Jesús Mendoza Zaragoza
Junio 20, 2016
El manejo que el Senado y la Cámara de Diputados dieron a la iniciativa ciudadana de Ley 3 de 3 contra la corrupción ha sido vergonzoso y confirma la idea de que la clase política asume la corrupción como un componente esencial del sistema político que, sin la corrupción, se derrumba. Esta iniciativa ciudadana buscaba incorporar en la legislación la obligación de todos los funcionarios públicos de hacer públicas tres declaraciones: declaración patrimonial, de intereses y fiscal. Además, definir reglas claras de conducta para los servidores públicos y actores privados, así como sanciones para los corruptos. Lo que los legisladores sacaron es una ley a modo, sin dientes, que sustancialmente no cambia nada y mantiene las cosas igual.
¿Qué puede esperarse, en este tema, de la clase política que se resiste a eliminar la corrupción como política pública? Eso ha sido, en realidad, una política pública que es transversal en la mayoría de las instituciones del Estado. Es un modo de operar de los gobiernos y un estilo de relación que se establece con la sociedad. Ellos no van a dar un paso para cambiar esta manera de gobernar y de administrar que les ha dado muchos privilegios y ventajas.
En un discurso que dirigió a una delegación de la Asociación Internacional de Derecho Penal, el papa Francisco les decía, entre otras cosas que “el corrupto no percibe su corrupción”. Dijo que es como el mal aliento: “difícilmente quien lo tiene se da cuenta, son los otros quienes se percatan y deben decirlo. Por tal motivo, difícilmente el corrupto podrá salir de su estado” a través de su conciencia. “La corrupción es un mal más grande que el pecado. Más que ser perdonado, este mal debe ser curado”. En ese sentido, en una visita a Nápoles que realizó el 21 de marzo de 2015, decía que “la corrupción apesta, la sociedad corrupta apesta, como apesta un animal muerto, y un cristiano que deja entrar adentro suyo a la corrupción no es un cristiano, apesta”.
En días pasados, el gobernador Astudillo reconocía como “muy grave” la situación de la delincuencia en Guerrero. Esto es realmente un avance, el que se reconozca el tamaño de este flagelo que está haciendo tanto daño en nuestra región. Donde el gobernador se quedó corto fue en la afirmación de que la estrategia gubernamental no ha fallado, sino que son tantos los delincuentes a perseguir que no se dan a basto. Es claro que entiende por estrategia la encabezada por militares y policías.
Este es el problema. La delincuencia no es sólo un problema policiaco. Es también un problema político. Y el factor político de la delincuencia está ahí, donde incomoda a los políticos y donde no hacen su trabajo: en la corrupción y en su hermana la impunidad. El gobierno interviene con una estrategia insuficiente, que no da resultados porque la delincuencia se ha desarrollado desde décadas al amparo de la corrupción pública. Hay que repetirlo: la corrupción que tanto protegen los legisladores sigue haciendo estragos en el país. Sigue cultivando la desconfianza hacia las instituciones, refuerza la cultura de la corrupción en la misma sociedad y mantiene las prácticas corruptas al amparo de la impunidad.
Es deseable que las organizaciones ciudadanas que impulsaron la Ley 3 de 3 no se arredren ante esta resistencia del corrupto sistema político. Creo que esta lucha ha servido para hacer conciencia entre los ciudadanos y sus organizaciones para fortalecer este esfuerzo. Porque los corruptos no dejarán de serlo por su propia voluntad. Es la sociedad la que puede hacer avanzar el tema de la lucha contra la corrupción puesto que es la que la padece en mayor grado. Hay que reconocer que para que la corrupción se dé, se necesita una relación entre un ciudadano y un funcionario público. Este es otro campo de intervención: cambiar la mentalidad corrupta que persiste en la sociedad que, en muchas ocasiones, participa y promueve acciones corruptas.
Lo que es claro es que tenemos un sistema político corrupto y corruptor que tiene que ser transformado. Y los ciudadanos somos quienes tenemos que empujar los esfuerzos para que esto suceda. La corrupción ya no tiene que ser una política pública no escrita. Tiene que reducirse al máximo para que la política ya no apeste. Y para que avancemos hacia la paz.