EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La mirada sublime de Ricardo Piglia

Adán Ramírez Serret

Febrero 01, 2019

 

La muerte de Ricardo Piglia (Androgué, 1941-Buenos Aires, 2017), es una de las pérdidas más grandes no sólo de la literatura latinoamericana, sino mundial, de los últimos años. Era un escritor genial en muchos sentidos. Pues fue un hombre, como escribí en una columna anterior en este mismo espacio, que tuvo la fantasía de leerlo todo.
Cuando pensamos en las razones por las cuales un escritor es bueno, nos vienen a la mente un sinfín de ideas precisas, como decía el mismo Piglia; como que un autor tiene un estilo único, una imaginación prodigiosa o una lucidez deslumbrante. Me vienen a la mente sobre este tipo de virtudes escritores como John Banville, Mircea C?rt?rescu o J.M. Coetzee. Sin embargo, hay otros, como Jorge Luis Borges y claro, Ricardo Piglia, escritores críticos. Observadores de la literatura que construyen su obra, escriben sus libros, a partir del examen de la propia idea de la literatura; de la mirada puntillosa a las grandes obras literarias.
Quizás para entender esto nos sería útil tomar una idea del escritor español Javier Cercas, quien dice, poco más poco menos, que un gran escritor no es necesariamente un gran crítico; pero que un buen crítico es necesariamente un gran escritor.
La muerte de Ricardo Piglia tiene un doloroso tinte trágico. Cayó de manera sorpresiva en un letargo que poco tiempo después fue diagnosticado como esclerosis lateral amiotrófica (la misma que sufrió el físico inglés Stephen Hawking). Poco antes de caer en esta terrible enfermedad, Ricardo Piglia estuvo en México y tuve la extraña suerte, el privilegio, de coincidir con él en la barra de un bar de un hotel en Oaxaca.
Una serie de periodistas nos encontrábamos reunidos en un hotel para entrevistar a Richard Ford, y, de repente se apareció Piglia, y nos dejó a todos con la boca abierta por la frescura y espontaneidad con la que nos saludó y lo accesible que fue a dar entrevistas a quien lo pidiera. Yo me sentí un tanto intimidado y pensé que era mejor esperar, para yo leerlo con más profundidad (que bien lo ameritaba), pues seguro Piglia volvería pronto y ya habría, seguro, otra oportunidad.
Después me enteré que ya para cuando estuvo en México no se sentía muy bien, y, cuando volvió a Buenos Aires, pocos meses después, cayó en la terrible enfermedad ya mencionada.
Sin embargo, no paró de escribir. Y con la posibilidad de tan sólo poder mover los ojos, le dio tiempo mediante un hardware llamado Tobii, que le permitía escribir con la mirada, del cual decía: “En realidad me parece una máquina telépata”. Mediante este aparato tuvo la proeza y la fuerza de vida, para revisar-redactar, sus brillantes diarios en, nada más y nada menos tres tomos; y, por si esto fuera poco, escribió una novela con el comisario Croce, uno de sus personajes más divertidos y profundos, sobre quien decía: “Me gusta el hombre, por su pasado y por el modo imaginativo con que afronta los problemas que se le presentan. Anda metido siempre en misterios y asuntos ajenos. Estos comisarios del género son siempre un poco ingenuos y fantasmales, porque, como decía Borges, en la vida los delitos se resuelven –o se ocultan– usando la tortura o la delación, mientras que la literatura policial aspira –sin éxito– a un mundo en donde la justicia se acerque a la verdad”.
Los casos del comisario Croce no es tan sólo una novela escrita con un pie en la tumba con un aparato que leía la mente de Piglia y un homenaje al género policial; es, también y sobre todo, una muestra que la literatura sobre la literatura es más humana que todas. Porque se cuestiona, con una mirada hechizada, no sólo porqué los seres humanos somos de cierta forma, o hacemos las cosas que hacemos; sino, sobre todo, por qué escribimos lo que escribimos.

(Ricardo Piglia, Los casos del comisario Croce, Anagrama, Barcelona, 2018. 177 páginas).