EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La mentira

Arturo Martínez Núñez

Febrero 25, 2005

 

Una de las prácticas que más molesta a los ciudadanos es la mentira y la simulación. Al escándalo de Yeidckol Citlali Polevnsky Ibáñez Ávila Camacho, o como sea que se llame la candidata del PRD al gobierno del estado de México, hay que añadirle el supuesto parentesco del candidato priísta con dos ex gobernadores y el falso título que acredita al ganador de las elecciones en Hidalgo, Miguel Ángel Osorio Chong como licenciado en derecho.

Me importa muy poco si Yeidckol se cambió el nombre por miedo a la ira avilacamachista o si Peña Nieto es sobrino de Montiel y de Del Mazo. En ningún caso los califica ni descalifica para ocupar los cargos a los que aspiran. Lo mismo ocurre con el hidalguense, aunque en el tema de éste y de la perredista, si apareciesen documentos falsos estarían incurriendo en el delito de falsificación.

El problema toral es la mentira, el perjurio y la falsedad. Si Osorio Chong abandonó sus estudios formales para incorporarse a la vida laboral es asunto suyo. Si Citlali prefiere decir que es descendiente de polacos refugiados de la segunda guerra mundial, pues es su problema. Si Peña Nieto niega a sus tíos, allá él. La cosa cambia cuando la vida privada se vuelve pública. Cuando uno aspira a un cargo, se está sometiendo al escrutinio del electorado y hay que hacer público lo privado. ¿Hasta dónde? Este es el dilema.

En las recientes elecciones guerrerenses, Astudillo cometió, desde mi punto de vista, el error de involucrar a su familia hasta el tuétano y hacerla corresponsable de una eventual victoria que con todas sus consecuencias ahora se convirtió en derrota. Los estrategas priístas intentaron vender a dos candidatos por el precio de uno. La señora Mercedes se convirtió en una candidata paralela y en los corrillos se comentaba que mejor ella hubiera sido la candidata. Igualmente, se intentó descalificar a Zeferino a partir de su situación de pareja. Este nunca simuló, nunca mintió y nunca intentó ocultar su estatus marital. Es más, salió al paso de posibles ataques y advirtió que él no era un tipo perfecto sino que era un ser humano como todos, lleno de defectos y virtudes.

La política es cosa pública y todo aquel que aspire a un cargo, debe de tener el derecho a hacerlo sin importar su pasado reciente o remoto. Debe de ser el pueblo el que determine si un candidato merece su confianza y en consecuencia su voto. Lo que es imperdonable es la ocultación y el maquillaje. Cada uno debe ser responsable de sus actos y no intentar cambiar la historia con jugarretas legaloides.

Viene a mi mente el caso del “doctor” Fausto Alzati que durante el sexenio de Zedillo se desempeño fugazmente como Secretario de Educación. Resulta que el “doctor” Alzati, ni siquiera había concluido su licenciatura en la UNAM. Sin embargo, estudió el doctorado en Harvard y obtuvo altas notas. Pero el papelito es el papelito y como nunca concluyó los trámites de su licenciatura no podía ostentarse como doctor. Cuando el periódico Reforma sacó a la luz el caso, al “doctor” Alzati –ya bautizado por la opinión pública como “Falzati”– no le quedó más remedio que renunciar. Al dejar el cargo, Alzati se dedicó a poner sus papeles en orden y obtuvo con rapidez los respectivos títulos de licenciado y doctor. Nadie le escatimó jamás su capacidad ni los méritos académicos con los que contaba para ser responsable de la instrucción pública; el problema fue la mentira.

Y es que las mujeres y los hombres no pueden medir su probidad ni su capacidad en función de los errores que han cometido. Es inherente a la condición humana, el equivocarse y fallar. Sólo los que lo intentan pueden fallar. Hay que temerle a aquellos que se jactan de ser santos y puros porque seguramente carecerán de lo que presumen. ¿Cuántos fervientes religiosos conoce usted, que en el templo o la procesión son los más circunspectos y devotos y al salir a la calle son campeones pecadores?

Hay que decir no a la simulación y no al engaño. Dice la sabiduría popular que el que sabe, no sabía. Hay que confiar en los hombres y las mujeres que reconocen sus errores y los corrigen, porque quizás sean más valiosos que los superhombres que presumen de nunca haberse equivocado y de haber vivido en un cuento de hadas ajeno a la realidad de la mayoría de los mexicanos.

El servidor público debe de vivir en casa de cristal y dar a conocer su patrimonio y la forma en que lo construyó. En estos tiempos de precampañas (estatales y nacionales) desbocadas, los suspirantes deben aclarar de dónde salen los recursos para hacer política. Tanto Andrés Manuel como Creel (de Madrazo prefiero ya ni hablar) y la mayoría de los aspirantes, utilizan de alguna o de otra manera recursos públicos para promoverse. Y sólo es necesario abrir cualquier periódico local para ver cómo los alcaldes y diputados guerrerenses hacen lo propio. No tengo problema alguno con que un funcionario o legislador divulgue su trabajo, nada más no me vengan a decir que los recursos salen de colectas, rifas o boteos. Hay que dejar a un lado la hipocresía puritana y llamar al pan, pan y al vino, vino.

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