Humberto Musacchio
Enero 23, 2025
Cuando charla, Francisco Labastida se toma un tiempo, mínimo ciertamente, antes de exponer una idea, como poniendo en duda lo que iba a decir, quizá sometiendo a examen sus propias certezas. Esa actitud debió guiarlo en su brillante carrera pública, pues cobró fama de funcionario cordial, pero firme, analítico, decidido y generalmente acertado.
El sinaloense acaba de publicar una obra que deberá convertirse en libro de cabecera de todo político. Es una autobiografía en la que por supuesto expone sus logros y aciertos, pero también sus decisiones más difíciles y su temple ante superiores que usan y abusan del hiperpresidencialismo en desdoro de la democracia.
La duda sistemática, nombre del libro, expone las búsquedas juveniles del autor, la relación con compañeros talentosos y con maestros y jefes ilustres que dieron solidez a su formación, como don Fernando Hiriart. Revela que en sus años mozos militó en el Partido Obrero-Campesino Mexicano, el POCM, formación integrada por expulsados del Partido Comunista durante las purgas de los años cuarenta.
Pero el POCM, un grupo político marginal, no era el espacio adecuado para quien trataba de emplear sus aptitudes y cono-cimientos a servir en cargos públicos y, de pasada, hacer carrera política. De ahí el paso de nuestro personaje a los gobiernos priistas y finalmente al propio PRI, partido que lo impulsó para llegar a la gubernatura de Sinaloa y ser candidato presidencial.
Pero la trayectoria priista de Labastida no le ha impedido ser un autorizado crítico del que fuera su partido. Son contundentes sus juicios sobre la represión criminal contra el movimiento de 1968 ordenada por Gustavo Díaz Ordaz, como lo ocurrido el 2 de octubre en Tlatelolco: “un acto de barbarie, un hecho inhumano, cruel, dramático, retrógrado”, algo “absolutamente innecesario”.
No es menos directo al narrar lo ocurrido en Palacio el 10 de junio de 1971, cuando Luis Echeverría (LEA) mantuvo sentado durante cinco horas a Alfonso Martínez Domínguez bajo vigilancia del Estado Mayor, mientras el grupo paramilitar de Los Halcones asesinaba estudiantes. Agrega Labastida que Martínez Domínguez no era una “perita en dulce”, pero el hecho es que aquel día funesto fue rehén del Presidente, que días después lo echó del gobierno.
En el haber de LEA, menciona el autor la creación del Infonavit y la fundación del Colegio de Bachi-lleres y la Universidad Autónoma Metropolitana, pero señala sin rodeos que el golpe al periódico Excélsior de Julio Scherer, en 1976, fue producto de “una conspiración dentro de la cooperativa” que entonces editaba este diario, pero desde luego, “fraguada desde la Presidencia”.
Con la misma franqueza cita a un ex gobernador de Guerrero (¿Rubén Figueroa Figueroa?), quien ante la desaparición de guerrilleros, declaró cínicamente: “no están desaparecidos, yo los mandé matar”. No menos elocuente es llamar a Luis Echeverría Álvarez “un acreditado agente de la CIA”, o aceptar que el sexenio de José López Portillo estuvo “marcado por la corrupción”.
Como candidato a la guber-natura de Sinaloa Labastida sufrió un atentado, otro cuando ya era gobernador electo y una más ya en el poder, cuando en compañía de su esposa, la doctora María Teresa Uriarte, académica de brillante trayectoria en la UNAM, fue atacado por un banda de matones que acabaron rechazados por su guardia personal.
Crítico de su propio partido, no podía eludir esa responsabilidad con los mandatarios de otras forma-ciones políticas. De ahí que, con cifras irrebatibles, muestre cómo la gestión de Andrés Manuel López Obrador es, por mucho, la más sangrienta de los últimos seis sexenios, pues dejó un reguero de cadáveres con su política de “abrazos no balazos”.
En fin, que el libro abunda en datos, hechos y juicios difícilmente refutables, como en las páginas donde analiza las causas de su derrota en la elección presidencial del año 2000. Pero lo destacable es, como dice Luis Rubio en el Epílogo, que hay autobiografías políticas para exaltar la vanidad de sus autores, y otras que sirven para la reflexión y el aprendizaje, las que resultan “funda-mentales para entender el tiempo en que el autor fue protagonista”. La duda sistemática pertenece a esta categoría.