EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La chilena / 1

Anituy Rebolledo Ayerdi

Septiembre 05, 2019

 

Llegó por el mar

Para conocer la historia de la chilena platicamos con Miguel Arizmendi Herrera, miembro de la familia musical de Ejido Nuevo, músico él mismo a la vez que estudioso investigador del folclor de la entidad. Y sin más abrimos la plática con la pregunta necesaria para entender el meollo del asunto, que dijera su hermano Hugo.
–La chilena, ¿de dónde viene, cómo nos llega?
–Se ha dicho desde siempre que la chilena proviene de Chile y que en su tránsito por Perú, a mediados del siglo XIX, fue denominada “cueca”, “zamacueca” y más tarde “marinera”. Un ritmo que aparenta el cortejo del gallo a la gallina, donde sus plumas son representadas por los pañuelos de los bailarines.
La chilena habría llegado por vía marítima al actual territorio de Guerrero y sus primero contactos habrían sido Acapulco y pueblos costachiquenses como Huatulco y Minizo. Soldados chilenos desembarcados en esos puntos, habitados por afrodescendientes, habrían tenido la paciencia de enseñarles el ritmo, cómo tocarlo y cómo bailarlo. La dotación musical de la época, según algunas ilustraciones, consistía en el arpa “cacheteada” y las bandurrias o mandolinas.
–¿Se ha escrito en Guerrero algo sobre el tema?
–¡Por supuesto! Está, por ejemplo, el libro del maestro Moisés Ochoa Campos titulado La chilena guerrerense, de 140 páginas, editado en 1986 por el Instituto Guerrerense de la Cultura. Lo prologa el doctor Thomas Stanford, musicólogo y profesor de la UNAM, quien no tiene empacho en hacer al texto algunos desmentidos y precisiones.
Narra Ochoa Campos que, corriendo el año de 1822, arriba a este puerto una fragata chilena para una estancia de dos meses. Lo confirma el historiador chileno Carlos López Urrutia en su libro La Escuela Chilena en México, donde narra cómo aquellos marinos enseñaron a los acapulqueños a cantar y a bailar la cueca. Fue esta enseñanza, por curioso que parezca, la única huella dejada por aquella misión, advierte Ochoa Campos. Tanto que hoy mismo en Guerrero se canta y se baila ese ritmo como propio, pero con el nombre de chilena.
Otras menciones sobre el tema las hacen el historiador Epigmenio López Barroso y el cronista acapulqueño José López Victoria, quien cita que el ritmo se ejecutaba por dotaciones musicales integradas por arpa, jarana, guitarra y en algunos casos violín.
–¿Cueca es clueca?
–¡Exactamente! Se dice que el nombre de este ritmo chileno significa “caliente”, refiriéndose a la temperatura de la gallina al empollar (“culeca”, dice nuestra gente).
Bien hemos comentado que tal baile identifica el cortejo de la gallina por el gallo. Una danza con antecedentes negros originada en Perú con el nombre de “zama” o “zamba”, cuyo nombre original es “zambó”, o “baile” en lengua africana “bantú”. “Zamba” o “zama cueca” en su tránsito entre Perú, Chile y Argentina.
–¿Y todo termina allí?
–¡No, qué va! Existe una segunda posición que habla de que estos sones provienen de España. Para el profesor Francisco Vidal, del Instituto Guerrerense de la Cultura, la octabilización de las letras así lo dictan, además de justificarlo su ritmo de 6/8. Asegura Vidal que la chilena es un son y que los sones provienen de España, mismos que, fundidos con la cueca a partir del siglo XVII, darían como resultado la chilena.
Recuerda Arizmendi que otro distinguido maestro que aborda el ritmo que nos ocupa es el maestro Baltazar Antonio Velasco. Lo hace en su libro Un son mexicano llamado chilena, de 2015. Asume las referencias bibliográficas del doctor Ochoa Campos y comulga con la versión de que la chilena habría entrado a Guerrero por Minizo, cerca de Pinotepa Nacional y Huatulco, colindante con nuestra Costa Chica. Refuerza su dicho con la descripción del profesor Amado del Valle, en 1877, de un fandango celebrado en una localidad afrodescendiente, cuya música va acompañada de versos llenos de picardía. Esto, para el historiador oaxaqueño Manuel Martínez Gracida, se trataría más bien de otro ritmo: el “son de artesa”.
Este son, como se sabe, se baila sobre una artesa de madera que sirve para amasar el pan, conocida también como canoa por su forma rectangular. Los ejecutantes bailan descalzos, sin el uso de pañuelos, además de ser diferentes los acentos musicales. Cosa muy distinta a cómo se baila la chilena.
En su libro San Miguel Sola, su historia del siglo X al XX , el licenciado Jesús Martínez Vigil narra que un militar chileno combatiendo en las fuerzas mexicanas de Porfirio Díaz, regresa a su país al triunfo de la República y allá asume la dirección de un barco pesquero chileno. Que en un primer viaje a México atraca en una población llamada Minizo y que al estar cerca de una población llamada Sola de Vega aprovecha para enseñar a los pinotepenses el baile de la chilena. La arriería logrará una primera gran expansión del ritmo en suelo guerrerense.
–¿Tu punto de vista, Miguel?
–Al describir la razón por lo que este ritmo adquiere el nombre de chilena, el profesor Baltazar Antonio Velazco comienza por nombrar chilena negra a lo que se conoce desde hace tiempo como son de artesa, que lo único que tienen en común es la territorialidad. Me parece por ello una falta de conocimiento y sensibilidad de quienes así afirman. Este son se musicaliza diferente, se baila diferente, en otro espacio, por lo que me parece un completo desatino del autor cuando afirma que toda la música de la región debe llamarse chilena, diferenciándola además entre “chilena negra”, “chilena mestiza” y “chilena indígena”. ¡Vaya desatino!
Teniendo una riqueza extraordinaria en musicalidad, acentos y movimientos el baile, se complementan en forma diferente. Por lo demás, llamar artesa negroide al son originario de Cruz Grande suena incluso despectivo. Es pues no querer admitir que en esta hermosa extensión territorial se ha dado el nacimiento de otro son mexicano. Un ritmo que la población lo ha conservado como un auténtico son costachiquense. Un extraordinario hito musical.
No aceptar este hecho es pretender menospreciarlo, tal como lo hace en una actitud enfermiza el profesor Velazco llamándolo genéricamente chilena. Los sones de artesa de San Nicolás y de Cruz Grande son entre ellos musicalmente diferentes, lo mismo que con el ritmo del son de la mal llamada “chilena negra”. Insisto en que son acontecimientos totalmente distintos que merecerían el respeto y la admiración de propios y extraños. Lo que se llama chilena hasta la fecha tiene, frente a todos los ritmos mencionados, su propia musicalidad, su propia acentuación rítmica y diferente interpretación.

