Jesús Mendoza Zaragoza
Septiembre 04, 2023
Millones de víctimas de la pobreza extrema están por todas partes; miles de víctimas de las múltiples violencias –asesinados, desaparecidos, desplazados, extorsionados y de género–. Además de las víctimas de la corrupción y de la impunidad que sobreviven con una dignidad herida. Por el otro lado, están los victimarios, autores intelectuales y materiales de todas sus desgracias, que no saben de dignidad alguna, que han normalizado el sufrimiento de los débiles y de los descartados. Las víctimas, con su dignidad herida, y los victimarios que han olvidado el sentido de su propia dignidad y, por lo mismo, destrozan la de otros. ¿Qué sucede con la dignidad de unos y de otros?
Uno de los aportes de la modernidad ha sido ese, recuperar el valor de la dignidad humana que sustenta los derechos humanos en todas sus generaciones. Las personas, como sujetos de derechos, en razón de su propia naturaleza, han sido reconocidas como fuentes de derechos universales, inalienables e inviolables. El caso es que donde quiera se violan derechos y, por lo mismo, se hiere la dignidad humana.
La dignidad humana deteriorada de víctimas y de victimarios tiene que ser reconstruida o desarrollada desde dos ámbitos diferentes pero complementarios: desde lo objetivo y desde lo subjetivo. En la medida en que se combinan e interactúan estos dos mundos, interno y externo, en esa medida resplandece la dignidad en cada persona y en la sociedad.
Veamos el lado objetivo, que se refiere a las condiciones necesarias para que las personas se desarrollen a sí mismas como sujetos de su propia historia. Estas condiciones suelen estar amparadas en las leyes y definidas en los derechos de cada persona. Pongamos un caso concreto. La mujer suele ser una víctima favorita de esta sociedad machista amparada sobre una cultura patriarcal y con una estructura androcéntrica que, en la práctica, permite tantas formas de violencia desde la familia, la empresa, la iglesia, la escuela, los partidos políticos y gobiernos, la universidad y demás.
Poner las condiciones objetivas para que las mujeres vivan sin violencias y con la garantía de todos sus derechos, es una parte necesaria para lograr la dignificación de las mujeres. Leyes, reglamentaciones, costumbres, actitudes y conductas tienen que alinearse para que los derechos humanos de las mujeres sean garantizados y vivan sin violencias.
Pero no es suficiente la parte objetiva, pues es necesaria la parte subjetiva que se refiere a la conciencia de la mujer misma. Yo me he encontrado con cientos de casos de mujeres con una conciencia muy deteriorada cuando, víctimas de diferentes violencias, ya no creen en sí mismas y se sienten tan incapaces y tan incompetentes para hacer un proceso de recuperación de su conciencia de mujer y de persona. Han perdido la sensibilidad hacia su propia dignidad cuando no se consideran a sí mismas como sujetos de derechos y se resisten a hacer un camino muy personal para recuperarse a sí mismas, para sanarse a sí mismas y para recuperar el sentido de su dignidad. Muchas prefieren vivir en las sombras de la desesperanza y de la frustración. Así de deterioradas suelen quedar como consecuencia de todas las violencias que han sufrido.
Es necesario acompañarlas en un camino de encuentro consigo mismas en el que reconozcan los lados luminosos que aún quedan en sus conciencias para que se acepten a sí mismas con su grande caudal de sufrimiento y para que reconociendo las heridas que llevan en el alma, decidan y den pasos decisivos hacia la recuperación de su propia dignidad. He tomado el caso de las mujeres porque en ellas confluyen tantas violencias: las que sufren en sus propias familias, las que les vienen de las condiciones de pobreza extrema y las que vienen del entorno social.
Esta situación la viven todas las víctimas en mayor o menor grado. Ellas tienen el riesgo de vivir victimizándose a sí mismas, cultivando la rabia y el rencor que, al final se van deteriorando a sí mismas. El caso es que sin este esfuerzo subjetivo de dignificación no pueden salir de sus propios abismos. Hay que hacer un proceso en el que la víctima se vaya transformando a sí misma y se vaya convirtiendo en persona capaz de ser sujeto de su propia historia y de ser un agente de transformación social. Por fortuna, he visto a mujeres víctimas de violencias que se han convertido en aguerridas constructoras de paz.
La tarea de dignificar cuenta con dos vertientes que se complementan entre sí. Una, la vertiente de las condiciones de vida del entorno, en la medida en que favorecen la dignificación de las personas y, otra, la vertiente que surge de la conciencia personal que se va transformando a sí misma. La dignificación viene de fuera y de dentro de cada persona. Una sin la otra, son insuficientes. La persona necesita ayuda para dignificarse, pero, a su vez, decide ella misma su proceso de dignificación.
Esta dignificación nos puede convertir en ciudadanos conscientes y responsables, capaces de asumir constructivamente lo público como un proceso social de dignificación, donde las personas no sean utilizadas o instrumentalizadas para fines políticos o económicos.
Así las cosas, las víctimas necesitan un proceso de dignificación, pero los victimarios también lo necesitan para que dejen de serlo. Son personas que han olvidado su dignidad personal. Han perdido el sentido de su dignidad y de la de otros y han perdido la noción de los derechos y de la sana convivencia social. Es decir, requieren su propio proceso de recuperación de sí mismos como personas capaces de vivir con dignidad. Se supone que esta tendría que ser la tarea del sistema penitenciario, que está muy lejos de cumplir.
He conversado algunas veces con sicarios que se han comportado como fieras haciendo daños inmensos, que terminan llorando porque no se entienden ni a sí mismos, se sienten perdidos y sin posibilidad de redención. Es tal su degradación personal y moral que se sienten incapaces de hacer un camino para recuperar su dignidad. El mundo de la delincuencia es tan vasto en nuestro país que se requiere un esfuerzo de la misma proporción para recuperar de quienes han sido atrapados en las garras del crimen organizado.
Sin la dignificación de las personas no puede haber democracia con futuro ni desarrollo sostenible y, aún menos, una cultura de paz, tan necesaria hoy. La dignidad humana es la clave para la edificación de una sociedad justa y pacífica, y no puede ser sustituida por programas políticos ni por ideas facciosas. Tenemos que pensar en la dignidad de todos, de absolutamente todos, pobres y ricos, indígenas y profesionistas, de un partido político o de otro, de gobernantes y de oposiciones, de todos. Sólo así podremos construir la paz que tanto necesita nuestro país y cada una de las personas de este país.