EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

La inmediatez y la frivolidad

Andrés Juárez

Abril 06, 2018

En tiempos de internet y teléfonos inteligentes conectados permanentemente, el reto está en sufrir sin testigos. Como el personaje Gustín K, de la novela El secuestro de Georges Perec, que agobiado por la culpa y el asco huye del torreón donde había sido feliz y se echa a vagabundear por el bosque, para imponerse el castigo de Dios, padecer hambre y cansancio, hasta que toca el portón de un cortijo y pregunta si, en el contorno, había un Locus Solus, un lugar para envilecerse e imponerse sufrimiento por el terrible crimen. El dueño del cortijo lo manda a un islote en el curso del río, donde hay un montículo, un pico muy rocoso donde se podía padecer sin ser visto.
Mucho se ha descrito el hábito de compartir de manera compulsiva y en tiempo real los acontecimientos placenteros de la vida cotidiana. Y con mucho más esmero, los grandes placeres como el amor, el sexo, el viajar, el comer. Resulta incómodo y, para muchos, molesto, que las personas compartan el gozo experimentado, como si gozar la vida no fuera un derecho. Por el contrario, parece que celebramos la publicidad del sufrimiento. Acaso porque nos recuerda que nadie está a salvo en tiempos atroces.
En la primera escena de la película Los amantes pasajeros, de Pedro Almodóvar, un maletero resulta herido. Herido en un dedo. Lo primero que hace no es chuparse el dedo –instinto natural ante dolor o sangre en la mano– sino sacar el celular y publicar silabeando en Facebook: “me es toy desan gran do vi vo”. Una burla muy oportuna. Compartir o no el dolor o el gozo no es la cuestión de fondo. El punto, desde mi perspectiva, es la inmediatez que nos impone la tecnología. Y lo mucho de la creación humana que se erosiona con la tormenta de la inmediatez. ¿Nos estaremos perdiendo de algunos ensayos críticos, tesis, novelas, poesía porque los escritores y pensadores en ciernes están usando demasiado el Twitter? ¿Hay un exceso de drama derramado sin sentido? Como el personaje de Perec, ya pocos están dispuestos al aislamiento para sintetizar y destilar el dolor a fuego lento. No habrá ningún montículo aislado del ojo alterno.
La prisa por compartir la experiencia humana convierte la propia experiencia, desde el goce o sufrimiento hasta las ideas políticas, en una frivolidad. Cualquier cosa que se diga o comparta de forma inmediata nos convierte en personas frívolas, al menos ante la mirada ajena. El duelo por la muerte de una persona expresada en la foto de un moño negro no logra expresar el posible hueco en el alma; una postal de un paisaje bello no logra expresar la alegría de explorar nuevos espacios o lugares; el check-in en un sitio no logra describir el aprendizaje de haber tomado un camino nuevo. Y luego, las condiciones en las que se encuentra el receptor del mensaje. Se envía una fotografía del plato que se está comiendo mientras quien recibe el mensaje está en crisis por no poder pagarse el plato del día.
Hace unos días vagaba por un país extraño. Me pareció buena idea enviar saludos a personas por Whatsapp para decirles que en medio de la alegría los estaba pensando. Pensé que, de ser yo en su caso, me sentiría halagado de que alguien me tuviera en mente durante un momento de bienestar. Hasta que una persona me contestó, desde un momento de crisis, que disfrutara el viaje y que dejara en paz a quienes estaban tratando de trabajar, que luego nos veríamos para conversar. ¿Es un asunto circunstancial? ¿Cuál de los dos extremos del mensaje está equivocado: el emisor o el receptor?
En la conversación pública sucede, creo, algo similar. Grandes y graves sucesos pueden estar sucediendo en el país. Y de pronto es necesario emitir un mensaje, un tuit, una columna coyuntural. Los análisis muchas veces carecen de profundidad, pues ésta requiere de lo esencial: tiempo, serenidad y silencio. Pero la prisa de lo inmediato impera. Gana quien escribe con mayor velocidad. La conversación pública ya no es superficial tanto como lo es frívola: ora se condena la desgracia de los desaparecidos ora se escandaliza por la corrupción ora cuenta un chiste sexista ora dice que necesita tacos al pastor: un timeline cualquiera, porque no pesa tanto la necesidad de comprometerse a profundidad con un asunto público sino la urgencia de participar en un hilo de moda o tendencia.
En la era de los blogs, las videocolumnas y los post de Facebook, ya nadie quiere escribir como lo hacía el poeta anarquista Pessoa y luego echar los folios a un baúl, con la certidumbre de que nunca nadie los leería. Impera más la necesidad de ser leídos que de escribir. La inmediatez como detonador de lo insustancial.

La caminera

Existe una costumbre en redes sociales, relativamente nueva, una pinche modita. Usuarios del transporte público toman fotografías a personajes cotidianos: una ama de casa que vuelve del mercado, un trabajador de la construcción que duerme rendido por insolación, un hombre con rasgos indígenas. Luego usan aplicaciones de filtros como Snapchat, para compartirlas con contactos o seguidores y burlarse de las personas fotografiadas. Sin derecho de réplica porque la brecha digital se manifiesta. Es la última frontera del clasi-racismo mexicano.