Adán Ramírez Serret
Mayo 02, 2020
La semana pasada me referí a algunos libros escritos durante tiempos coyunturales; en momentos extremos cuando las vidas de millones de personas cambian de manera radical y sus historias nunca fueron las mismas. Novelas, todas, menos Job, completamente realistas que parecen ficciones que describen un mundo extraído de una potente y descabellada imaginación.
Ahora me gustaría escribir sobre lo contrario: libros instalados en el extremo opuesto, por decirlo de una forma. Obras de ciencia ficción pura, que hoy no lo parecen tanto; aunque, por fortuna, aún no es tan extrema nuestra realidad. Novelas que la potencia del presente ha convertido en realistas.
Pienso en específico en dos relatos deslumbrantes separados por cien años de diferencia, La peste escarlata y La carretera; obras de dos escritores estadunidenses paradigmáticos. De Jack London (1876-1916) la primera; y de Cormac McCarthy (1933) la segunda.
La peste escarlata, escrita en 1912 antes de las guerras mundiales y de la Recesión de Estados Unidos, es una novela completamente adelantada a su tiempo. Cuenta la historia de tres jóvenes y un anciano que erran por la costa. Caminan por la playa sorteando osos y lobos, comiendo cangrejos y mejillones.
Conforme avanza el relato, el anciano les va contando la historia de esas ruinas en donde se adivinan los restos de una ciudad. Los niños son un tanto salvajes, hablan un inglés muy básico, nunca fueron a la escuela y no saben nada del mundo más que sobrevivir. Poco a poco, nos vamos enterando que están en el año 2050 y que la civilización se acabó hace más de treinta años.
Todo comenzó en el 2012 –sí, igual que los mayas–, cuando una terrible peste atacó a la humanidad. La enfermedad consistía en que de un momento a otro, la cara del enfermo comenzaba a ponerse roja, y a partir de allí, en un par de horas, perdía la vida.
Jack London resulta un visionario en cuanto a cómo imaginó que sería el mundo en el 2012 desde 1912. Afortunada-mente, nuestro coronavirus parece ser –¡esperemos!– mucho menos agresivo que la peste escarlata. Este relato de London es una profunda reflexión sobre el mundo moderno utilizando los privilegios de la ficción para vislumbrar una sociedad en un momento extremo, y sopesar los actos, antes que sea demasiado tarde.
Por su parte, La carretera, de Cromac McCarthy, escrita en 2006, es un relato melancólico y escalofriante de un mundo decadente en el cual un hombre y un niño van hacia el sur, en busca de un mejor clima.
Avanzan, precisamente, por una carretera. El último vestigio que permanece útil de toda una civilización. Hace mucho frío, una gran cantidad de árboles están muertos y casi no hay ningún animal, ni una ave. Intuimos que hubo una guerra nuclear que acabó con todo.
El hombre y el niño –quien no sabe nada del mundo y el padre le explica lo que puede–, avanzan con cuidado, pues los otros sobrevivientes son peligrosos. Escasea tanto la comida que muchos se han vuelto antropófagos.
La novela es una serie de aventuras entre atmósferas fantásticas del apocalipsis. Una búsqueda profunda de un lugar habitable. También, como el relato de London, una reflexión sobre la familia y las necesidades elementales.
Si usualmente la ficción apocalíptica sirve para reflexionar sobre nuestro mundo, ¿qué debemos hacer cuando algunas pesadillas nos han alcanzado? La respuesta a estas preguntas está en la mente de cualquiera que lea estas dos maravillosas historias.
Jack London, La peste escarlata, Buenos Aires, Zorro Rojo, 2012. 50 páginas.
Cormac McCarthy, La carretera, Ciudad de México, Debolsillo, 2016. 216 páginas.