Lorenzo Meyer
Febrero 20, 2023
Una inconformidad más de la oposición al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue motivada por la quinta visita a México del presidente cubano Miguel Díaz-Canel para ser condecorado con el Águila Azteca.
Los críticos de AMLO consideran que la distinción al presidente cubano significa un respaldo político a un régimen no democrático. Bien, esa es una visión basada en un hecho incontrovertible: que el poder político en la isla caribeña ha estado en manos del mismo grupo desde que Fidel Castro y los rebeldes cubanos del Movimiento 26 de Julio pusieron fin al gobierno de Fulgencio Batista en 1959. Sin embargo, hay otra interpretación posible y de más calado. Desde el principio los revolucionarios cubanos pusieron en marcha políticas inaceptables para Estados Unidos, la potencia que al inicio del siglo XX asumió en los hechos el dominio sobre una isla que desde 1492 había sido colonia española. Y es ese “factor americano” el que en buena medida explica la naturaleza y continuidad de la relación política de los gobiernos mexicanos frente a Cuba desde hace un par de siglos.
Desde los 1500 Cuba fue importante para lo que hoy es México pues de ahí partieron las expediciones españolas que destruyeron al imperio mexica y echaron los cimientos de la Nueva España. Cuba fue puerto y puerta obligada para el intercambio comercial entre México y la Europa de la primera globalización, además la plata mexicana ayudó a sostener la administración española de la isla y de otras posesiones.
Las turbulencias en el entorno internacional del México independiente y de la Cuba sometida a España obligaron a los gobiernos mexicanos a ver a la isla con los ojos de la seguridad nacional. Hasta 1825 Cuba sostuvo a la guarnición española en San Juan de Ulúa y de la isla partió en 1829 la expedición española que pretendió la reconquista de México. Sólo la falta de recursos impidió a México y Colombia unir sus fuerzas para echar a los españoles de Cuba.
Ya avanzado el México independiente los triunfadores en la guerra de castas de Yucatán exportaron a prisioneros mayas a Cuba en un intento por remediar la falta de mano de obra africana en la isla debido a la presión de Inglaterra contra el tráfico de esclavos. Sólo la decisión del gobierno de Benito Juárez puso fin a ese comercio entre las élites yucateca y cubana.
Fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX que Estados Unidos entró de lleno como factor determinante en la relación de México y la Cuba española. Para los gobiernos de Juárez y de Porfirio Díaz la posible independencia de la isla no era deseable porque temían que la salida de España de la zona llevaría a la entrada de un poder mayor: Estados Unidos y México quedaría entonces rodeada en el norte por su poderoso vecino y en el sur y el Golfo por países dependientes de Washington. En México la prensa propuso convencer a España de que lo prudente era ceder Cuba a México. Un razonamiento no muy distinto llevó a Porfirio Díaz a apoyar discretamente a España en su guerra con Estados Unidos y a la vez buscar una relación estrecha con Japón como potencia emergente en el Pacífico. Cuando finalmente Cuba se declaró independiente debió aceptar la “enmienda Platt” (1901) según la cual Estados Unidos tenía derecho a intervenir ¡“para la conservación de la independencia cubana”! Los temores geopolíticos de México se tornaron realidad.
En plena Guerra Fría gobiernos mexicanos sin mayores simpatías por la izquierda dieron cobijo a los rebeldes de Fidel Castro y luego rechazaron la línea de Washington de romper relaciones con La Habana y en cambio mantuvieron distancia con el anticomunismo de la OEA.
En suma, que las muestras de simpatía de AMLO con Díaz-Canel y su reiterada condena a la política de Washington de más de medio siglo de embargo contra Cuba tienen una raíz y razón que va más allá de las inocultables simpatías de la 4T mexicana por el régimen cubano. Esa raíz y razón es el “factor americano” y el esfuerzo mexicano por mantener una independencia relativa.