EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La disputa por la tierra (II)

Eduardo Pérez Haro

Abril 23, 2019

 

Para Luis Hernández Palacios.

Se revela una nueva tesitura de la cuestión agraria. La complejidad del desarrollo mercantil industrial como paradigma del desarrollo nacional se sustenta desde la revolución agraria en su dimensión política, el Artículo 27 en su dimensión jurídica y el desempeño productivo del campesinado en su dimensión socioeconómica. Una nueva sociedad rural que ha dejado al peonaje y a la marginación de la comunidad se perfila para configurar un sujeto agrario en tanto que agente productivo y del comercio sin el cual el proceso de industrialización, que corresponde en analogía de los progresos que se presentan en el mundo, no sería posible. Este esquema se asienta en el cardenismo y desde ahí se prefigura una agrariedad que veremos revelarse con nuevas características y condiciones en el tiempo actual. El periodo cardenista prefigura no sólo un acto de justicia agraria sino un agrarismo articulado al concepto contemporáneo del desarrollo nacional. Este es el sentido de la agrariedad.
El cardenismo es plataforma de la transformación estructural del México rural al México preminentemente urbano. Una transformación de la que la ruralidad no debe de abochornarse sino al contrario reconocerse con especial orgullo por su contribución a la transformación histórica que se pensaba y se perseguía desde la época virreinal y que no había podido realizarse en siglos. Una coyuntura que se explica no sólo como un acto de liderazgo, que lo hay, sino como una posibilidad histórica en la que convergen la maduración del proceso revolucionario en combinación con una coyuntura internacional favorable. No obstante, el cardenismo es punto de partida de un proceso de transformación que se ocurrirá en el transcurso de las tres décadas siguientes. La revolución campesina de 1910-1917 cumplía con el primero de sus cometidos. Por su puesto no era una realidad absoluta de los hombres del campo y la nación, pero era la expresión dominante, había acceso a la tierra para buena parte de la sociedad rural y desde ahí se apuntalaba el cambio estructural para el desarrollo de la industria y el mercado.
En la narrativa de “Nos han dado la tierra”, Juan Rulfo denunciaba que la revolución y su marco jurídico no eran una consigna de entregar tierra polvorienta para acallar una demanda social, aunque así habría de sesgarse al final de cuentas. Agrariedad entonces, desde la plataforma del cardenismo, se entiende como la convergencia de factores asociados a la justicia agraria. Un concepto que se erosiona desde hace medio siglo cuando en los años sesentas el entorno mundial se modifica con la hegemonía norteamericana de la posguerra, el cambio tecnológico y el desarrollo agroindustrial de las potencias económicas que dejan de requerir los productos del campo mexicano y ante lo cual el estado posrevolucionario queda pasmado.
El desarrollo de México no alcanza a arribar a la gran industria al perderse el apalancamiento financiero del sector rural que provenía de las exportaciones. El milagro mexicano se agota, México se revela como importador neto de alimentos y con el congelamiento de los precios de garantía desaparece la rentabilidad de la actividad productiva de ejidos y comunidades dando lugar a un progresivo empobrecimiento de la sociedad rural y el éxodo hacia las zonas urbanas que, ya sin mayor dinamismo, dejan a los emigrantes del campo en la configuración de los cinturones de miseria de las principales zonas urbanas del país. La nueva circunstancia socioeconómica hacía de la revolución un proyecto inconcluso y un incumplimiento de facto con sus principales protagonistas. El Estado fallido cobraba forma.
Desde principios de la década de los 70’s el mundo entraría a una crisis de amplitud inédita, pero, asimismo, se hallaba con la revolución computacional que daría lugar a la emergencia de la globalización mientras que el Estado mexicano acudía al endeudamiento para intentar revivir el milagro del desarrollo estabilizador, pero fracasó en sus afanes. El petróleo que fue colocado en relevo del papel que había jugado el sector agropecuario en las décadas que van de 1935 a 1965, no resultó, pues se presentó el desplome de los precios de los hidrocarburos, por lo que la década de los 80’s se recibió con un sector industrial envejecido, un campo erosionado, sin rentabilidad en el petróleo y con un endeudamiento desmedido. El agotamiento del nacionalismo revolucionario se revela como una gran crisis en tanto que el mundo globalizado se expande y consolida. El Estado mexicano se sube al cabús de la nueva er@ del desarrollo económico, desplazando la suerte del campo mexicano a las “reducciones de la historia”.
No obstante, el mundo sigue girando y la sociedad rural en México sigue siendo depositaria del legado agrario de la Revolución Mexicana. La globalización se entrampa a partir de la crisis de 2008 y México no repunta, pero la sociedad nacional se ha pronunciado en las urnas contra la tradición corruptocrática dando paso a una posibilidad de cambio donde ejidatarios y comuneros se realzan entre los actores de la transformación socioeconómica. La globalización se desconfigura con bajo ritmo de crecimiento en la economía mundial, elevado endeudamiento y visos de guerra comercial, pero esta atmósfera de dificultades no exime el umbral de competencias y la prevalencia del sistema financiero internacional con la formación de precios en este plano. Realidad compleja que corresponde a una nueva división internacional del trabajo, a una nueva era tecnoproductiva, al nivel más alto de la especialización y de la diversidad de productos y, por tanto, al volumen de intercambios jamás visto.
Los dueños de la tierra, ejidatarios y comuneros, lo son de un recurso polivalente por su inscripción en un mundo que difiere de las relaciones elementales y aun del momento en que se realizó la Revolución Mexicana. La tierra que tenía un perfil eminentemente agropecuario hoy se reconoce con una diversidad de posibilidades que diversifican y multiplican su valor de intercambio. La tierra es depositaria de recursos minerales de distinto uso y valor en la nueva organización productiva y comercial del mundo y así también de recursos energéticos, elementos propios de la biodiversidad con posibilidades en una gran variedad de industrias, captación y flujos de agua y otros servicios ambientales, áreas de esparcimiento y de hábitat, etcétera, etcétera. El listado puede ser muy amplio y debidamente clasificado. Las tierras de las comunidades, ejidos y minifundios de la llamada pequeña propiedad, que se asumieron como reducciones agrarias ahora son cuencas de valor estratégico para el capital. Y lo son también para el desarrollo del capitalismo en México, empero, ello habría de tener como premisa un amplio espectro de nuevos arreglos y compromisos con los dueños de la tierra.

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