EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La migración mexicana a Estados Unidos, ¿una amenaza?

Saúl Escobar Toledo

Marzo 16, 2016

La migración indocumentada de origen mexicano a Estados Unidos se ha convertido en un tema central en la campaña electoral en Estados Unidos. Donald Trump ha tomado este asunto con una beligerancia particularmente grosera, agresiva y amenazadora para fortalecer su candidatura dentro del bando republicano, pero no es el único. Todos los candidatos de este partido, de diferentes formas y con distintos tonos, tienen un planteamiento similar: detener la inmigración por la fuerza, sellar las fronteras con México con muros, ejércitos y policías, y expulsar a los indocumentados que actualmente residen en aquel país o, por lo menos, negarles su “legalización” inmediata.
Pero ello no siempre fue así. Las posiciones anti inmigrantes tomaron importancia sobre todo a partir de los atentados de septiembre de 2001. De repente, el gobierno de Bush descubrió que las fronteras de Estados Unidos, sobre todo la del sur, podía ser la puerta de entrada de grupos terroristas de todas partes del mundo que atentarían contra los bienes y los ciudadanos de ese país. Pero no sólo eso. También comenzó a esparcirse la idea de que la migración, sobre todo la mexicana, podría dividir a Estados Unidos en dos culturas con valores opuestos y representaba una amenaza a la “identidad nacional” de inspiración “anglosajona” o “anglo protestante”. El libro de Samuel Huntington Quienes somos: Los desafíos a la identidad nacional americana (Who Are We: The Challenges to America’s National Identity), publicado en mayo del 2004, desarrollaba esta tesis ampliamente. Con ello se esparció la idea de que la migración no sólo era un asunto de seguridad nacional, sino que también resultaba incompatible con los fundamentos del estilo de vida y la democracia “americana”. Se ponía así en tela de duda la posibilidad de una coexistencia armónica y pacífica entre la mayoría “anglo” y los inmigrantes mexicanos y sus familias. Sectores de ambos partidos, pero sobre todo del republicano, convirtieron entonces el tema de la inmigración mexicana en una de las bases ideológicas y políticas del pensamiento conservador actual.
Con la crisis económica de 2007, los sentimientos antiinmigrantes se exacerbaron. Se vino entonces una avalancha de leyes persecutorias en diversos estados de la Unión como en Arizona, Carolina del Sur y Utah, y empezó a proliferar un discurso basado en el miedo y la exclusión. Las políticas del gobierno se endurecieron y las deportaciones aumentaron.
Pero, cosa curiosa, justamente cuando esto sucedía, según las estadísticas, la migración indocumentada mexicana empezaba a disminuir sensiblemente. En los últimos años, la población indocumentada total en Estados Unidos se ha reducido en un millón de personas entre 2008 y 2014, en especial la de origen mexicano, la que disminuyó en más de 600 mil personas en ese mismo periodo. En cambio, la población mexicana que pudo legalizar su residencia aumentó y ahora suma más de 6 millones de habitantes.
¿Qué quiere decir lo anterior? Que el asunto relevante hoy en Estados Unidos no es tanto la población que ha entrado o está ingresando, incluyendo la mexicana, de manera indocumentada. Este fenómeno no representa hoy un problema creciente para el país vecino. ¿Por qué entonces, los republicanos siguen poniéndolo en el centro y hablando de muros y expulsiones?
Quizás otras cifras ayuden a explicarlo: en Estados Unidos residen actualmente más de 61 millones de inmigrantes, casi el 20 por ciento de la población total. La mayor parte (casi el 75 por ciento) son residentes legales. Pero históricamente el salto ha sido impresionante: apenas en 1970 había 13. 5 millones de inmigrantes, su número aumentó a 42 millones en el año 2000 y luego a 61 en 2015. La población migrante ha aumentado seis veces más rápido que la población total en los últimos 45 años.
