EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La Fosa de las Marianas de la mente es un hoyo coronal

Federico Vite

Septiembre 18, 2018

 

Si usted quiere sondear la Fosa de las Marianas (la parte más profunda de los océanos) de la mente, tal vez sea buena idea echarse una zambullida en los márgenes de dos novelas escritas por autores europeos consagrados por el mundo editorial, la crítica especializada y los lectores de varias regiones del orbe. Por principio, hablemos de Trastorno (Traducción Miguel Sainz, Alianza, España, 2012, 234 páginas), de Thomas Bernhard. Fue publicado por primera vez en 1966, en alemán. En este relato esquizoide conocemos el peculiar universo literario de Bernhard. La historia es narrada por el hijo de un médico rural que acompaña a su padre durante las visitas médicas que realiza a los enfermos de la comarca. El ambiente malsano y opresivo es dominado, significativamente, por el castillo de Hoch-gobernitz, habitado por el príncipe Saurau, personaje que vive en el filo de la navaja entre la lucidez y la locura, probablemente este hombre sea el símbolo que emblematiza la sociedad moderna. Es lúcido y locuaz, aislado en su castillo enloquece gradualmente, pero su inteligencia filosa corta y prefigura el caos, sardónico y terrible, que destruirá todo.
Esta obra recibió muchísimos halagos en Alemania, pero en Austria solo azuzó el odio, pues el mordaz Bernhard criticó a su país, incansablemente lo analizaba con vituperios; por ejemplo, subrayó la malignidad de los pueblos folclóricos del Tirol profundo y la cultura engolada de Viena. En suma, Bernhard obtuvo el rechazo unánime de sus paisanos; incluso el propio Thomas pidió que sus obras no se publicarán en Austria. No tenía sentido.
En 1975, el escritor español Javier Marías era parte del consejo asesor de la editorial Alfaguara (cuando esta editorial tenía la osadía y el arrojo que ahora le falta). El autor de Corazón tan blanco cabildeó para que esa empresa publicara Trastorno y ese libro fue el debut de Bernhard en España. Tuvo sus lectores (aún los tiene), crecieron para beneplácito de los outsiders y Marías se sintió contento porque promocionó el talento y la osadía de un autor raro, mordaz, temible.
Esta novela parte de una experiencia tortuosa y familiar, pues un médico y su hijo visitan en el valle profundo a los enfermos, los deprimidos, los lacerados por la pobreza y por la miseria. Durante varios momentos todo eso tremebundo que ven el padre y el hijo supura un humor extraordinario, una sensación que repentinamente regresa al tremendismo. Bernhard juega en esos dos polos (lo tremendo y lo sardónico). Es un malabarista macabro.
Padre e hijo visitan a los contagiados por la epilepsia del Tirol; enfermedades que derivan de las relaciones incestuosas. Aparte de los enfermos (o por boca de los enfermos) conocemos los crímenes y los adulterios, la violencia que subyace en los parajes tranquilos de las montañas nevadas. En suma, Bernhard ambienta la corrupción rampante en Estiria (es uno de los nueve estados federados de Austria. Está en el sureste del país compartiendo frontera con Eslovenia y los estados federados austriacos de Alta Austria, Baja Austria, Salzburgo, Burgenland y Carintia).
El relato densifica su trama cuando la voz narrativa, el hijo del médico, nos refiere que esa enfermedad, la locura, prefigura el triunfo del daño y de la miseria. Queda una sensación amarga, sobre todo por la risita sardónica de este monstruo, quien nos hace pensar en nuestra realidad sin adjetivos.
El hoyo coronal es El loco impuro (Traducción de Teresa Ramírez Vadillo, Sexto Piso, España, 2008, 108 páginas), ópera prima de un gigante. El italiano Roberto Calasso se centra en la figura de Daniel Paul Schreber, presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde a finales del siglo XIX, quien entre 1893 y 1902 estuvo recluido en diversos hospitales siquiátricos, entre otros, en el de Sonnenstein, a cargo del entonces afamado profesor Paul Emil Fleschig (neuropatologista, neuroanatomista y siquiatra alemán, conocido principalmente por sus investigaciones en mielogénesis).
Calasso cuenta que este libro “es atípico. Lo escribí en una fiebre, en tres semanas, cuando terminaba de editar los escritos del propio Schreber, Memorias de un enfermo de nervios. Nunca me había pasado nada igual, nunca volvió a pasarme”. Este volumen se lee como una semilla, pues en El loco impuro están los temas que Calasso trabajaría en otros libros: La locura que vino de las ninfas, La folie Baudelaire, La literatura y los dioses, Las bodas de Cadmo y Harmonía. En suma, hablamos de la locura y sus símiles, sus metáforas.
El autor recrea, en forma de novela, el evento que padeció Daniel Paul Schreber, con Dios, durante el período en que estuvo internado en el hospital mental de Sonnenstein. El texto de Schreber (al que aludió Calasso: Memorias de un enfermo de nervios) en sí mismo es una joya invaluable de la literatura. Es el relato de un enfermo que, con una lucidez inigualable, da cuenta de un terrible complot perpetrado por su siquiatra (el doctor Flechsig) y por Dios (el Dios dual: Ormuz y Ahrimán) para desquiciar el orden del mundo; precisamente la forma para lograrlo es confabulándose contra él, un presidente de la Corte de Apelaciones. Si Freud utilizó el libro de Schreber para desarrollar su teoría de la paranoia, y de esa forma circunscribir el exuberante poder imaginativo del autor a una simple enfermedad mental, Calasso confirma que la locura es el único medio de contacto con lo divino.
Leyendo este documento entendí que la demencia trasciende la cordura, no solo se trata del escape de la razón; eso me hizo pensar en los artistas románticos, para quienes la demencia fue más que un receso del pensamiento lógico, se trataba de una manera de perfeccionar la intuición y la sensibilidad. Cito a Hólderlin para ilustrar mi pensamiento: “Verdaderamente la exultante locura es la burla de la burla / cuando, de repente, el bardo se escucha en la noche sagrada”.
Entonces, desde su primer libro, notamos que Calasso ve en la locura que sufren los artistas, en particular los poetas, una forma premoderna de conocimiento. Explota muy bien ese tema; crea el molde de este con múltiples ensayos e infinitas reflexiones; se asoma a los abismos de la mente y nos contagia de ese precipicio.
La presencia de lo divino y de los dioses en el mundo, parece decirnos Calasso, nos aplasta y sólo mediante la poesía es posible comunicarnos con ellos y eso termina por enloquecernos. Siempre, sin objeción alguna, nos enloquece: poéticamente.
Tenemos dos ejemplos claros de que la locura, por lo menos vista desde Europa, es una forma de reagruparse con la divinidad, en especial cuando entendemos que el mundo se nos cae a pedazos.
También creo que Evodio Velázquez Aguirre pasará a la historia como uno de los alcaldes más grises de la historia tropical de mi barrio. Que tengan un martes muy loco.