EL-SUR

Miércoles 08 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La fantástica posibilidad de ser feliz

Adán Ramírez Serret

Mayo 03, 2019

Emmanuel Carrère no sólo es mi autor de cabecera de quien disfruto leer todos sus libros, también aprendo de sus artículos periodísticos, e incluso, de sus discursos; bueno, solamente he leído uno, el que preparó cuando le otorgaron el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. En donde, entre muchas otras cosas, escribe sobre su profesión y lo cercano que se siente al periodismo, y, poco antes de terminar, de la “nada”, como un as bajo la manga, concluye con una frase contundente que corona su filosofía sobre la literatura. Dice, “¿y es que acaso la generosidad no es el gesto más grande de libertad?”.
Desde entonces, el 2017, me ha rondado la cabeza esta declaración porque es terriblemente cierta, no se puede ser nada, y mucho menos generoso, si no se es libre. Y la libertad, en realidad no sé por qué, está para mi estrechamente ligada a la felicidad. Esta tormentosa palabra con la cual la humanidad nunca ha sabido muy bien qué hacer. Y quizá sea el móvil más fuerte de las ideas filosóficas y políticas que cambian el rumbo de la Historia.
Pensaba en todo esto mientras leía La máquina de la felicidad de Katie Williams (Michigan, ¿?) una novela con un toque de ciencia ficción y realismo, que sucede en un futuro cercano en donde una mujer inventa una máquina, llamada Apricity (que quiere decir en inglés antiguo “sentir el calor del sol en la piel”); la cual es capaz, por medio de la lectura del ADN, de descifrar los actos que hagan feliz a esa persona que interpreta.
Las respuestas, los actos que llevarán a una persona a alcanzar la felicidad, son bastante sencillos y están cargados de ironía, pues se parecen mucho a las líneas que se leen en las galletas de la suerte. Porque las soluciones para alcanzar la felicidad son tan sencillas como adoptar un perro, trabajar junto a la ventana con luz natural, romper relaciones con tu hermano gemelo…
La máquina de la felicidad, Apricity, es hasta ahora infalible, tiene un 99.7 por ciento de éxito y todos los que se han acercado a ella, han tenido resultados afortunados: son felices. Entonces, aparece el dilema, ¿qué haríamos si fuera posible ser felices de manera infalible?
Así, la trama se va contando de manera fresca y directa por medio de Pearl, la inventora de “la máquina de la felicidad”. Su vida ordinaria, divorciada pues su esposo se fue con su amante más joven; y viéndoselas negras con su brillante hijo anoréxico que se niega a dejarse analizar por el invento de su madre. También, la novela se sumerge en la turbulenta vida de los adolescentes, justamente del hijo que un buen día decide que ya no quiere comer. A la manera de un Barón Rampante, se recluye enfermo en su casa y desde ahí observa el mundo y comienza a tener de manera virtual y física, una relación con una chica que cada vez se va volviendo más cercana.
El hijo, intuimos como lectores, busca la manera de ser feliz de una forma más azarosa: enamorándose. Es una felicidad que está llena de riesgos y un sinfín de posibilidades de fallar. Aun así, tiene la característica fresca y natural, de ser una elección, un acto de libertad.
Por lo tanto, aparece aquí la circunstancia más interesante, la causa de la reflexión del principio, ¿qué pasa con la gente que no quiere acercarse a la máquina?, con quien no quiere ser feliz porque no se le pega la gana. O, el otro lado, el ubicuo lado oscuro del ser humano que se dice sin ninguna clase de escrúpulo, que no quiere ser feliz, sino poderoso.
Entonces, regresando a la idea inicial de Carrère, la felicidad es un acto de libertad parecido al de la generosidad. Pero en ese espacio en donde se elige ser feliz, también cabe sin problemas, la posibilidad de ser infeliz, de elegir serlo, de sufrir porque así se quiere vivir. O de ser terriblemente malo o poderoso.
Porque a veces, nos hace terriblemente felices, destrozar el mundo y ser infelices.
(Katie Williams, La máquina de la felicidad, Ciudad de México, Océano, 2019. 269 páginas).