EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La granja de la democracia

Florencio Salazar

Marzo 02, 2021

Gran parte del poder tiene que ver no con lo que uno hace, sino con lo que no hace.
Robert Greene.

Todos somos iguales pero unos son más iguales que otros, según la novela de Orwell Rebelión en la granja. La novela plantea una rebelión que termina con una revolución igualitaria, con normas que satisfacen a la población. Una vez en el poder, los líderes empiezan a modificar sus preceptos, a lanzar las fuerzas represivas contra los potenciales opositores creando el poder autoritario por la vía del terror.
La sociedad igualitaria –como describe el autor inglés– es un breve momento, más corto que la conspiración que derrotó a la clase dominante. Y con un componente desolador, porque tras la efímera victoria el nuevo régimen es mucho más intolerante que el anterior. La nueva clase dominante se vuelve opulenta y sanguinaria.
¿Qué faltó para que fuera perdurable la revolución democrática e igualitaria? La inconformidad con el estado de cosas fue canalizada por quienes sobresalían por su capacidad de análisis y de persuasión constituyendo el liderazgo; los líderes supieron exponer el discurso que quería escuchar la masa explotada y al exponer las nuevas tablas de la ley.
Por un tiempo –no mucho– se dio vida al nuevo pacto hasta que la dirigencia empezó paulatina pero sostenidamente, a cambiar su conducta y se mantuvo en la cúspide imponiendo sus decisiones. Los murmullos y las opiniones opuestas, fueron acalladas. Ese cambio fue posible porque los miembros de la sociedad igualitaria confiaron en quienes se erigieron en líderes sin que mediara un proceso legitimador, sin advertir la facción empoderada.
Otro flanco débil fue aceptar que quienes elaboraron las normas fueron los mismos responsables de ejecutarlas, por lo tanto no había contrapesos y la acumulación del poder se dio como un hecho natural. Además, la población vivía en un territorio controlado sin la posibilidad de confrontar al autoritarismo emergente.
La lectura de esta novela corta de George Orwell –hay una película de dibujos animados–, deja varias lecciones: toda revolución entroniza a un nuevo grupo en el poder; los cambios de régimen conducidos por facciones dogmáticas sólo pasan a la vida democrática después de un periodo de síntesis, que generalmente conduce a un nuevo orden democrático, de instituciones y leyes; los líderes carismáticos no pueden encarnar a las instituciones, pues actúan según su humor, sus deseos y sus ambiciones.
Para quienes no hayan leído esta novela, resultará obvio el por qué de su título: describe al tipo de población y espacio en el que se desenvuelve la historia, el país es la granja, el viejo régimen, el granjero; los rebeldes, los animales de la granja; los líderes del nuevo régimen, los cerdos; los intelectuales, los caballos; las fuerzas represivas, los mastines; gallinas, vacas y otros animales, la población. Evidentemente, Orwell representó a algún régimen dictatorial.
A lo largo del tiempo, la humanidad ha experimentado diferentes formas de gobierno y ha procurado perfeccionarlas a través del pacto social, la representación popular y los procesos democráticos. Hoy la democracia pareciera existir en todo el mundo. Se ha globalizado pero no es global.
Veintidós países (13.8 por ciento), con el 8.4 por ciento de la población mundial, viven en democracia plena; 52 países (31.1 por ciento), con el 41 por ciento de la población, viven en una democracia defectuosa; 35 países (21 por ciento), con el 21 por ciento de la población, viven en un régimen híbrido; y 57 países (34.1 por ciento), con 35.6 por ciento de la población, viven en regímenes autoritarios. (Datos del Índice de Democracia 2020 de la Unidad de Inteligencia de The Economist). Es decir, la democracia no es inevitable.
Por ello, debemos cuidar que los partidos políticos no pierdan su carácter aglutinador ya que a través de las elecciones formulan el consenso para constituir gobierno. La explosión demográfica hace impensable la democracia a mano alzada y por ello los partidos políticos cumplen el significativo papel de intermediación.
Si fallan los partidos se demerita la democracia; si esa función articuladora es viciada, ¿qué recurso le queda al ciudadano para seguir creyendo, confiando en la democracia? Los partidos políticos tienen una responsabilidad ética insoslayable, que es la de presentar a sus mejores candidatos/tas para los puestos de elección popular. Una elección no es un carnaval para elegir al rey momo. La obtención de votos no puede ser a costa de lo que sea, incluyendo el ridículo y la sordidez.
El carácter totalizador de la política –no lo tiene ninguna otra profesión y oficio– la expone a muchas tentaciones, prejuicios y vicios de algunos o muchos de quienes la ejercen, dejando rezagadas sus virtudes y atributos. De ahí que los partidos no deban de apoyarse en famas ajenas al interés político y social con el fin de obtener a como dé lugar la ganancia de los votos.
Los dirigentes partidistas que proponen luchadores, deportistas y personas de la farándula están destrozando la intermediación social que les ha sido asignada por la democracia. ¿Acaso son envases vacíos de militancia, doctrina y programas, que los uniforma en su miseria política? ¿A quién le va a confiar el ciudadano su voto, su representación? Que no sorprenda que el elector termine por agarrarse a un clavo ardiendo.
Por lo visto son más iguales los que deciden en el pésimo espectáculo electoral.