Gaspard Estrada
Febrero 06, 2019
El pasado domingo los salvadoreños fueron a las urnas para elegir a su próximo presidente de la República. Se trataba de una elección crucial para el futuro de este país, así como para el futuro de toda la región centroamericana. En efecto, diez años antes, en 2009, los salvadoreños habían elegido por primera vez en su historia democrática a un candidato presidencial del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, FMLN, una antigua organización guerrillera que se transformó en un partido político a raíz de los acuerdos de paz de Chapultepec, firmados en 1992, que pusieron punto final a más de doce años de guerra civil en el país. Esta transición histórica fue el producto de una alianza entre el FMLN, que había logrado convertirse en una fuerza política relevante en el país, y Mauricio Funes, un ex periodista del canal de televisión CNN, casado en aquél entonces con la militante salvadoreño-brasileña Wanda Pignato. En aquel momento, la influencia de Brasil como actor político y económico en la región latino-americana estaba en su apogeo, y la cercanía de Pignato con los líderes del Partido de los Trabajadores de Brasil, en particular de la cúpula del partido en São Paulo, le permitió a Funes obtener recursos para financiar su campaña presidencial, y pagar los honorarios elevados del consultor brasileño João Santana, que sería arrestado años después en Brasil en el marco de la operación Lava Jato. Gracias a esto, Funes logró alzarse con la victoria frente al partido en el gobierno desde finales de los años 1980, la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), hasta 2009. Sin embargo, a pesar del inicio exitoso de su gestión, el problema de la violencia, en particular el de las pandillas, se volvió un dolor de cabeza para su gobierno, a tal punto que su aprobación disminuyó considerablemente. Es en este contexto que el FMLN decidió apostar por un cuadro histórico de este partido, Salvador Sánchez Cerén, para disputar la presidencia hace poco más de cinco años, y de esta manera, darle al aparato del partido el control de la línea política del gobierno.
El problema es que la violencia no disminuyó, y por otro lado, que la multiplicación de escándalos de corrupción ligados a la familia del ex presidente Funes, mermaron la popularidad del presidente y de su gobierno. Si bien la corrupción es un problema endémico en ese país (como en el resto de la región), y si bien no se trata de la primera vez en que un ex presidente es encarcelado por este crimen (ya había sido el caso del ex presidente de Arena Antonio Saca), la credibilidad del FMLN ante la opinión pública fue mermándose. Es en este contexto que surgió la figura del joven empresario Nayib Bukele. Este último se inició en la vida política salvadoreña hace poco más de ocho años. Después de ser electo alcalde de Nuevo Cuscatlán, en 2012, su ascenso en las encuestas de opinión le permitieron ser elegido alcalde de San Salvador tres años más tarde, como candidato del FMLN. Durante este periodo, el centro histórico de la capital renació, después de años de abandono, lo cual le permitió posicionarse como un contendiente serio a la presidencia de la República. Sin embargo, sus criticas reiteradas al FMLN y al presidente Salvador Sánchez Cerén, lo volvieron un pre candidato incómodo frente a la dirigencia de este partido, que no quería repetir la mala experiencia de Mauricio Funes. A tal punto que después de una disputa en el seno de la asamblea local, el FMLN decide expulsar de sus filas al alcalde controvertido de San Salvador, pensando que de esta manera su candidatura estaría enterrada. Pero ante esta situación, Bukele decidió incorporarse a las filas de otro partido, fundado por antiguos militantes de Arena, llamado Gran Alianza por la Unidad Nacional (Gana). A través de esta formación política, Bukele pudo ser candidato, y montado en una agenda de ruptura con los gobiernos de Arena y del FMLN, en particular en el tema de la lucha contra la corrupción, logró ganar la presidencia de la República. El problema en lo inmediato será saber cómo podrá construir una mayoría política en el congreso teniendo en cuenta que su partido no dispone de mayoría, y que las próximas elecciones legislativas se llevarán a cabo en 2021. En un escenario de escepticismo en el plano económico para la región mesoamericana, falta saber si las esperanzas puestas en el candidato del cambio se traducirán en una verdadera transformación de El Salvador.
Twitter: @Gaspard_Estrada