Federico Vite
Agosto 29, 2017
A propósito de Rito de iniciación (Alfaguara, México, 1997, 383 páginas), Rosario Castellanos, Chayo para sus lectores, dijo que estaba muy satisfecha de haber quemado todas las copias de esa novela, en 1965, porque decidió no publicarla. “Hubiera sido muy fácil entregarla a una editorial y hubiera sido muy deshonesto también”, confiesa la autora de Álbum de familia en una entrevista que concedió a Luis Adolfo Domínguez, jefe de redacción de la Revista de la Universidad de México. En esa charla, publicada en el número enero-febrero de 1969, la escritora, desparpajada e iconoclasta confiesa: “El libro fue saliendo un poco al aventón. Un día escribía yo una página, según mi estado de humor, según las influencias últimas que estaba recibiendo, según los clichés que ya tengo establecidos de mis novelas anteriores. Al día siguiente quería borrar todo lo anterior y hacía algo totalmente distinto El resultado es el desastre. Creo que se salvarían, de esa novela que tiene diez capítulos, si acaso dos. Pero sobre todo, lo que tiene esa novela, y que me daría mucha vergüenza que la gente supiera de mí, es que es muy pedante”. Cualquier monstruo literario, a la altura de Chayo, fácilmente hubiera publicado ese libro.
Eduardo Mejía encontró en 1995 (mientras buscaba material para el homenaje que la Biblioteca Nacional y el Instituto Nacional de Bellas Artes organizaban en honor a la escritora chiapaneca) ese manuscrito, al cual le faltaba el capítulo Álbum de familia, relato que formó parte de un libro homónimo (1971). Así que después de hablar con los familiares de Chayo, acordaron la publicación de esta novela que aborda, entre otros temas, el enfrentamiento entre padres e hijos, los complejos de Edipo y de Electra, el autosabotaje, la elección fallida de una vocación, la inexistencia de una cultura femenina, la homosexualidad y la punzante crítica al continente literario. Por ejemplo, tres poetas se reúnen, después de que su maestra Matilde recibe el Premio de las Naciones, para charlar y festejar la entrega de ese galardón. Salvo la premiada, el resto son escritoras por derivas, es decir, se aferraron a la escritura porque fracasaron como esposas, porque buscaban parejas sexuales en talleres literarios y en la vida bohemia, o simple y sencillamente porque veían en la literatura un hermoso pasatiempo. Matilde y sus discípulas son ridiculizadas por Chayo, cuyo sentido del humor es incisivo. Delicioso, de verdad. Otro de los personajes que aparece, como parte de la fauna estudiantil en Ciudad Universitaria, es Manuel Solís, la gloria nacional, un rencoroso que siempre está al pendiente de sus enemigos. Este retrato, delicadamente trazado por la autora, embona con cualquiera de nuestras egregias glorias literarias, desde las municipales hasta las continentales. Claro que sí. Chayo se ensaña burlonamente con los comportamientos fatuos, egocéntricos y adolescentes de los intelectuales y de los poetas. Pareciera decirnos que los artistas son puros pájaros nalgones. Se nota que de haber publicado esta novela, la chiapaneca se habría ganado bastantes y poderosos enemigos.
Rito de iniciación no apuesta por la acción hilvanada, secuencial, no pretende atar todos los cabos de la trama. Evita exhaustivas disquisiciones sobre los personajes que aparecen en la novela, simple y sencillamente conecta secuencias narrativas en las que Cecilia, leit motiv del volumen, aparece en distintos escenarios y testimonia su transformación desde diversos ángulos. La autora cincela una metamorfosis.
Al principio del libro nos enteramos de los pleitos que Cecilia mantiene con su madre. Asuntos familiares comunes, lo que implica que una señorita se vaya de casa, soltera, sin un pretendiente serio, a estudiar historia a la Universidad Nacional. Capítulos adelante el lector se entera que Cecilia hacía filas interminables para inscribirse a la licenciatura en Historia, pero el verdadero llamado de la vocación llega y se anexa a las huestes de Filosofía y Letras. Sin saberlo, ella toma la ruta larga para ser escritora, la que está plagada de decepciones al conocer únicamente a los autores, no a la obra de ellos. Aparte de todo, Cecilia se topa con enormes musarañas presuntuosas, cretinitos que lejos de fomentar el amor por el binomio de la pasión lectura-escritura evitan el acercamiento a esta forma de entender el mundo.
A grosso modo, la novela aborda la vida universitaria que recién se inauguraba en el Pedregal de San Ángel. El personaje central es una mujer de posición acomodada que tiene que sufrir un cambio radical en su vida para escapar de las limitaciones de una educación conservadora típica de México. Sale de un escenario lleno de prejuicios y taras mentales para ingresar a otro en el que los intelectuales también presumen sus taras mentales sin prejuicios.
Escrita en 1965, pero contextualizada 10 años antes, en la etapa previa a Ciudad Universitaria, antes de que la universidad se mudara a el Pedregal, cuando Filosofía y Letras estaba en Mascarones, en el antiguo barrio bohemio de la capital, cerca de la Ribera de San Cosme, un rumbo por el que vivieron Salvador Novo, Jaime Torres Bodet, Pedro Henríquez Ureña, Enrique González Martínez, entre otros ilustres, un sitio que Ramón Xirau describió con entusiasmo, pues refería una ferviente pasión literaria, a veces desbordada y ruidosa, pero pasión al fin que se gastaba en las cafeterías de ese sitio.
Aparece en Rito de iniciación la nueva mujer de los años 50 del siglo pasado. Mujeres que proclamaban su libertad, sufragistas, chicas con inhibiciones sexuales, quienes a pesar de todo buscaban el matrimonio para sentir que su vida llenaba los requisitos impuestos por la sociedad. Chayo, lúcida y burlona, nos regala un texto que camina entre el ensayo y la nouveau roman. Me llama poderosísimamente la atención que esta novela sea muy comentada en la academia, por los escritores y por todo ese aparato de valoración literaria que excluye al lector. ¿Por qué? Creo que Chayo ya lo comentó: “Lo que tiene esa novela, y que me daría mucha vergüenza que la gente supiera de mí, es que es muy pedante”. Es cierto que se trata de un libro ambicioso, pero enormemente inusual por el sentido del humor que destila, por la burla a ese sector sagrado del país, los intelectuales y los escritores, un área en la que fácilmente podemos encontrar a los genios, los revolucionarios, los indigenistas, a excelentes embaucadores, a decenas de conciencias luminosas y solidarias, consortes del poder, críticos del poder, sensibles y siniestros; pero sobre todo, en ese círculo encontramos malas personas. Ya sé que a la literatura eso no le importa, de hecho le interesan muy pocas cosas. Que tengan un grandioso martes.