Rubén Aguilar Valenzuela
Agosto 31, 2018
En todos los medios, también en las redes sociales, se ven y oyen mensajes del presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) con motivo del sexto y último informe de gobierno. La información que se propone seguramente está validada, pero es un hecho que a nadie interesa.
El presidente termina su mandato con altos niveles de rechazo y bajos niveles de credibilidad. Es el mandatario peor evaluado desde que se realizan encuestas sistemáticas, a partir del mandato de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
Al gobierno de Peña Nieto se le ve como frívolo, ineficiente y corrupto. Es una percepción generalizada en amplios sectores de la población, que cruza todos los niveles sociales. Esos tres calificativos han estado presentes a lo largo de su gobierno.
En 2014, a partir de la tragedia del asesinato de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y de la revelación de la Casa Blanca, la imagen del presidente y su gobierno se vino a tierra y ya nunca se recuperó.
El presidente en entrevista con Denise Maerker asume que esos hechos “marcaron su mandato”. En su momento el gobierno no reconoció como crisis esos eventos y por lo mismo su respuesta fue equívoca y tardía.
A esto se añade que la estrategia de comunicación de Los Pinos fue defensiva y se propuso, era su gran objetivo, que los medios no golpearan al presidente. Él nunca arriesgó y se mantuvo siempre en la zona de confort en el marco de lo políticamente correcto.
El presidente nunca entendió a la nueva sociedad del país y tampoco hizo esfuerzos por comprenderla. A ésta, desde un principio, le pareció que su manera de hacer y de comunicar la política eran viejas y obsoletas.
El presidente privilegió la publicidad sobre la comunicación. Se gastaron 60 mil millones de pesos en pago a medios. Él nunca se preocupó por intervenir en la construcción de la agenda mediática. Dio como un hecho que sólo la publicidad resolvería todo.
Nunca concedió entrevistas y se mantuvo alejado de los medios y también de la gente. En ningún momento estuvo dipuesto a pagar los costos de la espontaneidad y el contacto directo con la población. Por eso nunca dio nota, que es la única manera de estar presente en los medios.
El presidente jamás tuvo una presencia significativa en las profundidades del territorio. Su agenda siempre privilegió los eventos en Los Pinos y en las grandes ciudades, pero no se hizo presente en el México pobre y de los pueblos indígenas.
La mala imagen del presidente y su gobierno están asociadas a la percepción de corrupción y frivolidad, pero también se explica por una mala estrategia de comunicación. A pesar de que siempre fue evidente que no funcionaba, nunca estuvo dispuesto a cambiarla. Ahora se pagan los costos de esa decisión.
Twitter: @RubenAguilar