EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La claridad es poder

Florencio Salazar

Octubre 16, 2018

Hemos asumido que la información es poder. El por qué, cómo, dónde y cuándo no sólo eran las preguntas indispensables que debería hacerse un buen reportero; también los políticos que, con el agregado del para qué y quiénes, obtenían un método para tratar de conocer el origen de las decisiones, sus motivos y causas; incluso, permitía adelantarse a los hechos para apoyarlos o frustrarlos, según el interés que revistiesen.
El proceso de los tres elementos de la comunicación (emisor, trasmisor, receptor), también se ha dislocado. El tráfico de la información a través de las redes es inimaginable. Pensemos, por un momento, lo que ha ocurrido en Facebook: en menos de un mes esta plataforma ha sido hackeada en la cuenta de 50 millones de usuarios en un primer momento y recientemente a otros 25 millones más.
La prensa ha informado del asalto tecnológico que han sufrido instituciones bancarias nacionales e internacionales, ocasionando pérdidas millonarias. Los datos personales, ahora protegidos por la ley, también han sido vulnerados. Se ha repetido el apropiamiento ilegal del padrón de electores, el cual ha sido comercializado para ofrecer servicios e igualmente ha sido manipulado con fines ilícitos como desfondar cuentas de particulares.
¿Qué significa todo esto? Giovanni Sartori describió al homo videns, sin el impulso increíble de la actual tecnología: ahora los seres humanos a través del celular trasmitimos datos, imágenes y conversaciones aun cuando la comunicación se haga entre personas físicamente próximas. En efecto, esta tecnología reúne a los distantes y distancia a los reunidos. Estamos en la época vertiginosa del homo tecno sapiens.
No hay que estigmatizar el desarrollo asombroso de la tecnología informática. Sus saldos son favorables: redes familiares, profesionales, de negocios, de alertas diversas, y la instantánea comunicación social para difundir información verdadera y objetiva sobre asuntos del máximo interés colectivo.
La parte oculta de la luna son las falsas noticias, los tristemente célebres fake news. Cualquier persona poseedora de un celular se siente con la libertad de injuriar, ofender, alarmar con hechos inexistentes o exagerados. Pareciera que el ocio, que según el proverbio es la madre de todos los vicios, ofrece alternativas a quienes no saben qué hacer con su tiempo y cómo estar satisfechos con sus vidas. Y estos vacíos se están llenando con afanes destructivos.
Lo anterior ofrece como uno de sus deleznables resultados las amenazas constantemente emitidas contra analistas y comunicadores, por parte de anónimos al servicio de los intolerantes. Si una imagen vale por mil palabras, los trinos y mensajes de WhatsApp, Twitter y FB, no cantan mal las rancheras. Basta que alguien lance un “mensaje” al espacio cibernético para que tenga un alto porcentaje de credibilidad. Absorbemos la información en forma instantánea como el café, sin analizar la veracidad y los alcances de tal información.
Ya se ha debatido si los usuarios de las redes deberían estar necesariamente identificados. En el caso de las normas de transparencia y rendición de cuentas es legítimo solicitar datos en forma anónima bajo el supuesto de impedir la represión a los usuarios. Es distinta la situación de las redes, pues si bien hay quienes hasta disfrutan haciendo pública su vida privada debe adoptarse un código de ética, de manera que los opinadores de todo lo terrenal y lo divino, como diría el ex presidente colombiano Juan Manuel Santos, pongan cara a sus dichos.
El asunto no es menor. En Estados Unidos se está investigando la posible injerencia de granjas de robots instaladas en Rusia, que al parecer influyeron en los electores para votar contra la candidatura de Hillary Clinton. Si este hecho se llegara a comprobar, Donald Trump sería un presidente ilegítimo y posiblemente depuesto. Otro tema es la justificación de información errónea, acuñada por el equipo del mismo Trump, que, como la música que llegó para quedarse, son justificados como hechos alternativos. Es decir, los nuevos sofistas tratan de imponerse a la opinión pública con razón o sin ella.
Las multitudinarias manifestaciones ciudadanas, celebradas en diversas partes del mundo, acertadamente nombradas primavera, estación sucesora del invierno, luz sobre la oscuridad de los regímenes autoritarios; pero éstos –los regímenes autoritarios– se blindan evitando el acceso de su población a las plataformas digitales. Pero la democracia, por su propia naturaleza, es incompatible con la intolerancia y por ello es asaltada desde diferentes frentes distorsionándola y exigiéndole más de lo que puede dar. Es evidente la afectación que sufre la democracia con el tráfico en las redes en sentido contrario.
La información ya no es suficiente como fuente de poder, pues es difícil distinguir lo objetivo de lo subjetivo, la falsedad de la certeza de los hechos. Cualquier cosa puede ser verdad presentada como mentira o mentira disfrazada de verdad en las pantallas portátiles. La razón ha sido substituida por la inmediatez. Comparto la reflexión de Yuval Noah Harari: “En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder” (21 lecciones para el siglo XXI).
La fatiga ciudadana por los abusos de la clase política ha retroalimentado a las redes y las redes han devuelto a la sociedad la certidumbre de que su malestar es fundado. La cuestión es la polarización, la exacerbación de los ánimos, que puede conducir a nuestro país, por su alto grado de inconformidad, a hacer buena la mala información, sometiendo al linchamiento a una empresa, a cualquier persona, comunicador, líder político o servidor público. Sólo hay que disponer de un grupo de seguidores irreflexivos o peor aún…de robots.
Tener claridad en la información es fundamental para la acertada toma de decisiones y favorecer el poder de la democracia. Pero a esa claridad, por ahora, apenas le vemos algunos destellos.