Lorenzo Meyer
Marzo 30, 2020
“Nunca el plan de batalla sobrevive tras entrar en contacto con el enemigo”. Esto lo dijo quien sabía del tema: el mariscal y jefe del estado mayor prusiano, Helmuth von Moltke (1800-1891). Su observación se puede aplicar también a los planes del gobierno en vísperas del enfrentamiento con una pandemia.
Lo anterior no quiere decir que elaborar planes sea un ejercicio inútil. ¡Claro que tiene sentido imaginar cómo enfrentar a un virus tan agresivo como el Covid-19! Fue apropiado imaginar la batalla que apenas se inicia en tres etapas y teniendo como base las estadísticas: número de casos, sus características, su evolución en el tiempo y por zonas, etcétera. Eso permite diseñar una organización y responsabilidad para cada institución y para el conjunto, estimar las necesidades de personal, instalaciones y equipo, posible duración del fenómeno, costos, fuentes de financiamiento y un etcétera que engloba a la infinidad de detalles que implica enfrentar una pandemia y minimizar al máximo sus daños.
Sin embargo, lo que gobierno y sociedad deben esperar, para no perder el sentido de la realidad, es que muchas cosas no van a salir como se previeron, sea por subestimar ciertos problemas o por sobreestimar las capacidades propias y, desde luego, por variables y situaciones no previstas, entre ellas. Por eso Von Moltke aconsejaba alejarse de la rigidez y confiar en que, si los mandos intermedios estaban a la altura de las circunstancias, éstos tuvieran la libertad y capacidad de decidir sobre la marcha cómo manejar las situaciones concretas. La propuesta parece sensata. Así el presidente puede aconsejar “no apanicarse” y acudir a una fonda, pero al mismo tiempo en la Ciudad de México –por ahora centro de nuestra epidemia– la jefa del gobierno, ordena el cierre de museos, cines, teatros, deportivos y zoológicos.
En relación con los planes de acción frente a la pandemia, es aleccionador observar a nuestro poderoso vecino del norte. Al momento de escribir estas líneas, el centro del Covid-19 en Estados Unidos era Nueva York, la ciudad y el estado. Al estallar la pandemia, el gobierno de Washington simplemente se negó a trazar planes y el 26 de febrero el jefe de su Ejecutivo declaró: “Tenemos 15 personas [con el virus] pero en un par de días, esas 15 casi llegaran a cero”. Exactamente un mes más tarde, las muertes registradas en Estados Unidos superaban el millar, los infectados los 81 mil casos y la velocidad de los contagios mantenía su ascenso. Y eso pese a que los servicios de inteligencia ya habían advertido de la naturaleza del problema y que, además, se tenía una estructura institucional muy sólida y, desde luego, recursos científicos, económicos y materiales en abundancia. Sin embargo, por razones políticas –la búsqueda de la reelección del presidente– y económicas –no querer tomar medidas que desembocaran en una recesión–, la jefatura del gobierno simplemente se quedó pasmada.
La actitud de la Casa Blanca en algo recuerda a la del Kremlin cuando en junio de 1941 se le informó que Alemania no respetaría su pacto de no agresión y atacaría a la URSS. Stalin perdió un tiempo precioso para organizar una defensa eficaz y eso por poco le cuesta la derrota. Hoy el gobernador de Nueva York anuncia a voz en cuello que su estado simplemente no cuenta, porque no encuentra, los equipos necesarios para que su personal médico haga frente a la demanda lo mismo de mascarillas que de aparatos como ventiladores y que el personal ya es insuficiente para enfrentar una epidemia que mantiene su avance.
La riqueza de Estados Unidos le permite subsanar parcialmente el enorme error de cálculo de su dirigencia inyectando a su economía la suma de 2.2 millones de millones de dólares para hacer frente a la crisis económica desatada por la pandemia y reforzar su sistema de salud.
En materia económica e institucional México se encuentra en una situación contrastante con la del vecino del norte: una estructura institucional y unas finanzas tradicionalmente débiles. Con un fondo de 25 mil millones de pesos para reactivar la economía no puede ir muy lejos. Ojalá la planeación compense esas debilidades.
En todo proceso político el factor “fortuna” es parte del juego (Maquiavelo). Está por verse de qué manera y hasta qué punto la mala fortuna que ha significado el Covid-19 para México –y para el mundo– va a afectar o de plano determinar el futuro del país.