EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La gélida orfandad prematura

Federico Vite

Octubre 20, 2020

Como un acercamiento a la narrativa de Fleur Jaeggy, rara avis del panorama literario europeo, me detengo en la novela El ángel de la guarda (Traducción de Mariano Solivellas. Tusquets, España, 2010, 97 páginas). La autora, nacida en Zurich pero radicada en Milán desde hace varios años, se caracteriza por narrar ambientes enrarecidos que son habitados por personajes fascinantes cuyas obsesiones son la muerte, la inteligencia y la soledad. Estamos ante un relato atemporal con ciertas reminiscencias burguesas. El ángel custodio –título original en italiano, publicado en 1971– ocurre en Inglaterra, esa es la única referencia geográfica en el texto.
La historia da cuenta de las preocupaciones de dos personajes inolvidables: Jane, de 5 años, y Rachel, de 7. Se trata de dos huérfanas idénticas, prácticamente dos gotas de agua, que hablan en el mismo tono de voz. De hecho, dicen las mismas palabras y en el mismo orden. Poseen un defecto casi imperceptible en las orejas. Son independientes, con un cerebro “prematuramente mecánico”, y sostienen conversaciones de tintes filosóficos sobre la soledad, la muerte y el valor de ejercitar el pensamiento incluso en la locura. Esas charlas fascinan también a Botvid, su tutor, un hombre de amplio bagaje cultural con una honda preocupación, ¿a quién de las dos chicas debe procurar? No lo sabe. Debe educar a una de ellas para ser inmortal, pero aún no sabe quién de las dos será. Mientras se debate en esa misión, Jane y Raquel se atienden entre sí. No les interesa el mundo exterior. Se procuran de maneras peculiares. Ponen en práctica “ejercicios de imitación”. Paradojas, finalmente, porque a Rachel le da miedo convertirse en una versión reducida de Jane y a Jane, de igual manera, le asusta convertirse en una copia inferior de Rachel. Temen perder su identidad.
Bajo la inminente presencia del ángel custodio, un semidios que agranda las amarras góticas del relato, se desarrollan las reflexiones teológicas de las niñas. Cito a Jane: “Me ocupo de un pequeño pensamiento trasversal, el Ángel. Y de que no venga. Un ser desesperado. ¿Te acuerdas cuando lo sabíamos? Después, casi de improviso, la imposibilidad de callar y esconder. No hemos oído hablar más de él. ¿Por qué este abandono? Sé que volverá, pero antes transcurrirán años de inmutabilidad. Entretanto esperaremos, Botvid también se ha dado cuenta y está triste. El Ángel se ha retirado. ¿Lo oyes alejarse? ¿Qué es nuestra imaginación frente a esto? Algo que se derrumba a su paso. Te acuerdas de que hubiese bastado poco para poder ver cómo se derrumbaba. Pero no lo hemos visto”.
En cuanto a los recursos literarios de los que se vale la autora para crear esta novela, hay elementos bastante interesantes. Por principio, el lector queda con la impresión de que se adentra a una obra que fue escrita para ser representada en un escenario; no sólo para ser leída. El ángel de la guarda comienza con una acotación teatral: “JANE: Cinco años, rubia, se asemeja a Rachel. RACHEL: siete años, rubia, se asemeja a Jane. BOTVID: no es joven, edad indefinida. Inglaterra”.
Esta apertura (me recuerda a la narraturgia, concepto que en la primera década del siglo XXI estuvo en boca de los dramaturgos que ejercitaban la narrativa en sus obras, no sólo utilizaban acotaciones dramáticas) sirve para presentar a los tres personajes que forman el triángulo principal del relato. Inmediatamente después el lector ingresa a un diálogo brevísimo entre las dos niñas y un monólogo del tutor. Posteriormente se suman las voces, en monólogos, de El hombre metódico, El inquilino de la casa de al lado, El turista y el de Una mujer con temperamento.
Hay una mixtura entre narrativa y dramaturgia. El resultado es un acercamiento al relato gótico. Un relato, por cierto, que reviste un tema sui generis con algunos anacronismos. La prosa es concisa y los diálogos honestamente atractivos y con buenos resultados, pues a la par de los monólogos, eslabonan la progresión dramática de los hechos de manera adecuada.
El encierro que viven las protagonistas se contrasta con los monólogos de los otros actantes, pues ofrecen visiones del exterior, como si la realidad fuera diluida y se filtrara a la casona en fragmentos difíciles de asir. Jane y Rachel invierten sus días charlando, pero su manera de abordar los tópicos que tanto disfrutan no es mediante la erudición enciclopédica sino a través de un pensamiento peculiar que intenta desarticular la sintaxis habitual de una conversación: “Rachel: Pues bien, te han hablado del pasado y no se te ha permitido el futuro. El oráculo canta. Hay quien busca la buena estrella, hay quien sabe que la tiene y cuántos la han perdido. Tú creías que te seguía el ángel. Él es quien está de tu parte. (Bruscamente). Ahora no quiero hablar. Es como si no existiese. Hablemos sólo de ti, me ocuparé sólo de ti, quiero ver a dónde podré arrastrarte. Te gusta, verdad, que alguien se aproveche […]”.
Una de las mayores virtudes del novelista es la forma en la que trabaja con el tiempo; justamente, la regla más importante para la creación del universo personal. En este caso, Jaeggy borra toda noción de temporalidad. Así logra sugerir la eternidad y con ello cincela un ideal de belleza relacionado con lo lúgubre. Esa atemporalidad otorga a los personajes y al escenario un aspecto sumamente tétrico. La casona que habitan las protagonistas parece una cárcel que las asfixia: “Permanezcamos –dice Rachel– en estas cuatro paredes para no salirnos del modelo, ajustémonos la una a la otra y volvamos sobre nuestros pasos. Un intercambio de similitudes podría ser letal para nosotras. Tú eres mi ejemplo disminuido frente a otras dimensiones, prefiero callarme”.
El lector no se enfrenta a una novela típica (siguiendo la voz narrativa por todas las fases del cuerpo del relato) sino que ingresa a una ficción bien resuelta (presidida por el ángel, una entidad sobrenatural que tiene un papel paterno) que no posee una línea de tiempo aristotélica ni violencia explícita ni lecciones moralizantes. Este libro es una estrella distante de la literatura comercial, fácil y edulcorada. Una pieza de colección.