EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La enseñanza de un país en crisis

Federico Vite

Octubre 05, 2021

(Segunda parte)

Con el agua al cuello, Liquidación final y Pan, educación, libertad poseen una estrategia narrativa que amplifica la crisis económica de Grecia. Se ve a los pobres, se les describe por toda Atenas. El hambre es insaciable. La gente se muere por falta de recursos o por falta de asistencia social; se suicida porque no hay oportunidad alguna de crecimiento. La miseria es la única promesa contundente.
En Liquidación final, el comisario Jaritos, y el Departamento de Homicidios a su cargo, están sin trabajo por un tiempo. En un país convulso repentinamente todo se detiene, incluso los asesinatos. Pero llega la hora en la que se reporta el cadáver de un afamado y rico médico en las ruinas arqueológicas de Atenas. El detective tarda en descubrir la forma en la que murió el galeno: el asesino usó cicuta. Aparece un segundo cadáver y gracias a una investigación  cibernética se descubre que el homicida se hace llamar El Recaudador Nacional. Eso pone de cabeza a la policía y crea un mito: El Recaudador Nacional sólo mata a quienes han evadido impuestos. Obviamente el pueblo ve con buenos ojos a este hombre que obliga, bajo amenaza de muerte, a que los evasores del fisco paguen impuestos al Estado. Posteriormente, gira la trama y se revela que el asesino está, como los otros homicidas de la saga, orquestando un contraataque a las élites de un país en bancarrota.
El rencor social mueve todos los hilos del relato. Los hechos están enmarcados por suicidios de gente que ya no tiene nada qué hacer y se rinde ante las carcomas existenciales que una crisis económica potencia a gran escala. Márkaris fundamenta una estrategia que exige el fin de la miseria. Pero la pobreza es constancia y es también futuro. Gracias a Jaritos se conoce que la desesperación (Pan, educación, libertad) y el desencanto (Con el agua al cuello y Liquidación final) son estadios recurrentes en la actualidad de Grecia. No hay una manera de crecer económicamente y vivir endeudado implica desazón. Con esos ingredientes se comprende que el verdadero tema de estas tres novelas es la injusticia social. ¿Por qué deben pagar todos lo que pocos usaron? ¿Por qué deben pagar más los que menos tienen?
El problema es que en gran parte de la novela El Recaudador Nacional se convierte en un héroe nacional; los griegos que han sido víctimas de los recortes presupuestales, los que han perdido propiedades o trabajos, los que ya no pueden comprar un auto o los que simplemente no pueden usar su auto porque no tienen para la gasolina, los que no tienen para comer o comprar medicinas, todos ellos, apoyan a El Recaudador Nacional y exigen justicia, pero algo se deforma en el camino y ese héroe comete su error trágico. La resolución de la historia propicia una confrontación entre la Grecia antigua y la Grecia actual. Aunque se trata de una estructura cerrada, Liquidación final apunta hacia el libro predecesor (Con el agua hasta el cuello en un hombre endeudado orquesta los asesinatos a banqueros para vengar las ofensas que los ricos han hecho a los pobres;) y prefigura el fin de la trilogía: Pan, educación, libertad, cuyo asesino es justamente un político que fue segregado por una élite corrupta que detentaba todo el poder.
Al hablar de las culpas de la Generación Politécnica en la crisis económica, Márkaris señala los errores políticos de un país. Pan, educación, libertad se sitúa en 2014, cuando Grecia se declara en quiebra y regresa al dracma. El comisario Jaritos, por supuesto, también se aprieta el cinturón. Nada más triste que un detective pobre. Ni siquiera puede usar su auto porque la gasolina es un bien de lujo. Aún con esas limitaciones, trabaja con ahínco. Junto al cadáver de la primera víctima aparece un teléfono móvil que emite el eslogan “Pan, educación y libertad”, lema de los Hechos de la Politécnica, en 1973, cuando los estudiantes se rebelaron contra la dictadura militar. Así empieza una secuencia de hechos que llevará al detective a hurgar entre la clase empresarial, universitaria y sindical que ha dirigido el país en los últimos 40 años. ¿Qué puede desentrañar ahí un detective? Digamos simplemente que destapa una cloaca: la corrupción y el abuso de poder son la constante de la trama. Al final de la historia más politizada de la trilogía, el homicida acepta lo que todos sabemos: él era tan culpable como todos los que permitieron que la corrupción se hiciera moneda de cambio en un país depauperado, cuyo pasado glorioso no sirvió de nada para un presente voraz.
