EL-SUR

Lunes 20 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La ideología de los buenos y de los malos

Jesús Mendoza Zaragoza

Abril 15, 2024

Se ha hecho costumbre, tanto entre los ciudadanos como entre los políticos y gobernantes la horrible costumbre de decir que “somos más los buenos que los malos” ante los estragos de las violencias, como si se tratara de un exorcismo para aplacar o aniquilar a aquéllos a los que se consideran malos. Y hay algo aún peor, cuando estas calificaciones se desplazan al ámbito propiamente político partidista con esa visión excluyente, creyendo que los buenos somos nosotros y los malos son los demás. Y así se van configurando dos mundos contrapuestos: el de los buenos y el de los malos. Malos son quienes no piensan como nosotros o no tienen nuestra filiación política. O aquéllos que tienen diferencias en las opiniones en este mundo tan plural. Esta descalificación es excluyente y rompe con la vida social y política.
Hay una ideología detrás de esta mentalidad de “los buenos y los malos”; una ideología que moraliza todo. Esa calificación moralizante es la que nos está haciendo tanto daño y nos está polarizando. ¿Con qué derecho moralizamos las diferencias? ¿Qué no está por delante el derecho a ser diferentes y, por lo mismo, a pensar diferente? Es la ideología del pensamiento único la que se va imponiendo como ideología dominante que oculta la realidad, fragmenta la sociedad y rompe el tejido social.
Hablar de buenos y malos como una manera de ver la realidad, implica prejuicios que nos impiden conocerla tal cual es y nos impiden también aceptarla como es. No nos permite construir una actitud responsable hacia ella para transformarla de acuerdo con el bien común. Con los prejuicios moralizantes desubicamos nuestra mirada y nuestra manera de mirar a los demás porque visualizamos un mundo imaginario, a la medida de nuestros prejuicios. Hablar de buenos y malos, nos lleva a apreciar a los que consideramos buenos y a despreciar, rechazar e, incluso, a insultar a quienes consideramos malos.
Hay un hecho: la realidad es mucho más que una idea, una ideología del mundo que deseamos. La ideología que moraliza todo nos impide conocer la realidad y, por lo mismo, hacer análisis y diagnósticos que ayuden a mejorar las condiciones de vida de la gente de nuestro país. La ideología de “los buenos y los malos” nos hace incapaces de transformar la realidad social porque la esconde detrás de ese prejuicio. Tampoco nos permite encontrarnos debido a la descalificación moral que daña las relaciones. Y tampoco nos permite escucharnos y dialogar, cosa indispensable para el desarrollo, el progreso y la democracia.
¿Cuál es el papel de la ideología? Según Marx, tiene dos papeles: ocultar la injusticia y la explotación y justificar un camino para superarlas. Un papel negativo y otro positivo. Ahora, en este caso se trata de una ideología estructurada como tal, como la del marxismo o la del liberalismo económico. Pero todos vivimos con una ideología implícita aún cuando no esté estructurada. En este sentido, no existe neutralidad ideológica. Todos tenemos nuestras ideas, aun cuando no estén estructuradas: y por hoy me refiero a esas ideas relacionadas con “los buenos y los malos” que se va construyendo en el ámbito nacional para mirar el contexto de violencia y para mirar también la polarización como efecto de la política.
Esta ideología de “los buenos y los malos” es una trampa conservadora porque nos impide el acceso a la realidad tal como es y, por lo mismo, esa realidad no puede ser transformada en el sentido de la justicia y de la paz. Esa mirada ideológica oculta intereses, a veces legítimos y a veces ilegítimos, confesados o no confesados. Intereses de poder, sobre todo.
En cuanto hablamos de los buenos (nosotros) y los malos (los delincuentes), nadie gana nada porque no corresponde a la realidad. Conozco a personas que están en los grupos delincuenciales por la fuerza y por razones de la pobreza extrema en la que viven. Muchos de ellos han sido anteriormente víctimas de la pobreza o de la delincuencia y no merecen ser descalificados como malos. Y conozco también a quienes, desde el poder se han estado calificando a sí mismos como buenos y siguen siendo embusteros y corruptos.
Además, la calificación moral no sirve para nada, más que para descalificar, despreciar, insultar y odiar. Además, hay que hacer una distinción al analizar a los actores de la violencia. Por un lado, están los “capos”, los jefes; vamos, los dueños de los grupos criminales, quienes toman las decisiones para comercializar las drogas, para asesinar, para cometer estragos en los territorios y para todas sus fechorías. Por otro lado, están los “trabajadores”, los narcomenudistas, los sicarios, los halcones y demás, que no tienen las mismas responsabilidades que los jefes. Y, además, está la base social que está en los territorios ocupados por las bandas criminales, que tienen que obedecer a los jefes. No podemos meter en el mismo saco a todos si somos serios en el análisis.
Por otro lado, si nos vamos al ámbito político donde también se da la calificación de buenos y malos por asuntos de poder. Hay filias y fobias relacionadas con la conquista del poder o para retenerlo. Mientras que un partido se califica como el de los buenos, descalifica a quienes están en otro partido como los malos utilizando diversos calificativos de manera despectiva y hasta insultante. Y se da vía a la polarización política que deriva también en polarización social. Y la consecuencia está en un contexto lleno de descalificaciones, de desprecios, de rechazos, de conflictos innecesarios y hasta de odios, y nuestra cultura política se va convirtiendo en espacio de rivalidades entre gobiernos y oposiciones, que frenan el desarrollo y enferman el sendero hacia la democracia.
Hablar de buenos y de malos para calificar y descalificar no nos lleva a ninguna parte. Sólo genera un estéril desgaste social y político. Es más, esta tendencia no corresponde a las posibilidades de las ciencias sociales. Sería mejor que abandonáramos esta tendencia moralizante, volviéndonos más responsables para reconocer la realidad sin adjetivos morales para poder entendernos y dialogar sobre el presente y el futuro del país.