EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La felicidad posee un ritmo lento y subterráneo

Federico Vite

Septiembre 01, 2020

Basta con hacer referencia a El cuartel (1963), La oscuridad (1965) y Entre mujeres (1990) para identificar al escritor irlandés John McGahern; cuestión aparte merecen sus libros de cuentos, varios de ellos reseñados en este espacio. En esta ocasión, me detengo a comentar By the lake (Alfred A. Knopf, New York, 2002, 336 páginas), novela que aborda la historia de Joe y Kate Ruttledge, quienes dejaron sus trabajos en Londres para vivir en una granja en Irlanda, cerca de donde nació Joe. Entran a una comunidad en la que las personas conocen las costumbres de los otros; pero no pueden darse el lujo de hablar claramente entre sí. A pesar de la cercanía, la confianza debe ganarse poco a poco.
Entre los vecinos se encuentran el amable Jamesie y su esposa Mary, quienes no han pasado una noche fuera del lago en diecisiete años (él fue un integrante del Ejército Republicano Irlandés Auténtico); Patrick Ryan, constructor que nunca termina lo que comienza; John Quinn, un depredador sexual que corteja a todas las chicas del condado; Bill Evans, un peón huérfano, cuya infancia estuvo marcada por la crueldad; a la par de todos ellos está el hombre más rico del pueblo, el tío de Joe, conocido como Shah. El autor recrea un año en la vida de estos personajes; desarrolla los rituales religiosos y las festividades familiares, hace hincapié en los cambios de estación, en la caída de la luz, en el paisaje sentimental y en la elocuencia de una comunidad con mucha memoria, elemento esencial de la novela.
Así que, con aparente simplicidad, McGahern revela destellos de la naturaleza humana. Usa a los personajes para descubrir ciertos placeres ordinarios. Pero en especial, exalta los terrores y la belleza de la vida cotidiana.
Un narrador en tercera persona da cuenta de las andanzas de todos estos personajes; el autor emprende un proyecto plausible: insuflar vida a una comarca. Y lo hace con fortuna. Estamos ante un texto eminentemente realista, con poca hondura sicológica, pero con gran detalle en los actos mínimos de los actantes, hechos que obviamente describen el universo interno de los personajes. Se trata de un relato costumbrista que pretende asir un estilo de vida en extinción. No sobra decir que McGahern nunca es sentimental y el placer de esta novela radica en la creación de un mundo en el que la tranquilidad debe mantenerse a pesar de todo; a costa de la muerte y de la violencia. La tranquilidad es lo más valioso.
El relato es fragmentario; no se divide en capítulos, sino que está organizado en escenas sobre las que evoluciona la acción dramática sin prisa, ni a empellones. Esos fragmentos entreveran las líneas argumentales fundamentadas en tres hombres: Shah, John Quinn y Jimmy. Sobre ellos reposa la tracción de la trama. Joe y Kate son el punto de enlace adecuado para que el lector comprenda el vértigo de una tranquilidad pasmosamente envidiable. Cuando le preguntan a Joe “¿qué está mal en tu carrera profesional en Londres?”, responde: “Nada, pero no es mi país; nunca siento que sea del todo real o que mi vida sea real allí. Eso también tiene su lado agradable. Nunca te sientes responsable ni estás completamente involucrado en nada de lo que sucede”. Lo que Joe y Kate quieren es sentirse en la realidad de su existencia y sólo obtienen esa sensación junto al lago. Probablemente esa respuesta nos da la clave para comprender por qué son sumamente importantes las descripciones de rituales de paso; por ejemplo, el pastoreo de los corderos y la forma en la que se deben llevar al matadero a esos animales. No porque sea un hecho aleccionador, sino porque se cincela a un humano engañando a una especie en pos de la tranquilidad.
Hay mucha cháchara en By the lake; los ritmos del habla, los localismos y la eufonía de las voces que conforman este paisaje regional son fundamentales en la novela. Por el habla local justamente se llega a una inquietud mayor, ¿hay una línea de acción oculta en este libro? Claro. La intención de McGahern es capturar una época; no propicia encontronazos entre los personajes, sino que los conduce hacia la meta insoslayable de un ser vivo. Y la respuesta está en voz de Joe: “Los días eran tranquilos. No se sentían particularmente tranquilos ni felices, pero a través de ellos corría la sensación, como un río subterráneo, de que llegaría un momento en que estos días serían considerados felicidad, todo lo que la vida podría dar de alegría y paz”. By the lake narra, sin expectativas convencionales, una trama fundamentada en la recreación del río subterráneo de la felicidad.
McGahern cuenta la historia de los habitantes del lago y esa observación, o adaptación de la vida, inicia en verano y termina en verano. La novela suele demorarse en descripciones estupendas sobre el alba y el ocaso, exalta la vitalidad de un sitio idóneo para la nostalgia; de hecho, el logro esencial del libro es que no mete la cabeza en el pantano denso de la melancolía, sino que permea de vitalidad el relato.
El autor no recurre a escenas estrambóticas para mantener el interés del lector, sino que alude a la paciencia que prodiga un escritor maduro, capaz de crear tensión narrativa sin necesidad de aspavientos ni tremendismos: destaco, por supuesto, la prosa elegante de este hombre y el manejo del tempo narrativo.
Me llama la atención que la gente del lago no tiene teléfonos; eso radicaliza la creación de John. La encumbra. Sólo al final del libro se habla de ese hallazgo tecnológico que agiliza el ritmo de la vida. Una vida que merece ser vivida con tranquilidad, no importa lo que dure.
Esta conmovedora novela, que parece tan tranquila y provinciana, rezuma vitalidad y lo hace gracias a la irremediable irrupción de la muerte, porque la muerte es lo que permite a McGahern redondear este sensible análisis de lo humano. La muerte permite al autor dotar de universalidad su relato. Y eso me lleva a una eterna pregunta: ¿en qué consiste la felicidad? Una comunidad en extinción que pronto se convertirá en una ruina verde junto al lago responde esa interrogante y lo hace sugiriendo que la sempiterna llama de la memoria colectiva no se debe apagar nunca. El lenguaje refuerza la memoria. Y la memoria es soledad en llamas. El carácter de un libro así no puede ni debe extinguirse.
Me alegra que a catorce años de la muerte de McGahern, la obra de este narrador se mantenga viva y se siga leyendo, editando y traduciendo. Si no conoce a este autor, se está perdiendo de algo valioso.