Además, los migrantes se ha instalado en todo el territorio, incluso en aquellos estados que tenían una población de origen extranjero muy pequeña. Por ejemplo, en Georgia, pasaron de 55 mil a 1 millón 700 mil personas, un incremento de 3 mil 58 por ciento.
El fenómeno destacable entonces no tiene que ver sólo ni principalmente con la población indocumentada mexicana sino con el ritmo e importancia que ha adquirido la migración proveniente de casi todo el mundo no europeo que, además, en su mayoría, ha logrado su naturalización o residencia legal y se encuentra diseminada en todos los estados de la Unión. Si a eso agregamos la población nacida en Estados Unidos, hijos de los migrantes llegados en las últimas décadas, su peso e importancia ha aumentado significativamente.
El asunto es de tal envergadura que diversos especialistas han señalado que, por el crecimiento de la inmigración y las bajas tasas de fecundidad de la población anglosajona, este sector se convertirá inevitablemente en una minoría en las próximas décadas. Según la oficina del censo del gobierno norteamericano ello puede suceder antes del año 2050. Todas las nacionalidades, etnias y razas inmigrantes, junto con la población afroamericana, ya representan ahora más del 35 por ciento de la población total.
Aquí podemos encontrar entonces el verdadero problema que atraviesa a la sociedad norteamericana. Lo que está en juego, y seguramente estará en las próximas décadas, es si el crecimiento de la población de origen inmigrante se traducirá en una redistribución del poder político y económico en su beneficio, o éste se quedará en manos del grupo que lo han detentado todo este tiempo: la, todavía hasta ahora, mayoría anglosajona o anglo protestante.
Estados Unidos se había destacado, en el siglo XX, como una nación que, por su poder económico, atraía fuerza de trabajo inmigrante en gran escala. Durante muchos años, fue parte del orgullo nacional considerarse un melting pot (crisol de las culturas), incorporando personas de todo el mundo para ofrecerles la oportunidad de compartir la prosperidad norteamericana. Al mismo tiempo, sin embargo, ese país ha mantenido una cultura de la discriminación racial y leyes y prácticas persecutorias contra los “aliens”, una palabra despectiva que aún se utiliza para las personas que vienen de otro país, sobre todo si son indocumentadas y no son blancas, y que es sinónimo de extraterrestre.
La propuesta conservadora tiene un diagnóstico equivocado de la realidad del problema migratorio. La consigna de “fronteras seguras”, una de las más importantes del programa de Trump y los republicanos, alude a una amenaza inexistente, a un fenómeno que se ha sobredimensionado con fines electorales. Las soluciones que propone, inspiradas en la cultura de la exclusión, sólo pueden conducir a una guerra de odio racial y anti inmigrante. Las protestas de Chicago el viernes 11 y luego en Kansas City el sábado 12 de marzo, amenazan convertir la campaña electoral en una confrontación violenta. Quizás pueda todavía detenerse, o sea el inicio de un conflicto mayor que envuelva a todo el país.
La guerra acaudillada por los republicanos puede tener diversas consecuencias para nosotros. La más importante es desde luego que los mexicanos, como parte de las comunidades hispanas, latinas o “aliens” que residen allá, sean objeto de mayores restricciones laborales y violaciones a sus derechos humanos. También se incrementarían las muertes en la frontera. La expulsión en masa de los indocumentados mexicanos (más de 5 millones y medio) que propone Trump, es imposible de llevarse a cabo, pero alienta desde ahora este escenario de persecución y violencia.
La rivalidad entre republicanos y demócratas ya no es sólo una lucha por el poder político. Lo que está en juego es si la intolerancia y la discriminación logran convertirse en la política oficial del gobierno y el Estado norteamericanos. Frente a este propósito, está el voto de más de 14 millones de latinos y la movilización de todos los sectores de la sociedad (de todos los colores) que repudian esa guerra de odio.

@saulescoba