EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La importancia de la identidad

Juan Angulo Osorio

Diciembre 06, 2005

EL FIN Y LOS MEDIOS

En la política y en la vida social toda existen valores subjetivos que influyen en el comportamiento de los individuos más de lo que suponen los eficientistas, que pregonan que al ciudadano común ya no le importan las ideologías de los gobiernos, sino solamente que éstos den resultados.

Vale la pena reflexionar sobre lo anterior porque en Guerrero –cuna de valores subjetivos como el federalismo y el espíritu republicano– cunde la idea de que los gobiernos deben formarse con los más capaces, independientemente del partido del que provengan, eufemismo para encubrir a los que vienen del partido dominante en 70 años, el PRI, que son la inmensa mayoría.

Es decir, según esto no importa la ideología de los nuevos funcionarios, ni las prácticas que éstos pueden traer a la nueva administración gubernamental, y a las municipales, ni vale la pena reparar en si rompieron con los intereses del grupo político y económico al que siempre han pertenecido.

Lo que importa es que sean (formalmente) leales al gobernante en turno –a la persona, no a la institución– y que sean (aparentemente) capaces para desempeñar el puesto al que fueron invitados.

Va aquí una historia fascinante acerca de la importancia de tener una identidad propia y de saber respetar el pasado de los pueblos.

Un equipo de futbol que está de moda en el mundo es el Barcelona, el Barça, como le dicen sus seguidores no sólo catalanes. Y más después de que hace apenas una semana humilló a su contrincante histórico el Real Madrid, al que venció 3 goles a 0 en casa de éste con dos goles de antología de su astro Ronaldinho.

Pero el Barça comenzó mal la actual campaña. Ganaba, perdía y sobre todo empataba, y ya no se le veía el orden y la chispa que lo llevaron a ser el campeón de la liga española en la temporada pasada, para gloria de nuetro Rafael Márquez, pilar indiscutible del equipo. La leyenda del futbol holandés y europeo, Johann Cruyff –que alguna vez entrenó al equipo catalán y lo llevó al campeonato– abrió una polémica con Deco, el armador de la media cancha, de quien dijo que estaba jugando muy mal, y el portugués contestó al genio de la Naranja Mecánica de los 70: “No le gusta que yo no sea de Holanda”.

Pero después se confirmó que el problema estaba afuera de la cancha. Un escándolo se había desatado cuando se supo que un alto dirigente del club pertenecía a una fundación de origen franquista. ¡Cómo podría ser que un seguidor del dictador Francisco Franco, que tanto daño había infligido al pueblo catalán, pudiese ser directivo del equipo de futbol emblemático de esa nacionalidad!

Se trataba de Alejandro Echevarría, cuñado para más señas del presidente de la directiva, Joan Laporta, un grupo que se encontraba en la cúspide de su mandato precisamente porque se logró el campeonato después de varios años de sequía. Era Echevarría, para que se vea, un funcionario eficaz. Incluso sus adversarios le reconocían que con él mejoró sustancialmente la seguridad en el estadio y en sus alrededores; y se le atribuía la promoción para que alineara en el primer equipo el jovencito de origen argentino Leonel Messi, convertido ahora a sus 19 años en otra estrella rutilante de la escuadra junto al mencionado Ronaldinho y al camerunés Samuel Eto’o.

No obstante, la afición catalana simplemente no soportó que un franquista fuese parte de la directiva de su equipo. Laporta apoyó a su cuñado con toda su fuerza, pese a las evidencias que una a una fueron demostrando que formaba parte de la Fundación Francisco Franco. Incluso rechazó la renuncia que un presionado Echevarría le entregó.

Pero se acercaba una semana decisiva para el equipo. Como casi nunca ocurre en los torneos europeos, el Barça jugaría en su casa tres partidos en fila en una sola semana. Oportunidad de oro para acercarse a la punta de la clasificación e iniciar un nuevo despegue. Nada debería hacer que los aficionados siguieran ocupados en el escándalo, y una noche antes del partido contra el Osasuna de Javier Aguirre presentó Echevarría su renuncia con carácter irrevocable.

La prensa de Madrid y Barcelona interpretó el hecho en el sentido de que Laporta y su directiva evitaron de ese modo someterse al plebiscito del estadio, que seguramente sería negativo. A la siguiente noche, ya sin Echevarría en el cargo, el público se concentró en apoyar a su equipo. Llenó el Camp Nou para un partido con una escuadra sin gran cartel. Cantó como nunca el himno del equipo, que ensalza el orgullo catalán. Siguió con aplausos cálidos la ceremonia de reivindicación de los seis países catalanes en los que viven 11 y medio millones de ídem, según se escuchó en el sonido del estadio. En el primer tiempo los jugadores como que seguían desconcentrados, pero a cada buena jugada recibían el aliento de los aficionados, que también los animaban en sus errores.

Para el segundo tiempo, de la mano de Messi, Ronaldinho y Eto’o, un confiadísimo equipo arrolló a su rival al que le metieron tres goles por ninguno en contra. Desde entonces, el sábado 22 de octubre, el Barça ha ganado todos sus partidos –incluidos los de la Copa de Campeones de Europa, la Champions– varios con al menos tres goles de diferencia, lo que es infrecuente en el futbol.

Los jugadores habían recuperado el estímulo de su público, al cual ya no lo distraía el hecho de que un extraño a su ideología y a su historia estuviese no solamente en casa, sino en la dirigencia de la misma.

En su edición del domingo 23, La Vanguardia, el decano de los diarios catalanes, tituló del siguiente modo la reseña del encuentro: Y Messi puso su pancarta, con el siguiente balazo: El niño fue la luz de una noche en que la grada prefirio el futbol al palco. En la cornisa de la página 60 aparecía la siguiente frase: La respuesta de la afición a la crisis.

Un funcionario eficiente y que daba resultados había caído. Acá, varios de los altos funcionarios del gobierno estatal, y de los nuevos municipales, ni son tan eficientes ni parece que vayan a dar tan buenos resultados, pero sí pertenecen –como Echevarría– a un pasado de gobiernos responsables del atraso del estado, la pobreza en que viven la mayoría de su habitantes y la persecución y muerte que sufrieron cientos de sus mejores hombres y mujeres. ¿Podrá así levantarse el orgullo de un pueblo para que apoye y fortalezca a sus gobernantes? No creo.