creen que aún con la hostilidad del mundo se puede seguir existiendo. Gente que resiste al capital, con ropa barata y combinada de las maneras más estrambóticas posibles, fuera de todo canon de la moda. Gente que resiste a los roles de género impuestos por el patriarcado: hombres con maquillaje y arracadas imposibles; hombres de barba y con vestido estilo años cincuenta con flores y olanes; mujeres en onda motociclista, y tatuajes muchos tatuajes. Gente que resiste a la ausencia de oportunidades para florecer sin crecimiento: personas dedicadas a pintar, a ilustrar, a escribir, a sobrevivir en un mundo voraz que nos impone consumir y producir como mantra de vida. Los hermosos y malditos consumidores fallidos.
La DJ Guagüis, creadora de conceptos como Las Ultrasónicas y ahora La Cañita, puso a saltar a todos con himnos como We are the champions para gritarle al mundo que por resistentes son invencibles, y I will survive para gritar que pese al odio y por el amor sobreviviremos. Tres hombres se daban un beso en las bocas entre ellos, mientras el resto de inadaptados –a Dios gracias– saltaban con las manos en alto porque tengo toda mi vida por vivir y tengo todo mi amor para dar… I will survive… Complácenos, Guagüis.
Diana, la otra creadora de La Cañita, saltaba detrás de la barra. Repartía cervezas a diestra pero sobre todo a siniestra. Recordé que hace apenas unas semanas leía un ensayo escrito por ella en el libro Tsunami (Sexto Piso, 2018) titulado Medalla o estigma, en el que diserta sobre cómo las huellas de la violencia son llevadas de manera distinta por hombres y por mujeres. Para los primeros es una medalla de guerra, mientras que para las segundas es un estigma que debe esconderse, negarse, padecerse en silencio, a solas, con miedo a ser reconocido. Diana se rebelaba diciendo que luego de haber padecido un asalto a mano armada, y haber recibido un navajazo en una pierna por oponer madrazos y resistencia, exhibe su herida como trofeo de guerra. En algún momento Diana se detiene y se pregunta si una mala racha de eventos desafortunados, como la muerte de un amigo o ese asalto, serían un castigo divino por haber rechazado un escapulario de la virgen de Juquila. A punto de botar el libro, me vuelve a atrapar cuando dice que se resiste a creer en castigos divinos. La violencia es resultado de un sistema que oprime a las mujeres, pero sobre todo a las mujeres lesbianas y peor aún a las mujeres que “parecen hombres” (muchas veces me gritaron en la calle, cuenta Diana, “putito, vámonos al hotel”).
Cuando Diana escribió ese ensayo no se imaginaba la desgracia que la opresión patriarcal aún le tenía preparada. Hace unas semanas, invitaban a comer a algunos vecinos y unos de ellos, creo que un ex convicto, comenzó a acosarlas. Primero exigiendo más bebidas y después, sexualmente. Terminó provocando un zafarrancho y un incendio en La Cañita. El lugar estuvo cerrado por semanas. Las dueñas pudieron haber dejado todo y buscar otro local más “amable” con la diversidad sexual. Pero eligieron resistir. Levantarse, dar la cara y volver a abrir. Para decirle a todos los azorados vecinos que pasaban esa noche y que pasarán todos los días frente a ellas que el odio mata, pero mientras tanto sobrevivimos.
En algún momento me acerqué a Diana y la felicité por su ensayo. Ella juntó las manos como para elevar una oración e hizo una pequeña reverencia de agradecimiento. Nos dimos un beso solidario, porque a eso había ido, a hacer bulto, a poner la cara junto a las de ellas, a decir que entre todos nos salvaremos. Ella usaba un pantalón muy corto. Elástica, subió un pie a la barra y sin decir palabra me enseño, orgullosa, la cicatriz del navajazo: su medalla de una batalla ganada.

La caminera

A pesar de los avances que se han dado en el reconocimiento de los derechos LGBTI, las diversas manifestaciones de violencia ejercida en contra de esta población han aumentado. Parece que entre más visibles son, más se les condena, más se les odia. En el último sexenio se cometieron 473 crímenes de odio (Letra S).