Abelardo Martín M.
Mayo 10, 2016
Ningún gobernante tiene la obligación de ser civilizado y menos aún ser culto. De ahí que entre las prioridades de gobierno la cultura y el civismo ocupan los lugares finales, sólo si alcanza el presupuesto. Para los medios de comunicación, en consecuencia, los eventos para la recreación del espíritu, el cultivo de la inteligencia y de las obras maestras de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones, están relegados; los medios reflejan las pugnas o disputas de la clase gobernante, no de la sociedad.
En medio de una percepción generalizada de inseguridad, violencia y miedo no puede uno exigir que las autoridades tengan el buen juicio para valorar eventos culturales que contribuirían, más que las informaciones de reforzamiento de medidas de seguridad, sean de la Policía Federal, del Ejército o de la Marina, a la construcción de una imagen diferente.
Los intelectuales se equivocan cuando asumen que los gobernantes deben apreciar la literatura, la pintura, la escultura, la arquitectura o la música. Acapulco y el estado de Guerrero tienen un lujo que no todos los estados tienen, pero que el gobernador Héctor Astudillo no valora o menosprecia. La Orquesta Filarmónica de Acapulco celebró este fin de semana su décimo octavo aniversario con un concierto en el Centro de Convenciones de Acapulco.
Seguramente sobran dedos de las manos si se enumera a los municipios que cuenten con una orquesta sinfónica. Ese es el lujo de Acapulco (y de Guerrero todo) pero que ni el gobernador, ni el presidente municipal parecen entender. A través del impulso de la música y de las artes podría transformarse la imagen de Guerrero.
El gobernador Astudillo dedicó el día a una reunión burocrática de protección civil en Campeche, en la que el presidente Enrique Peña Nieto decidió romper el protocolo y quedarse a comer en ese estado del golfo. En lugar del gobernador acudió a la celebración de la orquesta, en el centro de convenciones del puerto, el secretario de Turismo, Ernesto Rodriguez Escalona. Tampoco estuvo el presidente municipal.
La música detona milagros. Pero las prioridades de gobierno van en otro sentido. A propuesta del gobierno federal, el cabildo de Acapulco designó en días pasados al Capitán de Navío Max Sedano, como nuevo titular de Seguridad Pública del puerto. El nombramiento ocurre luego de la accidentada gestión en esa materia, cuyo desfondamiento sucedió al inicio del año, con la destitución del primer titular de Seguridad nombrado por el actual Ayuntamiento.
Todo ello, mientras las fuerzas militares y policiacas federales se han hecho cargo de la seguridad en el principal centro turístico de la región, sin que su despliegue alcance a garantizar un clima de tranquilidad, pues ya vimos que inclusive en Semana Santa y en plena Costera o en la playa, las bandas de delincuentes no se detienen para dirimir sus intereses y eliminar a sus adversarios o a quienes no se pliegan a sus exigencias.
Así que menuda tarea tiene el capitán Sedano.
Su apellido lleva a la referencia literaria: Fulgor Sedano se llama el administrador de Pedro Páramo, el personaje central de la novela del mismo nombre del escritor Juan Rulfo. En esa obra, también difícil dejar de recordarlo, el narrador describe una historia en el abandonado pueblo de Comala, donde todos los personajes han fallecido mucho tiempo atrás; es un diálogo con el mundo de los muertos, en una travesía trágica y onírica.
Obviamente, por el bien de todos, ni el retrato rulfiano del personaje, ni la comparación con el ambiente de la hacienda de la Media Luna, el dominio de Pedro Páramo, tiene que ver con Acapulco y con Guerrero y menos en la designación de las autoridades responsables para recomendar al nuevo secretario de Seguridad Pública. Es que, novelas aparte, Acapulco y Guerrero se desenvuelven en la tragedia que todos conocemos, a la que no sólo no se le ve salida, ni siquiera una mejoría notable, o al menos la sensación de que las cosas no están empeorando.
El camino a tomar es otro.
El hombre más optimista del estado, el gobernador Héctor Astudillo, calcula sin mucha certeza que dentro de un año habrá resultados en las condiciones de seguridad del puerto y el estado. Mucho contribuiría él y los altos funcionarios de su gobierno si utilizaran otras herramientas de políticas públicas, no nada más las armas del ejército o la policía. Un festival de música culta, como los torneos de tenis, le vendrían bien al puerto.
Lo cierto es que llevamos por lo menos un decenio en que la delincuencia organizada ha ido ganando en control del territorio y la actividad cotidiana de la ciudad, generando miedo en la población, y permeando las estructuras policiales que debieran combatir el crimen. Las complicaciones de tener un secretario de Seguridad Pública confiable y competente en Acapulco, en lo cual se ha perdido más de medio año del actual gobierno municipal, son un síntoma ominoso de la situación que vivimos. Ojalá que Max Sedano, ahora marinero en tierra, tenga la capacidad y los apoyos necesarios para ordenar y pacificar la vida de nuestro principal polo económico, y replegar a los rufianes que hoy parecen tener el poder real en la vida de Acapulco. Colocar la cultura en las prioridades de gobierno, podría producir el milagro del que fueron no sólo testigo sino actores más de mil 300 personas que escuchamos y presenciamos la interpretación de Carmina Burana este fin de semana en Acapulco. Si el gobernador hubiera estado allí acompañado de sus principales funcionarios, la nota hubiera sido de primera plana lo que trasmitiría un mensaje diferente a los guerrerenses, a México y al mundo.