EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La inundación de Quechultenango

Silvestre Pacheco León

Agosto 28, 2016

Era la fiesta del Chilo Cruz

Yo ni había relacionado la fecha del día en que amaneció lloviendo en Chilpancingo y se anunciaba que había dos ciclones, hasta que pasó la inundación.
Era viernes 13, y también del año 2013, para acabarla de amolar.
Con todo y la lluvia nosotros seguimos con la costumbre de pasar el fin de semana en el pueblo, y así nos fuimos el viernes porque teníamos el compromiso de rezarle a la Santa Cruz, otra de las costumbres familiares.
Aunque ya nadie siembra en la familia, la tradición nos quedó y seguimos la costumbre del rezo con el que se agradece el buen temporal de lluvias para que haya elotes en abundancia.
El viernes terminaba el rezo y teníamos que ver lo del atole y los tamales que se acostumbra dar a los acompañantes.
Salimos de Chilpancingo con la lluvia que no menguaba, y en la cañada de Tepechicotlán comenzó a darme congoja el río crecido.
A ver si podemos pasar el puente, le dije a mi hermano Hugo, pensando que en que vivimos al otro lado del río.
Todo el camino hasta Quechultenango la carretera era como un río, con lodo y piedras arrastradas desde el cerro.
Llegamos directo al rezo que se hizo nomás con los vecinos cercanos y la familia, que de por sí es numerosa.
Los invitados comieron a prisa los tamales y el atole por la tentación del río que seguía creciendo porque tenían que cruzar el puente de regreso para el pueblo.
La lluvia seguía en su punto y como desde la ventana de la casa veíamos el río que seguía creciendo, le dije a mi hermano Hugo que subieran los carros hasta la casa porque los habían dejado estacionados pasando el puente.
Cuando comenzó a oscurecer, ya la corriente del río estaba llegando al techo del puente y, como la lluvia seguía, en la noche dormíamos por ratos para estar pendientes de lo que pudiera suceder.
Tenía años de no escuchar el rumor del río crecido que de niña me despertaba asustada pensando en los animales arrastrados por la corriente entre las piedras hasta ahogarse.
Entonces no había puente para cruzar al pueblo y las crecientes nos dejaban aislados por días y a veces por semanas.
No recuerdo que mi familia se preparara de manera especial para esos tiempos lluviosos y del río crecido.
No almacenábamos víveres pensando en los días que no podíamos pasar, pero no sufríamos tampoco por eso, pues mientras hubiera maíz y leña, todo estaba resuelto, porque entonces hasta el agua la tomábamos recogida del cielo.
Ahora todo era distinto, y eso lo fui descubriendo al paso de los días porque, a pesar de que llevamos suficientes víveres para todo el fin de semana, comenzamos a tener problemas con la luz eléctrica y con el refrigerador.
¿Y si se nos acaba el gas? En eso pensaba en mi cama la primera noche en vela, con el aguacero en su punto y, claro, también ocupaba mi pensamiento la veloz corriente del río que pasaba llevando lo inimaginable, árboles gigantes, animales inflados, muebles de cocina, tambos de maíz y tanques de gas. Por fortuna ninguna persona arrastrada por la corriente, aunque ya nos había llegado el rumor de que en Coxcamila el río se había llevado a un niño.
También pensaba en mi madre, que ese año cumpliría 88 años de edad y tenía problemas de la presión.
¿Y si se enferma?
Creo que pensaba yo en todo, hasta en los animales que teníamos, los perritos recién nacidos de la Kiva y los pollos de mi mamá que, aunque estaban encerrados sin mojarse, eran los que más peligraban cerca del río.
Pero a pesar del mal tiempo, había buen ambiente familiar, estábamos cuatro hermanos con nuestras respectivas familias y mi madre. Todos nos sobreponíamos retomando las costumbres de otros tiempos, preparando los antojitos que se antojan en los días lluviosos, como las empanadas, el atole y los buñuelos del mes patrio.
Ya era sábado y la gente no se veía acongojada, a pesar de que los choferes de las combis mantenían al tanto de la población el comportamiento del río.
De lo que hablaba todo el mundo era de la pelea de Saúl Canelo Álvarez para esa noche, y los jóvenes y no tan jóvenes desde la tarde comenzaron a beber, por si el boxeador mexicano ganaba o perdía.
Sólo quienes vivimos muy cerca del río seguíamos con el pendiente de la creciente, por eso mi tía Duva quiso que la cruzaran del puente para venirse a la casa a dormir, porque nosotros vivimos en lo alto, casi pegados al cerro.
Para que el río llegue a nuestra casa, primero va a tener que inundar el pueblo, lo decíamos como sentencia cada vez que platicábamos sobre la seguridad de las casas.
En la noche del sábado fue cuando comenzaron los problemas, empezando porque al Canelo no le fue nada bien en su pelea con el negro.
Mi sobrino Joel, que andaba de novio en el pueblo, llegó en la noche para cruzar el río cuando el agua pasaba encima del puente.
No le hizo caso a su padre que le gritaba que no se arriesgara a pasar, que se quedara a dormir en la casa de sus abuelos, pero Joel pasó sobre el puente sin escuchar razones, con el agua arriba de la rodilla, de milagro se salvó, aunque no pudo escaparse del regaño de su papá.
Fue en la tarde cuando nos quedamos sin señal para los teléfonos celulares, y me acuerdo de eso porque la última foto que mi hermano Hugo pudo mandar a la familia fue del río a punto de encumbrar el puente.
Previniendo cualquier contratiempo le dije a mi hermano Vicente que pusiera a salvo a los cachorros de la Kiva y también a los pollos, apenas a tiempo porque, en cuanto los sacó, el río comenzó a entrar por la reja del patio. ¡Nuestra casa comenzaba a inundarse!
Cerca del gallinero estaban los tanques de gas que también peligraban, y cuando vimos que el lugar era invadido por el río, mi hermano Vicente se apresuró a desconectarlos mientras yo le alumbraba con una lámpara porque ya para entonces nos habíamos quedado sin luz eléctrica.
Con desesperación veía yo que el nivel del agua subía cada vez más a prisa, y que mi hermano sufría tratando de levantar los tanques de 30 kilos que ya estaban entre el agua.
Tuve que dejar de alumbrarle y correr a pedir ayuda, pensando que a mi hermano se lo podía llevar la creciente tratando de salvar los tanques de gas.