EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La ciudad de los sin nombre

Aurelio Pelaez

Agosto 09, 2006

Tienen su espacio bien delimitado: el rincón de la plaza, o la puerta del banco en donde duermen; la esquina o el pedazo de banqueta en donde piden la limosna o simplemente están. Son los mendigos de la ciudad, “los indigentes”, cuando se trata de referirse a ellos para alguna estadística.
Cada quien tiene su historia de estos olvidados: aparecieron un día, la mayoría sin historia personal. Ya alguno recordará haberlos visto en otra época, en un pasado en el cual eran personas normales. Ya después, una decepción extrema, un accidente, o una tara nunca superada los pasó al bando de los mendigos.
Los distingue la ropa andrajosa, algunas veces superpuestas: dos camisas, dos pantalones, dos vestidos, todo a la vez y con este calor. Ya un viejo sin familia se les une a veces, levantando la mano para la limosna. Pero los viejos regresan a su casa, a algún lugar en donde reciben asilo. Los mendigos no.
Por la noche son bultos sobre una banqueta, en alguna banca del Zócalo o de la Costera, cubiertos de colchas o de periódicos. Sombras inquietas por pesadillas; voces que hablan con sus fantasmas. Por allá sus vecinos, niños y jóvenes drogadictos que andan dispersos, desapartados de las tribus de vaguillos y maleantes que por las noches se reencuentran en el Zócalo, plazas públicas o bajo los puentes. Al final, igual terminarán durmiendo bajo un cartón encontrado en un basurero y se levantarán acicateados por el estruendo de bocinas de los autos, por los rayos del sol o por algún vigilante o policía que les picará las costillas.
Por ahí andará el fantasma de Paco, un joven con Síndrome de Down que dormía en las escaleras del Kiosco y al que algunos caritativos le renovaban un cartón que cargaba a lo largo del día, algunos con frases punzantes como “ayúdeme para mis estudios”. Una noche, Paco fue tronado a patadas y su crimen no importó a nadie.
O el bolero ese que apareció a finales de los noventa y que andaba sobre patines, medio pirata por que no se pudo reponer del shock del temblor de 1985 en la Ciudad de México. Y como llegó se fue, abruptamente.
Y ahí anda aún La Pareja Ideal, él grandote y ella chiquita, quienes hará casi tres lustros decidieron unir sus manos y desde entonces es la pareja más fiel que cruza por esta plaza. ¿Y qué será de aquel moreno que parecía pescador y que se recorría la ciudad de pé a pá, y que una mañana se molestó porque moviste el periódico en el que tenía casi clavado el rostro, y luego te reclamó: “¿De eso no quieren que me entere, que sube el petróleo?”.
Alguna vez muchos de ellos tuvieron vida propia y certezas. En algún momento todas esas certezas se fueron al caño, cree uno cuando los oye tocarte la ventana del auto o llamarte desde su rincón para que te solidarices con unas monedas. “¿Te acuerdas de la ñora esa que a todos nos decía ‘primo’, la de la esquina Bernal Diaz del Castillo y Cuauhtémoc? No, pos se tropezó, se cayó y se murió”, te contaron apenas ayer. “María, María, se llamaba”, te dicen, precisando el nombre de esa silueta cotidiana.