EL-SUR

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Guerrero, México

Opinión

HABLEMOS DE LIBROS

La Constitución de Querétaro 1916-1917; hoy hace 104 años

Julio Moguel

Diciembre 23, 2020

(Décimotercera parte)

Nota breve

En la última entrega, aparecida en estas mismas páginas el pasado viernes 18 de diciembre, veíamos cómo, en la 12ª Sesión Plenaria del Congreso realizada el 13 de diciembre de 1916, en presencia del Jefe Máximo, Luis Manuel Rojas –presidente del Congreso, como ya hemos indicado– mezclaba improperios y argumentos para tratar de parar la bola de nieve que había lanzado la Comisión de Constitución con su propuesta de redacción del artículo 3º constitucional.
Aquí seguimos la secuencia del debate abierto sobre el tema, retomando, dada su importancia, algunas de las líneas del discurso ya comentado del diputado Rojas.

I. Otras líneas del discurso del diputado Luis Manuel Rojas que vale la pena recordar

En su discurso detractor, el diputado Luis Manuel Rojas había reconocido, en el mismo sentido planteado antes por Múgica, que
“[esta era] la hora emocionante, decisiva y solemne de la lucha parlamentaria más formidable que se registrará acaso en toda la historia del Congreso Constituyente, y lo cual se deduce de la sola presencia entre nosotros del ciudadano Primer Jefe […]”
De tal forma que los dos núcleos implicados en el debate del artículo 3º constitucional sabían que en el punto educativo se jugaban el todo por el todo, por lo que no escatimarían capacidades y esfuerzos oratorios para convencer a la Asamblea de que votaran, unos a favor, otros en contra, de la propuesta que “el jacobinismo exaltado” –el término era del mismo Rojas– se había atrevido a presentar al pleno del Congreso.
Pero antes de seguir adelante conviene aquí hacerse la pregunta de si lo que Múgica y aliados habían presentado en el seno del foro constitucional era una simple apuesta aventurera, excedida en sus propósitos, echada a andar en la ruleta para ver si la suerte se inclinaba hacia su lado. La respuesta es negativa. Múgica y su grupo habían “palpado” con toda claridad el sentir de la mayoría en el Congreso. No estaban jugando entonces a la suerte.
No fue casual, por tal motivo, que el mismo Rojas expresara sus temores ante lo que se estaba perfilando claramente ante sus ojos:
“Después de cinco o seis noches de tener fija nuestra atención en tal asunto […] ha venido un momento de abatimiento, acaso de pánico en nuestras filas; porque nos formamos la idea de que no tendríamos la fuerza de convicción suficiente para poder arrastrar a las personas que no eran de nuestro criterio; porque hemos visto que la mayoría de los señores diputados de esa honorable Asamblea es partidaria de la reforma jacobina y porque esa mayoría supone, de buena fe, sin duda, que es preciso hacer en este caso una reacción sobre la fórmula que nos legaron nuestros padres desde el año de 1857”.
Nunca sabremos si el presidente del Congreso se arrepintió después de haber dicho lo que dijo al hablar sin medias tintas sobre el “pánico” y el “abatimiento” que imperaba entre “sus filas”, pues es regla universal en el arte de la guerra –y esto, como veíamos, era de hecho “la continuación de la guerra por otros medios”– mostrar verticalidad y fuerza en el uso de las armas o en el trazo discursivo.
Fue claro para muchos congresistas que Rojas estaba errando la ruta en el combate, cuestión que, como veremos, aprovecharon con pericia los mandos “jacobinos”. Pero como veremos, los oradores que siguieron en la puja contra el jacobinismo no gozaron de mejor suerte receptiva en la Asamblea.

II. El núcleo carrancista afila sus cuchillos para continuar en el combate legislativo

Después de la larga y agresiva intervención de Rojas contra la Comisión de Constitución, y ya marcados, bien o mal, los puntos clave del debate en curso, los carrancistas decidieron profundizar y extender su embate contra el grupo “los jacobinos”. Mandaron por ello a la tribuna a uno de los cuadros de mayores vuelos y más reconocidos en el liderazgo político del núcleo, buscando la manera de encontrar alguna rendija milagrosa para poder salir del callejón en el que habían sido arrinconados. Entró pues a la lid el diputado Alfonso Cravioto, quien, con un poco de mayor temple que el que había mostrado el diputado presidente del Congreso, señaló con aires elocuentes:
“El proyecto jacobino de la Comisión no aplasta a la frailería, ¡qué va! Si nos la deja casi intacta, vivita y coleando; lo que aplasta verdaderamente este dictamen son algunos derechos fundamentales del pueblo mexicano y eso es lo que vengo a demostrar. La libertad de enseñanza, señores diputados, es un derivado directo de la libertad de opinión, de esa libertad que, para la autonomía de la persona humana, es la más intocable, es la más intangible, la más amplia, la más fecunda, la más trascendental de todas las libertades del hombre”.
Pretendiendo, a continuación, lucir sus capacidades oratorias en ese decimonónico y romántico lenguaje afrancesado que, como vimos en una entrega anterior, ofendía la inteligencia y el concepto del diputado Rafael Martínez de Escobar. Agregó entonces con voz un poco engolada el diputado Cravioto:
“Las ideas en actividad son un jirón de lo absoluto. Dentro del cerebro, el pensamiento es limitado; parece tener como freno la lógica, y como barrera lo absurdo, pero contra la lógica y lo absurdo, todavía tiene el pensamiento las alas omnipotentes de la imaginación, que sacudiéndolo por todas las regiones, levantándolo por todos los espacios, pueden lanzarlo al infinito, fecundándolo y ennobleciéndolo con nuevas creencias y creaciones nuevas, dándole savia de nuevos ideales y gérmenes de la verdad insospechada”.
Es improbable que alguien en el pleno del Congreso hubiera podido entender alguna de las líneas discursivas trazadas en este último punto por el diputado Cravioto. Lo que no es improbable es que alguno de los diputados en la Asamblea se hubiera preguntado, con veneno incluido, si el mismo diputado discursante entendía en realidad lo que estaba diciendo.