Silvestre Pacheco León
Mayo 29, 2016
Lo sucedido con Suria y Elba me mantuvo en constante presión mientras permanecimos en Iguala tratando de recuperar historias relacionadas con la desaparición de los estudiantes normalistas.
A veces pensaba que aunque era poco el tiempo que teníamos de habernos reunido los tres, por la intuición propia de las mujeres, quizá entre ellas se habrían confesado la relación que mantuvieron conmigo y que, a propósito, hasta podrían haber convenido comportarse frente a mí como si cada una lo ignorara, aunque en la conclusión de ese razonamiento no encontraba yo nada que lo justificara.
¿Y si solamente se están divirtiendo a mis costillas? Eso lo llegué a pensar después de las manifestaciones de cariño que cada una me prodigaba.
Aunque pensándolo bien, las dos se cuidaba de acercarse a mí cuando la otra no estaba y, siendo así, concluía que no podrían estar jugando a mis costillas.
A medida que se acercaba la noche la presión aumentaba pensando en la manera como nos acomodaríamos para dormir, pues aunque para mi conveniencia se me ocurría suponer que lo natural era que mis amigas durmieran juntas, en seguida me asaltaba la idea de que Suria quisiera irse conmigo, aunque luego recapacitaba pensando que le importaría guardar discreción con lo nuestro.
Sin embargo, a veces me dejaba llevar por esos pensamientos incontrolables de la mente. Cuando me daba cuenta ya estaba imaginando el extremo de que fuera Elba la que quisiera aprovechar nuestro encuentro para pasar la noche conmigo.
Con pesar concluía que por mi ambición de retomar la relación con la dos, ponía en riesgo el reencuentro con Suria y hasta la posibilidad de reanudar la que había terminado con Elba.
Como todo macho yo deseaba que se mantuviera en secreto la relación que había sostenido con ambas, y que Elba no se enterara de lo sucedido recientemente con Suria, aunque a veces me asaltaba en mi cabeza el dicho aquel del perro con las dos tortas.
Mis pensamientos iban y venían con el tema cuando Suria abordó lo del hospedaje, dijo que teníamos que conseguir el hotel, y aunque ella conocía el que frecuentaban los corresponsales de prensa en el centro de la ciudad, estuvo de acuerdo con Elba en que fuera yo quien tomara la determinación.
Íbamos camino al hotel cuando en aras de llegar rápido imprudentemente tomé una cuadra de la calle en sentido contrario.
Nos sorprendió la presteza con la que llegó una patrulla tras de nosotros y el agente hasta nuestra puerta.
Después de apuntar hacia el disco que avisaba el sentido de la circulación me pidió la tarjeta de circulación y mi licencia de conducir, luego me informó que la infracción ameritaba la detención del vehículo, mismo que podría yo recuperar hasta el lunes porque el fin de semana se cerraban las oficinas.
Cuando encaraba al cumplido agente de tránsito para que me devolviera mis documentos sin despojarme del vehículo, mis compañeras bajaron del auto dirigiéndose al hotel que estaba a unos cuantos pasos.
Como mi protesta subió de tono, pronto llegó otra patrulla como refuerzo. De esta bajó el jefe quien tomó en sus manos la negociación. Me dijo que debía acompañarlo a la oficina para pagar la multa y que allá me devolverían el coche.
Subido en el vehículo custodiado por las patrullas, mi corazón se sobresaltó cuando miré que también nos acompañaba un vehículo de Protección Civil.
Suria y Elba me alcanzaron después, cuando preocupadas por mi tardanza llegaron en mi busca.
Iban a reclamar mi desatención de no llamarlas por teléfono cuando me vieron platicando con un agente de tránsito interesado en que yo escuchara y escribiera su historia.
Después entendí que el jefe de la patrulla me había llevado a su oficina para negociar la infracción a cambio de realizarle una entrevista a su compañero para informar de un problema que le preocupaba.
Lo que me platicó tenía relación con lo que Héctor Mauleón escribió para la revista Nexos sobre los Guerreros Unidos, donde narra el vínculo que había en Iguala entre el crimen organizado y las corporaciones policiacas.
El agente contó que su primo Raúl, era el muchacho que trabajaba en la finca de uno de los jefes criminales como lo narra Mauleón.
–Quiero que se conozca el caso ahora que ése fulano está en la cárcel.
Me contó que su primo llegó una noche a su casa con su familia pidiéndole asilo porque creía que su patrón podría andarlo buscando.
Había decidido abandonar el empleo cuando se enteró de que su patrón andaba en cosas ilegales.
En la finca cuidaba como setenta gallos y su obligación era sacarlos todos los días al sol y alimentarlos, luego volverlos a meter en el corral.
Raúl dejó el trabajo cuando su patrón le encargó llevar una mochila en un carro hasta una bodega en las afueras de Iguala. Curioseando la mochila descubrió que el contenido eran armas y parque.
El susto que se llevó lo animó a dejar el trabajo. En vez de regresar con los gallos se dirigió hasta su casa y se llevó a su familia para esconderse por si lo seguían.
Como no pudo irse lejos sólo se cambió de colonia y se puso a trabajar de chofer en una combi.
Habían pasado como quince días de haber dejado los gallos cuando una tarde tuvo que enfrenar intempestivamente porque un carro se le cerró.
Era su antiguo patrón quien lo bajó de la combi a punta de golpes hasta que se cansó.
–¡Esto es por abandonar mis gallos, pendejo! A ver si así no se te olvida.
Luego se lo llevó a un cerro donde los sicarios lo torturaron golpeándolo con una tabla enfrente de su familia que estaba secuestrada.
Lo liberaron una semana después bajo la advertencia de que tenía que regresar a cuidar los gallos.
–¡Pero ahora vas a trabajar a guevo y sin paga cabrón!, le dijo el mafioso.
–Acuérdate que ya conozco a tu familia y los voy a matar a todos si vuelves a dejar mis gallos, le dijo como amenaza.
Después de eso y de que su patrón fue detenido y encarcelado, Raúl tenía miedo de dejar el trabajo, a pesar de que su primo lo animaba a que se fuera lejos.
–Pensamos que si su caso se conoce las autoridades puedan intervenir para que le den las garantías.
Luego de la entrevista recogimos el auto con una infracción condonada y nos dirigimos al hotel donde mis compañeras habían contratado una habitación para los tres.