EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La Conspiración de Aguilar Camín

Jorge Zepeda Patterson

Agosto 29, 2005


“En el juego de la vida, o del destino, la gente no llega tan lejos como augura su talento, sino como permiten sus limitaciones. Somos tan grandes como nuestros límites…” afirma Héctor Aguilar Camín en el arranque de su libro La Conspiración de la Fortuna, publicado por editorial Planeta esta semana. Es una obra que había generado grandes expectativas desde que se corrió la voz de que el conductor de televisión en Zona Abierta y ex director de Nexos, preparaba una novela sobre la presidencia de Salinas. Aguilar Camín fue un intelectual cercano al ex presidente y aunque siempre rechazó un puesto en la administración salinista, durante muchos años fue amigo personal y asesor oficioso del mandatario. Sin embargo, para frustración de muchos, La Conspiración de la Fortuna no tiene revelaciones morbosas sobre Carlos Salinas y su familia, pero si muchísimas pistas sobre la manera en que este grupo de                                   economistas llegaron y se fueron del poder.

La mayor virtud de Aguilar Camín es que es un excelente analista político. El mayor defecto de Aguilar Camín es que es un excelente analista político. Sus novelas son tan buenas como su mirada para captar y expresar la manera en que funcionan las entrañas del poder, a pesar de algunas limitaciones en materia literaria. Parafraseando al propio autor, su libro es tan grande como sus propias limitaciones como novelista. Pero sus virtudes como periodista han ensanchado esos límites.

El intelectual ha publicado ya media docena de obras de ficción, aunque sólo han tenido verdadero éxito las que hacen una radiografía de la política mexicana: Morir en el golfo (1980, que entre otras cosas trata de los entresijos de la corrupción sindical) y La guerra de Galio (1990, sobre el mundo de la prensa y el poder, y la guerra sucia de los setentas).

En cierta forma, La Conspiración de la Fortuna forma parte de esta trilogía. Si en la primera se abordan los mecanismos de control, trágicos y primitivos, del corporativismo salvaje del antiguo régimen; en la segunda se revisan los sinsabores de una apertura pre democrática llena de altibajos en los años setenta y ochenta. En esta tercera se relata el proceso de modernización impulsado desde arriba por la tecnocracia y la manera en que el narcotráfico, entre otros factores, lo ha ido carcomiendo desde abajo. En conjunto las tres constituyen el mejor retrato que se haya hecho sobre la clase política mexicana.

El libro relata el esfuerzo de Santos Rodríguez, un político singular, para llegar a la presidencia del país en dos momentos distintos. Primero en los años sesenta o principios de los setenta (las fechas no se precisan) cuando Santos constituye un modernizador entre dinosaurios, una especie de Ortiz Mena, pero es derrotado por los atavismos del país y por su propia soberbia.

Y luego, a través de su hijo, Sebastián, quien se convirtió en el cerebro del grupo de economistas que intentaron tomar la presidencia en un proyecto transexenal.

Esta es una de las dos porciones que hacen valioso al libro. En especial la descripción de la forma en que Sebastián y sus amigos, todos ellos con postgrado en el extranjero, se convierten en un equipo de asesores imprescindible para el presidente. Con nuevas técnicas de análisis, encuestas, contactos e información internacional, este grupo termina convertido en un gobierno dentro del gobierno. No desprecian el espionaje político tradicional, pero lo completan con técnicas más sofisticadas, incluso financieras, para conseguir un mapa detallado de los intereses, necesidades y talones de Aquiles de los grupos de poder en todo el país. Muy pronto este núcleo comienza a tomar posesión de subsecretarías y fideicomisos. Más tarde logran instalar a un secretario aliado en la presidencia (una especie de Miguel de la Madrid). Una vez allí, el grupo asume las posiciones de control del gabinete y se apresta a poner en marcha su plan transexenal, con Sebastián Rodríguez como punta de lanza (el personaje guarda algunas similitudes con Carlos Salinas, aunque dista de ser un reflejo fiel).

El segundo momento tiene que ver con el narcotráfico. La última parte del libro es una excelente recuperación de la guerra perdida por el estado mexicano en contra de los barones de la droga. Aunque con nombres y personalidades ficticias, el autor eslabona fielmente los principales hitos de la colombianización de los carteles en México. Hay una operación Buitre, un asesinato con tortura de un agente de la DEA, un ajusticiamiento en una discoteca, un secretario de defensa involucrado en el tráfico y un capo que recibe la cabeza de su mujer en una caja de cartón.

La lectura del libro se justifica por la descripción de esos dos grandes procesos y la manera en que entran en fatal colisión. Un verdadero tratado para entender la historia reciente de México. Gracias a esto pueden dispensarse las limitaciones que acusa la novela como tal. Los amores y odios de los Rodríguez resultan poco convincentes; los personajes carecen de profundidad, en particular las mujeres; la trama tiene huecos con personajes que aparecen y desaparecen; y los diálogos son inverosímiles (todos se expresan con frases increíblemente ingeniosas, con perlas de sabiduría y palabras para el bronce).

Y sin embargo, gracias a ello nos regala con algunos pincelazos geniales: “La política, vista de cerca, aún la política más alta, es siempre pequeña, mezquina, miope, una riña de vecindario. Sólo el tiempo da a los hechos políticos la dignidad distante, el sentido superior que es su justificación y, con suerte, grandeza. Se ha dicho que al que le gusten las salchichas y las leyes no vaya a ver cómo se hacen”. Con La Conspiración de la Fortuna Héctor Aguilar Camín nos ofrece un amplio vistazo de la cocina donde se prepara la política nacional. Enhorabuena.

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