EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La historia en movimiento

Juan Angulo Osorio

Julio 31, 2006

Andrés Manuel López Obrador puso muy arriba los objetivos del movimiento que encabeza al compararlo con la Independencia, la Reforma y la Revolución, y los acompañó proponiendo una forma de protesta audaz como para demostrar que va en serio y a fondo su demanda de que se cuenten los votos en el tribunal electoral.
Ahora, dijo, la lucha del pueblo mexicano es por la democracia, sistema de gobierno del que hizo una apología antes de advertir que sin ella sólo quedan “el sometimiento y la violencia”.
Siempre interesado en demostrar que se inspira en la historia del país, no fue por eso la primera vez que López Obrador equiparó la movilización por la defensa del voto con los tres grandes episodios que forjaron a México como nación. Sólo que ahora lo hizo ante más de 2 millones de mexicanos que atendieron a su convocatoria a la segunda asamblea informativa y que siguieron con atención el discurso que comenzó exactamente a la 1:45 de la tarde de ayer, y que terminó 45 minutos después.
Y no se refirió solamente al contenido de esos tres movimientos revolucionarios, sino también a la forma. México dejó de ser colonia, sí, pero no por concesión graciosa de la Corona española, “sino por la lucha popular encabezada por Hidalgo y Morelos”. Y sin las “convicciones y tenacidad” de los liberales que encabezó Juárez no se habrían dado las leyes de separación de la Iglesia y del Estado y la guerra para expulsar del territorio nacional a los invasores franceses que se conocen como el periodo de la Reforma. Y si algo de justicia social ha habido en México es por la Revolución Mexicana “y la lucha de Villa y de Zapata y de muchos héroes anónimos”, aunque en su discurso también trajo a colación una anécdota de Madero, a quien llamó “el apóstol de la democracia”.
Lo que falta ahora, dijo López Obrador, es precisamente la democracia, pues lo que ha habido hasta ahora es un régimen de simulación democrática que se prolongaría si se permite que asuma como presidente Felipe Calderón, a quien por cierto nunca se refirió por su nombre en su discurso.
Pero, resaltó, conseguir la democracia no será obra de los de arriba sino de los de abajo; “sólo será posible con el esfuerzo y la movilización de los ciudadanos (pues) como la justicia, como la libertad, no se implora, sino se conquista”.
Como un prolegómeno para preparar a sus seguidores ante la propuesta de instalarse en una masiva asamblea permanente en el corazón de la ciudad de México hasta que el tribunal electoral decida quién ganó la elección presidencial, López Obrador insistió en las bondades de la democracia; por qué vale la pena sacrificarse por ella. Lo citaré in extenso, pues se trata de un discurso que más temprano que tarde se sabrá si quedará inscrito en la historia. La democracia, dijo, “ no sólo es el mejor sistema de gobierno que la humanidad haya encontrado; es también el método más eficaz para garantizar la convivencia en condiciones de armonía. La democracia genera equilibrios y contrapesos, propicia la dignidad y evita que alguien o unos cuantos, en cualquiera de los sitios mayores o menores de la escala social, se comporten como dueños absolutos del poder público.
“Pero no sólo eso, en un país como el nuestro, con tantos privilegios y tanta desigualdad, la democracia adquiere una dimensión social fundamental, se convierte en un asunto de sobrevivencia. La democracia es la única opción, la única esperanza para millones de pobres, para la mayoría de la gente de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo”.
Y por si fuera poco, dijo, “no podemos olvidar que por esta causa muchos mexicanos se han sacrificado y han perdido hasta la vida”.
¿Tendrán que hacer los mexicanos otra revolución para acceder a la democracia? Tal parece ser la pregunta que lanza López Obrador a las élites, a los grupos que llamó “los privilegiados de siempre” y que quieren seguir “decidiendo sobre el destino de toda la nación”.
Para el contenido de la proclama, la forma que la complemente: no es tiempo en el mundo de las guerras populares o las revoluciones violentas, digo yo. Por eso, lo que se necesita ahora de los nuevos Hidalgo, Morelos, Juárez, Villa, Zapata “y muchos héroes anónimos” es su disposición a la lucha y al sacrificio, y no empuñar ninguna otra arma que no sea la de la resistencia civil pacífica.
