Federico Vite
Febrero 09, 2021
(Tercera parte)
Decíamos la semana pasada que Josefina Ludmer, en Aquí América Latina: una especulación (Eterna Cadencia Editora, Argentina, 2010, 215 páginas), deja perfectamente establecidos los aspectos temáticos y estéticos de la literatura postautónoma. Un tipo de escritura que inicia en 1990 y continúa hasta nuestra fecha. A manera de conclusión, dice Ludmer, este tipo de literatura es una fábrica de realidades que recurre a la imaginación pública para narrar la vida en las islas urbanas.
Cuando digo isla urbana tengo en mente otro mundo dentro de la ciudad, pero afuera de los márgenes de la mancha citadina, una interioridad exterior, dice Ludmer, donde se mezclan las clases sociales y el modo de significación de esa escritura es ambivalente política e ideológicamente. No es como antaño, cuando el autor escribía sólo lo que creía y criticaba sin cortapisas las posturas políticas e ideológicas contrarias a la suyas. No pensemos en la isla urbana como un microcosmos ni como una metonimia de la sociedad. Simple y sencillamente es un régimen de sentido.
Tampoco creo que debamos romper las lanzas y aceptar a rajatabla que la literatura contemporánea es un simple divertimento que compite con las series de los streamings, las películas, Facebook, Twitter y los videojuegos. No pensemos así. Finalmente lo dicho por Ludmer no es más que una brújula para no extraviarse en lo rabiosamente contemporáneo, pero sin duda alguna, las recomendaciones de la ensayista argentina marcan pautas que son comprobables e incluso aborrecibles. Tampoco creo que Aquí América latina: una especulación sea un recetario para ganar espacios, fama y notoriedad en la edulcorada industria editorial del presente.
La literatura postautónoma, al despojarse voluntariamente de la especificidad y los atributos literarios anteriores, pierde el poder crítico, emancipador e incluso subversivo que caracterizaba a la literatura autónoma. De tal manera que la literatura contemporánea ya no puede ejercer ese poder contestatario. Dicho sea de paso, las escrituras posautónomas pueden exhibir las marcas de pertenencia a los tópicos de la autorreferencialidad que marcaron la era de la literatura autónoma: el libro en el libro, el narrador como escritor y como lector, las duplicaciones internas, recursividades, isomorfismos, paralelismos, paradojas, citas y referencias a autores y a lecturas (aunque sea en tono burlesco).
Pero todo en la literatura actual corresponde a un canon sumamente más relajado que el de antaño. Vaya, ni siquiera me parece que sea un modelo acabado sino una deriva que tiende al entretenimiento. Si usted se sube a la montaña rusa de la literatura postautónoma, obviamente sabe el camino que debe seguir y, por tanto, debe aceptar sin remilgos que sus textos no tendrán poder crítico, emancipador y subversivo. Es decir: sus textos no ejercerán el poder político e ideológico, simple y sencillamente apostarán por describir de manera ambivalente las barbaridades de una ínsula urbana. Se trata, por cierto, de una barbaridad inofensiva.
No perdamos de vista que todo lo sugerido por Ludmer nutre y vertebra una pregunta esencial que nos ayuda a comprender el valor actual de la literatura. Se trata, pues, de una interrogante válida que cobra vigencia a la hora de leer a nuestros críticos literarios, quienes suelen reseñar con singular alegría a los autores de las editoriales comerciales y, en contadas ocasiones, a los escritores que publican las universidades, los institutos de cultura y las editoriales independientes. Hay matices siniestros en los reseñistas, o críticos literarios, porque para ellos la literatura es un muestrario de gustos y amistades, un nicho de poder, pero ni de broma una nueva episteme. Si la literatura ha cambiado, ¿por qué los críticos o los reseñistas no lo hacen?
Dicho de otro modo, no se ve en los críticos ni en los reseñistas un cambio en el estatuto de lo literario, insisto, no aparece otra episteme ni otros modos de leer, otras rutas de acercamiento a los contenidos literarios. O no se les ve o se les niega, por tanto, esos críticos siguen reseñando a los mismos autores y opinan lo mismo de siempre. Usted sabe, se trata de adjetivos que usted conoce bien y que definen a obras medianas como portentos geniales de los artistas del momento. El problema es que a la hora de adentrarse en la obra de esos “geniales artistas” se nota que los críticos y los reseñistas leyeron otra cosa, o de plano ni lo leyeron, porque maquillan con el extravagante caló de la jerga crítica un artefacto a todas luces fallido, pero terriblemente moderno.
Vayamos a la pregunta inicial de estos artículos, ¿usted cree que la literatura de antes es mejor que la actual? La respuesta deprime. Sí, el canon arcaico era inflexible, poseía un orden riguroso. Quien no dominaba ese corsé, digamos, obviamente exhibía las impericias en múltiples sentidos, no sólo técnicas, sino temáticas. Vamos, eso lo nota de inmediato un lector. El canon postautónomo es menos exigente y riguroso; posee mucho artificio. Pide bluff, se alimenta de publicidad, no necesita mucha atención, ni mucho tiempo de lectura. No pide mucho. La literatura ha cambiado y Josefina Ludmer ilustra muy bien la plataforma literaria que se usa actualmente.
Yo me siento menos engañado con los libros de perfil arcaico, los que aún contienen esa explosión crítica. Me parecen menos edulcorados, mucho más literarios, pero no niego que hay algunos textos postautónomos atractivos que gracias al humor de sus autores se dejan leer como una deliciosa rebanada de sandía. No está de más señalar que los críticos y los reseñistas, aparte de su labor como animadores culturales, tienen la fortuna de conocer lo más reciente en materia de ficción comercial. Recomiendo no leerlos como una autoridad en la materia sino simple y sencillamente como una guía para comprar algunos libros que no aspiran más que a convertirse en un bocado jugoso de entretenimiento. La literatura postautónoma es una variante de la comida chatarra y los críticos, y reseñistas, devienen en sumillieres de la mesa repleta de novedades. Hay poca literatura, como mucha gente sabe, en la industria editorial. Eso es inobjetable.