EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La mañana del 3 de julio

Arturo Martínez Núñez

Agosto 26, 2005

 

El domingo 28 Andrés Manuel López Obrador visitará Acapulco y Chilpancingo. El 2006 ya está aquí. El calendario electoral fue adelantado por el propio presidente Fox. A partir de entonces, todas las actividades políticas se realizan con las elecciones presidenciales en la mira y el Presidente se convirtió en un lame duck (pato cojo), expresión que utilizan los anglosajones para referirse a un gobernante que conserva el poder por estar vigente aún su periodo legal, aunque en la práctica sólo puede aspirar a nadar de muertito, porque difícilmente podrá impulsar su agenda legislativa o su proyecto de presupuesto.

Un pato cojo es aquel al que durante la cacería se le ha alcanzado pero no se le ha podido dar muerte. Así, el animalito puede huir para evitar ser capturado por los perros de caza, aunque seguramente morirá a causa de la herida infringida. Es esta una situación en la que ambas partes pierden: el cazador porque no podrá hacerse con la pieza, y el pato, por obvias razones.

El sistema político mexicano es una extraña mezcla de presidencialismo absoluto y régimen parlamentario. Por si fuera poco, el voto se divide en tres grandes porciones por lo que la consecución de mayorías legislativas se antoja tarea imposible.

En el sistema parlamentario, el presidente de Gobierno o primer ministro cuenta de manera implícita con la mayoría suficiente para “formar gobierno”. Si a través de la negociación no se alcanza cuando menos la mayoría simple, entonces no se puede ni siquiera instaurar el gobierno y se tiene que convocar nuevamente a las urnas hasta que se obtenga la mayoría requerida. Cuando un gobernante pierde el apoyo de la mayoría simple de los legisladores, su administración está herida de muerte y se procede al relevo.

El sistema mexicano –en este sentido muy parecido al estadunidense–, no prevé mecanismos para solucionar la eventualidad de que el Presidente de la República se enfrente de pronto (como en este caso) a la realidad de estar a la mitad del periodo constitucional sin mayoría legislativa. Sin embargo, el estadunidense es un sistema bipartidista, así que cuando se llega a dar el caso de que el Presidente se encuentra con un Congreso dominado por el partido opositor, el acuerdo, aunque a veces complicado, solo tiene que conseguirse con una parte (el otro partido) y en algunos casos, es suficiente negociar en lo individual con el número de legisladores que se necesiten para alcanzar la mayoría. En cambio en México, ocurre que el partido del presidente (PAN) no cuenta con la mayoría legislativa, y tiene que negociar con alguna de las otras dos fuerzas políticas (PRI o PRD) para poder pasar reformas legales y el presupuesto de egresos, con los magros resultados que actualmente padecemos.

De esta manera, en el periodo del Presidente Fox, hemos visto como el PRI se ha aliado alternativamente con el PAN o con el PRD según amerite la ocasión: con el PAN para reformar el artículo 122 en materia educativa, con el PRD para bloquear el presupuesto del gobierno; con el PAN para desaforar a López Obrador y para proteger al senador Aldana, con el PRD para hacer un dique legislativo contra Fox.

El escenario electoral para 2006 pareciera no ser distinto. El candidato que gane las elecciones del 2 de julio seguramente lo hará con una diferencia apenas suficiente y desde luego que sin la mayoría en el Congreso. Por eso es muy importante que cuando aún estamos a tiempo de lograr una reforma electoral para el proceso que se avecine, se intente buscar un pacto para la estabilidad y la gobernabilidad republicana.

Este pacto consistiría en acordar que gane quien gane la elección y quede como quede el Congreso, el presidente electo se comprometa a crear la figura del primer ministro o jefe de Gobierno, que tenga que ser ratificado por mayoría simple en la Cámara de Diputados. De esta manera, el gobierno que resulte tendrá la fuerza suficiente para impulsar una agenda ambiciosa y de largo alcance y evitar la parálisis que actualmente perjudica a la nación.

Para lograr esto sería necesario conformar un gobierno de concentración, donde por ejemplo, el Presidente de la República sea Andrés Manuel López Obrador y el jefe de Gobierno algún priista o panista o incluso una figura sin partido que logre aglutinar a todos –se me ocurre el nombre del rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente. Para lograr la formación del gobierno, el primer ministro tendría que integrar en su gabinete a cuadros de todas las fuerzas políticas. Por su parte, el Presidente de la República cedería gran parte de su poder ejecutorio y se convertiría más en el jefe del Estado.

Aunque todos los actores apunten la mira hacia la fecha fatal del 2 de julio de 2006, es necesario que comencemos a pensar en los escenarios probables que habrá, ya no en la noche del 2, sino en la mañana del 3. Para los protagonistas de primera línea pareciera que el mundo se acaba (o comienza, según sea el caso) el 2 de julio del año próximo. Sin embargo, el país entero tendrá que amanecer al otro día y proseguir su marcha al futuro.

Sea cual sea el resultado la única vía para resolver el futuro será, como decía el clásico, la política, más política, mucha política.

 

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