El discurso de ayer de López Obrador es uno de ruptura con la clase política en general -los mismos políticos de su partido quisieran estar haciendo otra cosa-, y con los usos y costumbres de un régimen de protección al gran dinero y al poder y que simula ser democrático y parte de un Estado de derecho. En ese sentido es muy parecido al que pronunció en la Cámara de Diputados en abril del año pasado cuando se defendió de las acusaciones con las cuales se pretendía desaforarlo del cargo de jefe de Gobierno de la ciudad de México.
Como el de entonces, el de ayer fue un discurso radical a favor de la democracia que entusiasma a los duros del movimiento que no se crea que son pocos. Estos duros, por cierto, no quieren expropiar los medios de producción e instaurar el socialismo; ni tampoco establecer una dictadura de los pobres o quitarle sus casas a los ricos o perseguir ésta o aquélla religión.
Solamente quieren que gobiernen quienes sean elegidos libremente por los ciudadanos. Y que si un gobierno no funciona, así sea el que antes hayan elegido, que tengan la posibilidad legal de cambiarlo pacíficamente, yendo cada tanto un domingo cualquiera a las urnas, y sin que se les exija incluso sacrificar su vida para ejercer ese derecho tan simple y elemental.
En este sector al que sin duda representa el López Obrador del discurso de ayer, participan todos los oradores de ayer. Lo mismo los actores Jesusa Rodríguez, Héctor Bonilla y Bruno Bichir, los presentadores; que las escritora Elena Poniatowska y Guadalupe Loaeza, que las luchadoras sociales Rosario Ibarra y Evangelina Corona.
Se huele aquí un ánimo de ahora o nunca, que también se expresó en el “disculpen las molestias que puede ocasionar nuestro movimiento”, que lanzó ayer López Obrador quien enseguida pidió a sus adversarios “entender que esta lucha es necesaria, no sólo para nosotros, sino para todos; porque sólo con democracia viviremos en armonía y México será un país respetable y respetado”.
Con la asamblea permanente en el corazón de la capital de la república; con miles de ciudadanos apostados sobre la calle, López Obrador dio un nuevo curso al movimiento poselectoral y eleva de nivel la lucha por las mentes y los corazones de los ciudadanos, como se refieren en la democracia política estadunidense a lo que la izquierda llama lucha ideológica.
Esta nueva forma de lucha propiciará asimismo que adquiera forma organizada el estado de deliberación que se vive en hogares, centros de trabajo y sitios de reunión de los mexicanos que comenzó desde la noche misma del 2 de julio.
De esta discusión democrática saldrán muchas ideas e iniciativas de acción. Y, muy importante, se demuestra al mismo tiempo que los lopezobradoristas no cejan en su decisión de que se recuenten los votos, sin caer en la desesperación de promover actos no pacíficos.
Como quiera que sea, los campamentos que anoche ya se llenaban de ciudadanos sobre todo del Distrito Federal mantendrán en el centro de la discusión el tema de quién ganó la elección presidencial, a un mes de celebrada ésta. Todos los actores de la sociedad tendrán que definirse. Si no impedimos la imposición de Calderón ya no habrá elecciones democráticas en México, dijo más o menos Ricardo Monreal a Ricardo Castillo en la entrevista que publicamos aquí el viernes pasado. Esto no es 1988, ni Andrés Manuel es Cuauhtémoc Cárdenas, fue otra frase recurrente que se escuchó ayer después del anuncio de la asamblea permanente por López Obrador.
Hace 18 años, el gran movimiento popular electoral que encabezó Cárdenas no pudo impedir la consumación del fraude que impuso a Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia de la República. No podía arriesgar al pueblo a la represión, justificaría después el dirigente de entonces para explicar porqué llevó el movimiento hacia la fundación de un nuevo partido más que a la movilización callejera y quizá otras formas radicales de lucha.
¿Podrá el gran movimiento ciudadano electoral que encabeza López Obrador impedir que llegue Calderón a la Presidencia? La decisión de copar avenidas estratégicas del centro político y económico del país ¿será vista como una medida irresponsable que arriesga a los participantes o, por el contrario, como una medida de fuerza que atraerá nuevos adeptos y que terminará por abrir camino a una nueva política en el país? A una política en que estén en primer lugar los intereses de los ciudadanos y no de los partidos, los gobernantes y los empresarios que sólo ven por sus fines inmediatos?
Hé allí el gran dilema de estos tiempos históricos que corren en el país.