EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La manía de criminalizar

Jesús Mendoza Zaragoza

Febrero 19, 2018

Debido a la presión de los obispos guerrerenses y de otros actores políticos y sociales, el gobierno del estado tuvo que enmendarle la plana a la Fiscalía General del Estado de Guerrero, que desde un principio se adelantó a afirmar que los sacerdotes Iván Añorve Jaimes y Germaín Muñiz García fueron asesinados debido a los vínculos del segundo con grupos de la delincuencia organizada.
Ha sido una práctica muy común de autoridades diversas, la de criminalizar a las víctimas de la violencia, no sólo en Guerrero sino en todo el país. Esa ha sido la salida fácil que manifiesta que el sistema de justicia está rebasado desde hace muchos años. Con enormes rezagos institucionales y presupuestales, ni hay profesionalismo para la investigación ni hay voluntad política para la justicia. Y uno de los efectos de estos rezagos es la fácil salida hacia la criminalización de las víctimas, que desalienta a sus familias y abre el camino hacia la impunidad.
Si tan sólo hablamos de los sacerdotes asesinados en Guerrero en los últimos nueve años, todos han quedado impunes. Ni se ha conocido la verdad ni se ha hecho justicia en los seis casos conocidos. Se trata del padre Habacuc Hernández Benítez ejecutado junto con dos seminaristas que lo acompañaban, el 13 de junio de 2009; el misionero africano John Ssenyondo, secuestrado el 30 de abril de 2014 y encontrado en una fosa clandestina el 2 de noviembre del mismo año; el padre Ascención Acuña Osorio, asesinado el 21 de septiembre de 2014; y el padre Gregorio López Gorostieta, asesinado el 21 de diciembre de 2014. A esta lista hay que añadir ahora a los dos asesinados el pasado 5 de febrero pasado. Ningún caso resuelto.
No hay voluntad política para investigar y conocer la verdad ni para administrar la justicia. Este es el gran resultado, no sólo en los seis casos de los sacerdotes, sino en los miles de crímenes habidos en la última década.
En los casos de los sacerdotes Iván y Germaín, el fiscal guerrerense se apresuró a señalar “evidencias” de vínculos con grupos de la delincuencia organizada. Este ha sido su modus operandi en la mayoría de los casos. Si bien hubo una retractación del gobierno, se debió a la presión que se acumuló en este caso. Pero en los casos de miles de víctimas inocentes, que no tienen a nadie que reclame por ellas ni haga presión para “descriminalizarlas”, cuando la autoridad da la clásica explicación del “ajuste de cuentas”, sus nombres quedan enlodados y sus casos impunes.
A esta manía de criminalización desde el poder público, hay que añadir aquella que se da desde la sociedad misma. Este es otro capítulo doloroso que lastima demasiado a las víctimas, cuando éstas son sometidas a un juicio sumario. “En algo andaba metido”, “algo hizo”, son algunas de las más comunes expresiones relacionadas con asesinatos, sobre todo cuando se trata de personas jóvenes. Se vierten las sospechas, los juicios y los desdenes y al mismo tiempo se dan actitudes de marginación y de distanciamiento e indiferencia hacia sus familias. Es otra forma de criminalización tan frecuente, a veces invisible y a veces patente. Basta una breve exploración en las redes sociales para reconocer lo grave de este flagelo que condena a tantos inocentes a la postración.
Esta criminalización social proviene del hartazgo ante tanto delito impune y de la obsesión generada por el enojo y el rencor acumulados contra la delincuencia. La gente expresa así la necesidad de que alguien pague por estos desmanes tan dolorosos. Y si no es posible que paguen los culpables, la ira se enfoca a cualquiera que esté a la mano, justo como “chivo expiatorio”.
La criminalización se ha convertido en una forma de castigo simbólico, tanto de gobiernos ineptos como de ciudadanos frustrados. Ha llegado a ser algo así como una compulsión inconsciente que busca venganza más que justicia. En estos términos, manifiesta la corrupción de las instancias gubernamentales encargadas de dar seguridad y de procurar y administrar la justicia. Y manifiesta también una patología social que se acrecienta cada día más. De ahí que la criminalización se ha convertido en una enfermiza manía.