Federico Vite
Agosto 06, 2024
(Segunda de tres partes)
Cuenta Guillermo Schavelzon, en El enigma del oficio (México, Océano, 2023, 294 páginas), que envió el manuscrito de El viajero del siglo, acompañado de una nota en la que comunicaba la importancia de esa novela, a Jorge Herralde. El texto de Andrés Neuman buscaba obtener el premio Anagrama. “Willy” no tuvo respuesta durante un mes. Usualmente son tres meses de “espera” para saber si la proposición le interesa a las editoriales, pero con agente literario las cosas son distintas. Cito: “Y Andrés me decía: Qué raro. Yo no lo decía, pero lo pensaba. Qué extraño, una novela así, de un autor de casa, y que el editor no respondiera… Hasta que un día recibí un correo de una secretaria, diciendo que ‘la novela no les parecía adecuada para el catálogo de Anagrama’. Una fórmula convencional de rechazo que los editores utilizan solo cuando les parece un espanto. En este caso, era una respuesta doblemente ofensiva”. Es decir, no sólo no competía por el premio sino que a Neuman no lo querían en Anagrama.
Schavelzon se quedó pasmado. Lo que pasó por su mente es esto: “Nunca habría esperado una respuesta así, ni se me había pasado por la cabeza que la podrían rechazar. Conocía a Herralde desde hacía cuarenta años, sus cosas buenas y sus defectos, pero si algo ha tenido siempre es criterio literario, sentido de la oportunidad, y una gran lealtad y tolerancia con sus autores. Era el editor de las dos novelas de Andrés, las dos tenían varias reimpresiones… ¿Qué había pasado? ¿Por qué ni siquiera consideró la posibilidad de que participara en el premio que lleva su nombre? ¿Por qué ni siquiera me había dado una explicación personal?”.
Una semana después le contó a Andrés lo sucedido y él tomó la situación con mucha madurez: “Algo así me imaginaba”. Schavelzon aseguró que con semejante novela no tenía motivos para preocuparse. “Encontraremos rápidamente una buena editorial”, aseveró. Y la carne de la sustancia es la siguiente: “Poco después coincidí con Amaya Elezcano, entonces directora editorial de Alfaguara, editora a la que yo respetaba. Le conté que tenía esta novela tan extraordinaria y me dijo de inmediato: ‘Preséntala ya al Premio Alfaguara. Y a ver’. El Alfaguara es un premio que se decide solo a último momento y en el mayor secreto por el jurado. Enviamos las copias, el sobre con la plica y esperamos”.
Note usted que no se habla de una nota que acompaña el manuscrito, sino que el agente habló directamente con la editora y mencionó, de paso, que el certamen en cuestión era mucho más “justo” que el otro. No pongo en duda la calidad de los que ganan, ni del jurado, sólo la endogamia de este medio: todos se conocen entre sí y tienen alianzas entre sí para favorecer proyectos específicos. Ilustro mi aseveración con estas frases: “Yo sabía –hasta ahí llegaban mis posibilidades– que la novela estaba entre las seis o siete preseleccionadas y en poder del jurado”. “Willy” agrega: “El domingo 22 de marzo de 2009 estábamos cenando con unos amigos en un restaurante árabe bastante cutre, en los Jardinets de Gràcia, cuando a las once de la noche suena mi móvil: era Amaya. Salgo a la calle para hablar y me dice. ‘¡Willy, ganó Neuman!’. Lloré de la emoción (…). Amaya me contó que había discutido sobre la novela durante toda la comida y que siguieron por la tarde. La mayoría de los miembros del jurado pensaba que el autor era un escritor maduro (…). Amaya me insistió en que yo era el primero en saberlo, que ellos hablarían con Andrés y que recién se anunciaría al día siguiente en una comida con la prensa, haciéndome prometer confidencialidad (…). Un mes después se publicó la novela. La crítica fue muy elogiosa, hasta los críticos más severos con las novelas premiadas por editoriales grandes reconocían aquel trabajo extraordinario, y Andrés comenzó una serie de giras que duraron semanas por toda España y por todos los países de América latina”.