Series de Fourier

Hay en matemáticas un artificio que se llama Series de Fourier cuyo resultado es un conjunto de ecuaciones compuesta por varias partes seccionales.Una se llama amplitud o parte predominante mientras que las otras son las armónicas, pequeñas aportaciones o particularidades que diferencian entre lo analizado o lo que se pretende descubrir. En este artificio matemático cabe, entre otras cosas, en casi todo lo que puede llamar análisis de frecuencias y se aplica tanto en arquitectura como en toda la física. Aplicado en la música es como se definieron las armonías o pequeñas grandes diferencias entre instrumentos y demás.
Pienso yo que cuando algo está en armonía es cuando ese algo nos llena, nos satisface, nos queda, pues. Puede ser un paisaje, un edificio, una pieza musical, una pieza de baile e incluso un rico platillo. Es así como, creo yo, nacieron los sones de las diferentes regiones, adaptados a cada entorno, armonizados. Son diferentes en todos sentidos y si hay algo común entre ellos es porque así es el gusto; no por ser mexicanos, europeos o africanos. Cada quien su entorno, su manera de ver y sentir la vida. Los climas de todos esos países son completamente distintos, de ahí la variedad de sentimientos al interpretar sus tradiciones. México también tiene lo suyo. No entiendo por ello la necesidad de llamarle a nuestra música de otra manera que no sea la que nos identifique con ella. Eso es todo.
El profesor Baltazar Velazco asegura que en Acapulco ya casi no se toca la chilena pero no dice la verdad, porque si en algún lugar se ha difundido la chilena es precisamente en esta ciudad, la región más populosa y cosmopolita de ambas costas. Aquí han llegado migrantes de todo el mundo para ofrecer sus servicios , talentos y sones, siendo aquí donde más se tocan y bailan. No cabe duda que crece el desconocimiento, o como dije, el protagonismo.
Desde siempre, cuando Acapulco era el polo turístico más importantes del país, se ha tocado y bailado la chilena. Basta decir que aquí surgieron a la fama grandes compositores como Álvaro Carrillo y José Agustín Ramírez, entre otros muchos. No es casual la existencia en el centro de Acapulco de un barrio llamado La Guinea, habitado por costachiquenses que siguen siendo fieles a sus tradiciones. Allí mi padre encontró a Doña Noy, pinotepense afrodescendiente, mi madre.
Todos los sones y muchas otras costumbres podrían aceptar que tienen sus orígenes en el encuentro con todas las culturas del mundo y que por ello hay pocos países originales y uno de ellos en muchos aspectos es sin duda México

El son de tarima

Pero volviendo a la chilena y poniendo un ejemplo de coincidencia más reciente, musicalmente hablando, tenemos un son creado en Tixtla, en la región Centro de Guerrero. Una variante musical llevada a esta ciudad a partir de la región de Cruz Grande, por la arriería y las peregrinaciones religiosas. Ellos, los tixtlecos, dueños de grandes talentos musicales, han logrado hacer sus propios sones siendo, según creo yo, la comunidad creadora del mayor número de ellos. También es Tixtla la ciudad en la que han surgido el mayor número de grupos musicales, muchos de los cuales han trascendido las fronteras mexicanas. Grupos que nunca la han llamado a la “chilena negroide”, jamás, sino más bien son de tarima. Un nombre propio con acentos y tonalidades exclusivas. (Continuará).