EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La desaparición de Beatriz Paredes

Jorge Zepeda Patterson

Noviembre 25, 2007

Si alguien ha visto a Beatriz Paredes favor de avisarle que ella es la presidenta nacional del PRI desde marzo pasado. No es que
sea difícil de encontrar: su larga trenza y su colorida vestimenta indígena hacen de la ex gobernadora de Tlaxcala una figura
inconfundible. El problema no es que no esté; el problema es que no está en los sitios en los que se toman las decisiones.
La “desaparición” de Beatriz Paredes ilustra claramente el proceso de balcanización que experimenta el PRI. No es que el partido
se haya debilitado en los últimos meses; todo lo contrario. Es el gran ganador de los procesos electorales a lo largo de 2007, en
que refrendó y profundizó su hegemonía en Tamaulipas, Puebla y Oaxaca y, sobretodo, recuperó Yucatán de manos del PAN. Y
en las Cámaras, con apenas la quinta parte de los escaños, el PRI se ha convertido en la fuerza decisiva en toda votación, gracias
a su condición de bisagra entre PAN y PRD.
Si bien el PRI sigue siendo un partido con mucho poder, lo novedoso es que ahora cuenta con un liderazgo desmantelado,
fragmentado. En cierta forma eso constituye un regreso a los orígenes, porque el PRI nació justamente como un partido en torno
a un jefe máximo, luego de que sus antecesores, el PNR y el PRM, habían sido confederaciones de hombres fuertes regionales.
Cuando el partido perdió la presidencia en el año 2000, y quedó sin “líder” por vez primera desde su nacimiento, Roberto
Madrazo aprovechó el desprestigio reformista de Labastida Ochoa para imponer la vieja línea. Lo que no consiguió fue que
también aceptaran la cultura de obediencia al jefe máximo. Y si bien logró sofocar la rebeldía del TUCOM para imponer su
candidatura, lo hizo a costa de una carnicería que propició aún más las tendencias a la fragmentación: Elba Esther Gordillo salió
del partido y los gobernadores comenzaron a hacer su propio juego a espaldas de su instituto.
Con las sucesivas derrotas presidenciales el PRI se ha convertido en un valle extenso y desolado, sin edificio central a la vista, con
núcleos agrupados en torno a las fogatas que ofrecen calor y energía: las Cámaras, los gobiernos estatales, las cúpulas
sindicales.
En el senado Mario Fabio Beltrones es la ley (del PRI, sin duda y en buena medida de la propia Cámara). Entre los diputados
priístas Emilio Gamboa es el grillo mayor, aunque su figura quedó un poco desdibujada luego de la derrota de la Ley Televisa, de
la cual fue “personero” y gestor. Ambos se miran con desconfianza y empujan sus propios objetivos (Beltrones, la presidencia en
el 2012).
Por otro lado, Las poderosas cúpulas sindicales, otrora columnas disciplinadas del PRI, operan por cuenta propia. Ni siquiera
entre ellas mantienen una agenda común, como antes lo hacía la CTM o el Congreso del Trabajo. Napoleón Gómez, del sindicato
minero, Romero Deschamps del petrolero, o Gamboa Pascoe de los burócratas hace tiempo que dejaron de tomar la opinión de la
presidencia del tricolor y negocian su sobrevivencia a diestra y, sobretodo, a siniestra.
El verdadero poder del partido reside en los 18 gobernadores. Ellos saben que es más redituable negociar directamente sus
necesidades con el gobierno federal que perderse en los laberintos del mercado persa en que se ha convertido la grilla priísta.
Algunos como Natividad González, de Nuevo León, parecerían dotados de alma más blanquiazul que verdirroja. Otros como Peña
Nieto en realidad carecen de identidad partidaria, salvo la exclusiva ambición de llegar a la presidencia; y los hay como
Humberto Moreira, quienes aún no se han enterado de que son gobernadores.
Con toda esta pedacería Beatriz Paredes intenta cohesionar algo que se asemeje a un instituto político. Ha descubierto que más
que un jefe de partido, los hombres de poder deseaban una operadora que fuese incapaz de imponerse a cualquiera de ellos y
que se responsabilizara simplemente de mantener abierto el “changarro” y ofrecer un espacio común para la negociaciones entre
fracciones.
Las consecuencias de este nuevo PRI es que se ha abandonado toda pretensión ideológica o programática. Se ha convertido en un
mero nudo de intereses de fracciones e individuos empeñados en ampliar su poder.
¿Por qué entonces el PRI es el partido que más triunfos acumula en 2007? Convendría abordarlo en otra entrega con más
atención, pero a mi juicio esos triunfos derivan mucho más de lo que han dejado de hacer los otros, que de méritos propios. La
clave es que se trata de victorias regionales, no federales. Frente a los vacíos de poder creados por el inmovilismo de Fox, las
contradicciones del PRD y la caída del régimen presidencialista, las maquinarias regionales han podido operar sin cortapisas ni
control. De allí las victorias de carro completo de gobernadores impresentables como Ulises Ruiz en Oaxaca y Mario Marín en
Puebla. La peor noticia para los mexicanos es que el PRI está ganado de nuevo sin necesidad de haberse lavado la cara; está
ganando con su peor rostro.
La fragmentación del PRI constituye un factor de desestabilización y parálisis permanente. Para el PRD y para Calderón es una
ventaja en la medida en que enfrentan a los priístas divididos y pueden negociar con distintos frentes. Pero justamente esa es
también su desventaja: “pasar aduanas” con cada uno de los hombres fuertes para arrancar del PRI acuerdos necesariamente
precarios y efímeros. Es un partido que opera más sobre la base de vetos que de consensos entre sus polos de poder. Esta
balcanización se extenderá al menos hasta la candidatura presidencial del 2012, a menos claro, que Beatriz Paredes logre
imponer alguna suerte de liderazgo. Talentos no le faltan, pero obstáculos le sobran.

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