EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La honestidad como recurso literario

Federico Vite

Noviembre 16, 2021

Al buen Sebas Guerra.

¿Cuánto dolor puede soportar una persona en la tierra? Se pregunta Philip Roth en Patrimony. A true story (Estados Unidos, Vintage, 1991, 238 páginas). Desgraciadamente no tiene respuesta. Seguro buscaba una frase que delimitara esa interrogante y por eso comenzó la escritura de este libro en el que analizó los últimos meses de vida de Herman Roth, un vendedor de seguros que conocía a la perfección Newark. La especialidad de Herman, padre del novelista Philip Roth, era la vitalidad. Dio brillo a las calles de su barrio y obviamente fue la columna vertebral del escritor. El padre no es visto con la compasión de un hijo que está concretando un divorcio y sufre un ataque cardiaco porque la ansiedad abruma y enferma. El Herman ahí descrito es un humano entrañable.
El libro arranca con la descripción de los problemas en el ojo derecho de Herman. No ve mucho; también tiene una parálisis facial en ese lado del rostro, propiciada por un tumor en el cerebro. Obviamente es imperativo extraerlo, pero antes debe hacerse algunos análisis y en ese proceso se da cuenta que no va a ser algo muy sencillo. En esos momentos, Herman tiene pensamientos ominosos y fúnebres. El hijo vive en otra parte de Estados Unidos. Trabaja y a menudo imagina que Herman está sentado en la penumbra, solo en su habitación, pensando en el tumor. Es un hombre rudo. Pero una situación así abate a cualquiera. La muerte se asoma y matiza la vida que, narrada por Roth, seduce bastante al lector. Entre biopsias, agujas, perforaciones, secreciones y hospitales, Roth rememora la muerte de su madre mientras cuida a su padre. Ella falleció en un restaurante de un paro cardiaco. Fue una experiencia tremenda. El hijo detalla la vida de su padre como viudo. Habla de los ancianos amigos del padre, de las amigas que requieren compañía y la demandan; también de las mujeres a las que su padre atosiga. Detalla los problemas físicos del padre, los achaques, los anhelos. Fuerte, el vínculo entre ellos.
El realismo con el que Roth narra el desarrollo de la enfermedad es plausible. Bajo esa tesitura revela los matices de una relación familiar masculina. El hijo escribe sobre el padre para clarificar toda esa densidad con la que aprieta, y asfixia, la muerte. Roth posee el temple para no abusar de la intimidad ni para engolosinarse con la vida del padre y de la madre, simplemente detalla el descenso de la vitalidad y lo hace, curiosamente, con ternura y un poco de humor, pero tensa dolorosamente la trama cuando lo irremediable acontece.
Durante la lectura de Patrimony uno se da cuenta que algunos libros, como Deception (1990) o The plot against America (2004), nacieron en este periodo de la enfermedad. Operation Shylock (1993) también surgió de una experiencia paterna. Herman recibía llamadas telefónicas misteriosas cuyo mensaje era una simple risa. Alguien se burlaba del tumor, de la parálisis facial y de la catarata en el ojo derecho. Esa emoción encapsuló una densidad que, como les decía, devino en una novela.
Un narrador está conformado por oleadas de información sensible que requieren tratamiento especial para ser moldeadas en un texto. Y ese molde, casi siempre, se estructura gracias a las sacudidas que da la existencia, desplazamientos telúricos que ayudan a colocar los cimientos de un relato. Durante la escritura de Patrimony, Roth tuvo algunos problemas con el tratamiento del tema. En el documental Arena Roth confiesa: “Trato de tener una buena memoria, de observar y hacer una análisis de todas esas cosas que están ahí. El libro vino por muchos motivos, fue muy difícil. Una no ficción sobre un tumor comenzó con una nota personal sobre la naturaleza de mi oficio y en mi mente se estaba insinuando lo que iba a ocurrir después de la muerte de alguien amado. Días después del funeral me senté y escribí el último capítulo. No invertí mucho tiempo en este proyecto. No le dije a mi padre que estaba trabajando en este libro. No, obviamente no. Si él hubiera sobrevivido al tumor tampoco hubiera publicado Patrimony. Este libro no hubiera sido publicado aún si él estuviera vivo”, asevera Roth, porque considera que lo importante de Patrimony es recordar esos días. Las últimas charlas con Herman, la forma de tocar el mundo en esas circunstancias. Y agrega: “No sentí libertad al escribirlo sabiendo que no podría ser publicado mientras estuviera vivo mi padre”.
Al leer Patrimony nos damos cuenta que este volumen se estructura con las anotaciones de una bitácora que nos conduce, irremediablemente, al pasado, donde la fortaleza, la salud y la razón asisten a Herman. El proyecto posee eso que busca todo novelista, intimidad y complicidad. No es la primera vez que Roth lo intenta. Ya lo había logrado en My life as a man (1974). En ese documento abordó las fallidas relaciones entre hombres y mujeres. Una novela dentro de otra novela, un laberíntico edificio sobre la fascinante relación entre parejas. Yo veo ese libro como un examen riguroso de consciencia; en especial, porque pone la mirada sobre la vida sexual y la ceguera que produce el ansia por la carne de una forma fascinante. The facts (1988) es otro proyecto que muestra el talento de Roth para hablar de la realidad como una novela. Ahí analiza su vida. Repasa la tranquila niñez en los años treinta y cuarenta; la preparación para la vida norteamericana en los años cincuenta; los enredos pasionales cuando era un joven ambicioso, la relación con la persona más irascible que conoció (‘la chica de mis sueños’, decía Roth); el encontronazo que tuvo con la comunidad judía tras la publicación de Goodbye, Columbus (1959) y, por supuesto, detalla el descubrimiento, durante los excesos de los años 60 del siglo pasado, de una veta temática que no había explotado y que lo llevó a escribir Portnoy’s complaint (1969).
Cuando se abre Patrimony, Herman tiene 86 años. ¿Qué puede esperarse a esa edad? Se pregunta Roth. Obviamente la respuesta es obtener más vida. Es memorable una escena. Los Roth asisten a un recital de un cuarteto de cuerdas en el club social de Herman; eso distrae al padre de la enfermedad, hablan de los Mets, de las historias de la infancia en Newark, de las mujeres y de los amigos. Herman Roth es obstinado, exigente, duro. Se comporta como un niño e incluso acosa a una mujer. Es un ser humano entrañable que comprende que todos sus actos son un reflejo del miedo. Y eso lo hace ver el hijo en este hermoso ejercicio de honestidad. La honestidad no es un valor literario, pero rezuma por los cuatro costados de este libro. Resulta esencial para efectos de un proyecto como este.
La relación entre un padre y un hijo es un enigma, un acto de amor matizado por lo humano. Y ese acto de amor, cuando llega el momento de decir adiós, modula la realidad. Se experimenta el temor, la orfandad y el enojo, sobre todo el enojo de convertirse en un ser humano total, alguien con un pie en el umbral de la muerte y el otro en la antesala de la vida. No importa la edad que uno tenga. La vida implica eso, después de la muerte del padre, el hijo se ha de convertir en un ser humano con claroscuros que le ayudan a navegar por las rutas temibles de los días. ¿Cómo se logra eso? No lo sé. Pero a eso le llamamos vida. Después del funeral, Roth soñaba con su padre y Herman le decía: “Me dejaste desnudo, solo con una sábana para vestirme”. Eso le daba un poco de culpa al novelista. En realidad, quien quedó desnudo fue el hijo. Siempre es el hijo.