Federico Vite
Enero 26, 2021
(Primera de tres partes)
¿Por qué hay tantos libros recientes que los especialistas consideran altas muestras de talento literario, pero ante los ojos de un lector se desnudan esos textos encumbrados como meros ejercicios literarios hechos por adolescentes? Reformulemos la pregunta, ¿usted cree que la literatura pasada era mejor que la actual? La respuesta puede ser deprimente, pero para ser ecuánime diremos que la literatura ha cambiado. Tal vez Josefina Ludmer, una crítica literaria argentina, pueda darnos un poco de tranquilidad al respecto. Ella considera que la postautonomía nos ayuda a comprender todo eso que ya no es literatura, pero sigue vigente como una plataforma literaria. De hecho, también cree que la literatura es algo que sólo lee un grupo reducido de personas. Algo en vías de extinción pues.
Para hablar de la postautonomía tomo como raigambre la conferencia que Ludmer ofreció el 6 de diciembre de 2012 en la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Chile. Ella acuña el término postautonomía desde 2010 para explicar una propuesta literaria que se caracteriza por carecer de metáforas; usan un lenguaje sencillo, sin rebuscamientos ni variaciones sintáctico-gramaticales y se preocupan esencialmente por construir imágenes visuales. El valor esencial de esa literatura es la ambivalencia. Pero antes de ingresar de lleno a esos menesteres es importante señalar que Ludmer llega a estas conclusiones después de analizar lo que ella considera literaturas nacionales en América Latina.
Se refiere a los libros que publicaron las editoriales nacionales: Fondo de Cultura Económica, Emecé Editores, Sudamericana; finalmente, empresas que desde los años 40 hasta los años 80 del siglo pasado divulgaron una noción territorial, temática y política de lo nacional. Para dimensionar lo que digo cito algunos ejemplos: Pedro Páramo, Juan Rulfo; Cien años de soledad, Gabriel García Márquez; La vida breve, Juan Carlos Onetti; Las armas secretas, Julio Cortázar; Ficciones, de Jorge Luis Borges; La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa; Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos; La región más transparente, Carlos Fuentes. Estos autores exportaban literatura y contenidos nacionales a España. Eran un fenómeno de experimentación, caracterizado por el uso del lenguaje complejo, estructuras elaboradas, repletas de símiles y de metáforas. Eran artefactos de varias capas, duros de roer y apostaban totalmente por seducir a los lectores en tirajes que ahora parecen una locura; por ejemplo, los 8 mil ejemplares iniciales de Cien años de soledad. Hoy, a lo mucho, llegamos a 2 mil optimistas ejemplares por novela.
Para Ludmer, la postautonomía se fecha en los años 80 del siglo XX, cuando muchos autores latinoamericanos son absorbidos por editoriales transnacionales, básicamente españolas. Algunas de las características que diagnostican ese estado de la literatura (porque habrá que decir que lo postautónomo es un estado cultural, no únicamente literario) generan molestias a más de uno. Por ejemplo, antes la identidad territorial era local; al mismo tiempo nacional, ahora la idea de nacional y local es ambigua. Citando a Ludmer, digamos que “las identidades de hoy son territoriales, provisorias y diaspóricas, por eso no pueden ser puramente nacionales”.
Esa literatura básicamente toma como escenario a la isla urbana y los personajes son elementos de las tribus citadinas: migrantes, freaks, travestis, gays, ecologistas, ecoterroristas, asesinos, narcos, paramilitares, etc. Otra característica de esa literatura es que atraviesa fronteras genéricas, disciplinarias y sociales. Cito a Ludmer: “Porque estas escrituras diaspóricas no solo atraviesan la frontera de ‘la literatura’ sino también la de ‘la ficción’ [y quedan afuera-adentro en las dos fronteras]. Y esto ocurre porque reformulan la categoría de realidad: no se las puede leer como mero ‘realismo’, en relaciones referenciales o verosimilizantes. Toman la forma del testimonio, la autobiografía, el reportaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, y hasta de la etnografía (muchas veces con algún “género literario” injertado en su interior: policial o ciencia ficción, por ejemplo). Salen de la literatura y entran a ‘la realidad’ y a lo cotidiano, a la realidad de lo cotidiano [y lo cotidiano es la TV y los medios, los blogs, el email, internet, etc]. Fabrican presente con la realidad cotidiana y esa es una de sus políticas. La realidad cotidiana no es la realidad histórica referencial y verosímil del pensamiento realista y de su historia política y social [la realidad separada de la ficción], sino una realidad producida y construida por los medios, las tecnologías y las ciencias. Es una realidad que no quiere ser representada porque ya es pura representación: un tejido de palabras e imágenes de diferentes velocidades, grados y densidades, interiores-exteriores a un sujeto, que incluye el acontecimiento pero también lo virtual, lo potencial, lo mágico y lo fantasmático”. En suma, digamos que la realidad cotidiana de las escrituras postautónomas exhibe, como en una exposición universal o en un muestrario global de una web, todos los realismos históricos, sociales, mágicos, sucios; los costumbrismos, los surrealismos y los naturalismos. Ergo: esta literatura absorbe y fusiona todas las mímesis del pasado para constituir la ficción o las ficciones del presente. Todos esos cauces, a veces francamente parecen derivas temáticas, logran un constructo del ideal urbano con sus dramas y sus mitologías. No es que lo rural, lo político o lo fantástico hayan desaparecido sino que lo urbano se barbariza. Es decir: la literatura postautónoma absorbe todo. Representa lo global; esencialmente se trata de crear territorios barbarizados. Digamos que los diferentes hiperrealismos, naturalismos y surrealismos, todos están fundidos en esa realidad desdiferenciadora que es la postautonomía, por tanto, la distancia entre ficción clásica y moderna es notoria. Pero no soslayemos un hecho importante, el dinero también es un asunto cultural y en lo cultural está lo literario. De eso hablamos la semana entrante.