EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La insuficiente inconformidad

Jesús Mendoza Zaragoza

Junio 27, 2016

Hay enojo por todas partes. Enojos grandes y enojos pequeños, enojos de personas, de grupos, de sectores sociales, de organizaciones y de masas. Enojos contra los gobiernos, contra los políticos, contra los partidos, contra las organizaciones criminales, contra las mafias políticas y económicas. También hay enojos contra las empresas, contra las iglesias, contra los medios y contra otros enojados. Parece que tenemos una epidemia de ira que se está desbordando y que se está enfocando peligrosamente hacia las instituciones del gobierno. La miramos en las calles y, también, en las redes sociales. Este enojo se va acumulando y se va convirtiendo en rencor y en odio con todos sus efectos destructivos. Y si no le ponemos atención, este enojo puede estallar de manera incontrolable.
El enojo como respuesta emocional es muy humano pero puede volverse incontrolable. Puede desatar fuerzas destructivas pero, también, puede canalizarse de manera constructiva cuando tiene el matiz de la indignación. El enojo ante una injusticia, ante un agravio tiene un sentido positivo y muestra sensibilidad ante el dolor propio o del ajeno. Sobre todo ante el ajeno. El enojo como indignación, como indignación ética puede orientar hacia respuestas positivas y bondadosas. Sucede cuando la indignación se pone bajo el régimen de la razón y del valor supremo de la dignidad humana, que se constituye la clave para responder ante los abusos, las injusticias o las situaciones que dañan a las personas y a los pueblos.
La dignidad humana como valor supremo puede orientar la indignación hacia la dignificación de quien ha sido violentado, amenazado o agraviado y, al mismo tiempo, de quien agravia, violenta o amenaza. La indignación apela a la dignificación tanto de la víctima como del victimario. Aunque lo hace de forma distinta y tomando partido por la víctima. La víctima ha sido violentada y su dignidad ha sido herida. El victimario ha atrofiado su propia dignidad y por eso violenta a sus víctimas. Por eso, en el proceso de dignificación se busca reconstruir como personas tanto a la víctima como al victimario.
En México hay quienes han elegido convertirse en victimarios. Y lo hacen encumbrados en el poder. Desde luego, están las organizaciones criminales que tienen bajo su control territorios a lo largo y ancho del país y, además, muchas instituciones públicas, pero también están todas las élites que desde el poder abusan y oprimen a los pueblos. Las élites políticas que controlan las instituciones públicas están jugando el papel de victimarios. La mayor parte de la ira social está dirigida hacia ellas. También las élites económicas y mediáticas son destinatarias de esta ira. Hay que decir lo mismo de las élites religiosas y universitarias.
Las inconformidades y los enojos expresan el sentir de gran parte de la sociedad que ya no está dispuesta a la maldita resignación ni al silencio. Afortunadamente hay mucha gente enojada que busca los cambios necesarios para que disminuyan los abusos, las injusticias y las corruptelas. En este punto, es preciso pensar en la canalización positiva del enojo para evitar eventuales efectos destructivos. En este sentido, la indignación debiera llevar a la solidaridad, a la lucha por la justicia y a la construcción de la paz, teniendo como referente el respeto a la dignidad humana de las víctimas y, aún, de los victimarios.
Quien lucha contra los atropellos no puede atropellar a nadie, quien protesta contra los abusos no puede abusar de su fuerza, quien reconoce la dignidad maltratada de la víctima también tiene que reconocer la grave deshumanización del victimario. Hay que reconstruir a las víctimas, así sean personas, familias, pueblos enteros o sectores sociales. Y hay que reconstruir la sociedad y las instituciones para que ya no haya victimarios. Se requiere una transformación social en la que se acote el poder de todas las élites, sobre todo las políticas, que han sido las más abusivas por el gran poder que han concentrado.
Más allá de la indignación y de la protesta como manifestaciones de inconformidad o como presión social para exigir demandas, se requiere la acción directa que transforme la situación que genera abusos, violencias e injusticias. Además de soltar el enojo de manera constructiva, evitando al máximo toda clase de atropellos, vandalismos y daños a terceros, mucho se puede hacer para la reconstrucción de la dignidad de las personas en la sociedad y en la esfera política. Desde luego, está la presión ciudadana a través de la movilización y la organización, pero también la resistencia civil no violenta con acciones directas tales como la no colaboración, la desobediencia civil, el boicot económico y diversas formas de lucha que buscan no solamente reivindicaciones parciales de algunos sectores sociales sino también la transformación de la sociedad misma.
No basta la inconformidad, no basta la indignación, no basta la protesta, no basta salir a la calle a gritar el enojo. Hay que ir más allá: a construir la sociedad que queremos, atacando las causas mismas de todos los abusos y de todas las injusticias.