El escritor griego ha repetido en múltiples entrevistas que estaba harto de escribir sobre la crisis. Observó la realidad para criticarla con solvencia. Es de aplaudirse el enfoque del autor porque nos permite comprender el tamaño de la ansiedad en Grecia. Pero aparte de los enfoques social y literario que he comentado, me interesa detallar un aspecto más: ¿por qué los crímenes de esta trilogía no son tan sangrientos como los de algunos autores escandinavos, estadounidenses o noruegos? Antes de responder, hagamos un breve resumen: En Con el agua al cuello el homicida corta la cabeza a los banqueros con una espada; en Liquidación final, El Recaudador mata con cicuta; en Pan, educación libertad el homicida usa un arma de fuego. Márkaris no está interesado, en este proyecto, en hacer de su prosa una apología de lo atroz, no se ensaña con las víctimas. Es decir, aunque hay violencia, cuida muy bien ese aspecto, no hay una sola descripción amarillista ni se lee por ahí chorros de sangre ni gritos de dolor, ni mucho menos a un hombre carcajeándose mientras blande alguna parte de un cuerpo desmembrado. No. El tratamiento de las víctimas me parece adecuado: banqueros, adinerados y políticos sean déspotas y malhumorados. Márkaris no revictimiza a los pobres ni a los heridos, ni a los ricos. Simplemente crea un contexto y trabaja efectivamente en argumentar los actos y los diálogos del antagonista y el protagonista. Todas las pesquisas y las especulaciones en torno a los homicidas funcionan bastante bien. Sin aspavientos ni excesos. El autor es conciso.
La reportera Mariluz Ferreiro publicó en el periódico La Voz de Galicia, en 2015, una entrevista donde Márkaris afirma lo siguiente: “Los crímenes de las novelas nórdicas suelen ser más brutales. Los mediterráneos no tenemos esa necesidad, porque no hace mucho tiempo hemos tenido nuestros propios dictadores, torturadores, de todo. Una vez Arne Dahl, un escritor nórdico que me gusta mucho, me dijo: ‘Vosotros nunca tuvisteis la ilusión de vivir en una sociedad ideal, pero nosotros ahora tenemos que decirle a la gente que no vive en una sociedad ideal, que eso es falso’. Y tiene toda la razón”. A mí me parece que la brutalidad de un asesino no es la mejor herramienta de un autor para generar suspenso ni para mantener la atención del lector. Creo que las tramas de esta trilogía ofrecen lo que pocos libros de este género tienen: habilidad narrativa para crear a los antagonistas. La creación del enemigo es afortunada. El trabajo del detective está bien llevado, pero lo que más destaca es la quimera urbana de Atenas, una geografía pobre, doliente y desesperada. Criminalmente realista.
En 2018 los ministros de Economía y Finanzas del bloque europeo certificaron el cierre de la última revisión del tercer rescate tras constatar que Grecia había cumplido con las 88 medidas exigidas. Aprobaron un último desembolso de 15 mil millones de euros. En suma, aún no salen del atolladero. Jaritos lo sabe. Márkaris también lo sabía. Publicó en 2015 el epílogo de la Trilogía de la crisis, una novela titulada Hasta aquí hemos llegado, pero no aborda la crisis en sí sino que prefigura los daños de esa debacle a largo plazo y confirma el hundimiento emocional de una sociedad depauperada. Márkaris tenía razón. Nada bueno podía esperar Grecia. Lo bueno se construye poco a poco, no hay píldoras ni magia para el saqueo y la corrupción. Poco a poco. Acapulco, me temo, ha tropezado más de una vez con esa misma piedra. Lo peor es creer que la recuperación ha llegado. Esa es tristemente la lección que debemos tomar del griego Petros Márkaris.