EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La disyuntiva del tren maya

Margarita Warnholtz

Mayo 24, 2019

 

A primera hora de la mañana pasa el autobús y los recoge en sus comunidades para llevarlos a distintos lugares de la zona hotelera. Son hombres y mujeres mayas, en su mayoría jóvenes, que trabajan en la franja costera entre Cancún y Tulum, de jardineros, camareras, albañiles, ayudantes de cocina y demás oficios requeridos para mantener todo impecable y atender a los turistas, que pagan por noche más de lo que ellos ganan por varios meses de trabajo. Muchos no tienen ni contrato, menos prestaciones, y las labores que realizan son las más pesadas y peor remuneradas. Además, muchos son víctimas de discriminación y de humillaciones tanto por parte de sus jefes como de los visitantes.
Terminando la jornada el autobús los regresa a su pueblo, de donde los recogerá de nuevo pocas horas después; aunque algunos sólo vuelven cada semana. Con esos trabajos contribuyen a cubrir las necesidades más básicas de sus familias, y eso sí, ya juntaron para su celular y le pueden cargar unos 50 o 100 pesos por quincena.
Mientras tanto, en sus comunidades los que se quedan son los ancianos, las madres de familia y los pocos que todavía pueden “hacer milpa” porque tienen tierras no tan malas. Antes sacaban más de una tonelada de maíz por hectárea –además de frijol, chile, calabaza y plátano en diversas cantidades– ahora apenas media; la tierra está cansada, desgastada por tanta explotación y por exceso de productos químicos ajenos a su costumbre milenaria. Además, ya no alcanza para todos.
Tanto los que se van como los que se quedan, son nietos, bisnietos y tataranietos de aquellos mayas que pelearon en la Guerra de Castas. De los cruzoob que lucharon durante más de diez lustros contra los mestizos y criollos yucatecos, cansados de la explotación y el despojo. Todavía guardan las armas de sus bisabuelos y heredaron su dignidad.
En las comunidades viven tranquilamente; siguen teniendo sus centros ceremoniales activos y continúan celebrando sus fiestas tradicionales, mantienen la espiritualidad y la cultura de sus antepasados, así como la organización religiosa y militar creada durante la guerra mencionada, esa en la que intercambiaban con los ingleses de Belice árbol del tinte y miel por armas.
Obviamente, todos hablan maya, hasta por celular. En algunas comunidades se mandan mensajes de whatsapp para organizar las fiestas, en otras no porque no son parte de ese todo México que es territorio Telcel. Asisten a la fiesta, participan en los rituales y de vez en cuando entran a prender su vela en la iglesia y a rezar, antes o después de jugar con las “maquinitas” en la plaza.
Mientras el turismo esté “por allá en el norte” o “del otro lado de la carretera” no les preocupa y reconocen que los empleos los benefician económicamente, ante falta de opciones en sus comunidades. Pero no estarían dispuestos a abandonar sus centros ceremoniales y menos a que fueran destruidos.
No saben todavía por dónde va a pasar el Tren Maya. Pienso en ese tren y en el desarrollo turístico que vendrá con él y me pregunto: ¿no sería mejor que los apoyaran para que pudieran hacer milpa de nuevo? ¿De verdad creen que están mejor trabajando de mozos en un hotel donde además los discriminan?