Lo verdaderamente curioso, para mí, es que hay una pugna con Herralde debido a que no le contestó el mensaje a “Willy”. Probablemente ese editor es de los que no quiere negociar un premio. Pero más allá de la calidad de la obra de Neuman, pienso en otro ganador del premio Alfaguara, también argentino, un autor representado por Schavelzon: Leopoldo Brizuela. “Willy” lo pinta como un tipo culto, taimado, sumamente inteligente y con una gran capacidad narrativa. La novela que inició la relación entre ellos fue Inglaterra. Una fábula. “Así que la leí con bastante esfuerzo: era una novela compleja, excelente, y en muchos momentos me hizo sentir una exigencia que temí que sobrepasaba mi capacidad lectora”, confiesa el agente literario.
Brizuela vivía en Villa Elisa, una estación de tren cercana a La Plata. “Siguió viviendo siempre allí, en la misma casa en que nació, y que ahora sus lectores conocen porque es donde transcurre su novela Una misma noche, que en 2012 ganó el Premio Alfaguara”.
Era un hombre de unos treinta y cinco años, cuenta Schavelzon, más bien bajo, de pelo moreno rizado, tan culto como tímido. Se reunieron para comer y Brizuela confesó que había enviado la novela (Inglaterra…) al Premio Clarín, así que no tenían mucho que hacer en esa cita entre autor y agente, pero necesitaba los servicios de Schavelzon. “Entre nosotros se estableció una relación franca y directa que con los años fue creciendo en afecto y respeto”. La novela obtuvo el Premio Clarín en 2000.
De acuerdo con Schavelzon, Inglaterra… poseía algo que no es fácil de lograr: talento, inteligencia y cultura. Después del logro tremendo de ese libro, avalado por el mercado y por la crítica, Brizuela tardó diez años en edificar Lisboa. Un melodrama (2010). Otro libro extenso, culto, algo pesado para el mercado que todo lo quiere pequeño, sencillo y ágil; esta novela dio el combustible para seguir en la “carrera literaria”, lo curioso y lo que más llama mi atención está entre líneas: después de Inglaterra. Una fábula (novela de mucho esfuerzo) aparece Lisboa. Un melodrama. Hay dos décadas de diferencia entre ellos. Y posteriormente, el autor decide trabajar en un proyecto más ligero, algo más corto. “La novela de la que me habló Leopoldo no se hizo esperar. Leí Una misma noche y le propuse presentarla al Premio Alfaguara. Hubo unos meses de expectación crecientes, el jurado haría saber su fallo un lunes, era domingo y yo no sabía nada, la ansiedad no me dejaba dormir. Llamé a Leopoldo para prepararlo para la decepción, me fui a dormir convencido de que no ganaría, pero al día siguiente a las ocho de la mañana me llamó Pilar Reyes, la directora editorial, para decirme que Leopoldo había ganado”, detalla Schavelzon.
Infiero que Brizuela fue rebajando la intensidad de su escritura. Es así de simple, porque el mercado no tiene dientes para libros carnosos, de gran volumen y corpulentos, prefiere textos de fácil deglución. Eso no es malo, de ninguna manera, pero es extraño que el éxito de la literatura se confirme con historias de premios y de buenos resultados en el departamento de ventas. Y justamente para entender de mejor manera ese ideal de mercado, me parece prudente asomarnos a otro autor que Schavelzon menciona: Federico Andahazi. “En los treinta años de editor que llevaba hasta aquel momento, 1997, nunca tuve un éxito tan grande como el que vino con la publicación de la novela El anatomista”. Este libro pone en perspectiva lo que vendría. El siglo entrante ya no era para los machos. Schavelzon se vio muy hábil, confirmó que conocía bien su negocio; pero de eso hablamos la semana entrante.