EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La necesaria esperanza

Jesús Mendoza Zaragoza

Noviembre 26, 2018

 

Las múltiples tragedias que, en las últimas décadas, han afectado al país, han tenido un impacto decisivo en las personas, en las comunidades y en la sociedad. Este impacto afecta la percepción que se tiene de país, el estado de ánimo y las actitudes básicas. La percepción de que el gobierno se ha convertido en un adversario o en un enemigo, de que la sociedad está gravemente enferma y discapacitada, de que hay que lidiar irremediablemente por la supervivencia, de que no hay poder en este mundo que pueda poner control a la delincuencia, de que no tenemos más opción que vivir amenazados, de que la clase política no tiene remedio, de que la economía juega contra los pobres, de que no hay salidas a la trama de dolor acumulado. Esta percepción negativa causa un derrumbe espiritual y emocional que deriva en un impacto social y político.
Esta experiencia negativa genera un estado de ánimo de brutal impotencia. No hay ánimo para afrontar la vida, tan complicada y tan dura. Desaparece la confianza: los ciudadanos ya ni confiamos en nosotros mismos ni los pueblos confían en sus posibilidades. Se desarrollan la rabia, la hostilidad y el resentimiento, que mueven a la gente hacia un endurecimiento de la conciencia, como condición para resistir. Se da un cansancio vital y un sentimiento de derrota que apagan el sentido del presente y del futuro.
Como consecuencia, la desesperanza se apodera de las personas y de los pueblos, que dejan de creer en sus propias posibilidades. La frustración producida por esfuerzos vanos y por dificultades insuperables, las acomplejan y frenan cualquier intento de lucha. La desesperanza ha llegado a ser un factor determinante para la desmovilización social, a la que le quita todo sentido de futuro. Quienes tienen el poder, político o económico, han sido expertos para robarles a los pueblos las esperanzas que aún les quedan.
Pero, ¿qué es la esperanza? Fundamentalmente, es una actitud vital, en la que se experimenta la capacidad de afrontar la vida con sus dificultades, de manera favorable. Es un impulso vital, una fuente de energía, un motor de la acción y una fuerza interna basada en la confianza en uno mismo. La persona confía en que sí puede, el pueblo confía en que puede encontrar salidas. La esperanza se vuelve un estilo de vida en el que se advierte un horizonte posible y un futuro viable. A quien vive esperanzado no le asusta el porvenir y alcanza a mirar más allá de toda dificultad. Por eso reacciona y actúa y, además, proyecta siempre lo que es viable o posible. Se atiene a la dura realidad en sus verdaderas dimensiones, no la evade sino que la convierte en oportunidad. Sabe mirar a lo lejos, a los largos plazos y diseña procesos proporcionales.
¿Cómo recuperar la esperanza cuando ésta languidece o se diluye? No hay que olvidar que la esperanza es una convicción, un espíritu, una actitud básica ante la vida, que requiere ser atendida, cuidada y alimentada. Y puede, también, ser recuperada. Quien la ha perdido cree que nada puede hacer y le queda la opción del aislamiento, la ansiedad o la rebelión, sobre todo, cuando la situación de dolor o impotencia rebasa absolutamente a quien la sufre. Se requiere un camino, un proceso paciente para irla reconstruyendo. Necesitamos entrenarnos para un cambio de actitud, para pasar de la desesperanza a la esperanza. Hay que comenzar mirando más allá de la mirada negativa y dolorosa que tenemos de la realidad. Quien vive desesperado, se aísla en su percepción negativa de la realidad y no alcanza a mirar opciones ni alternativas.
La esperanza no es un simple deseo de que la realidad cambie, ni admite engaños en el sentido de minimizar la dureza de la realidad. “Todo va a estar bien”, solemos decirle a quien sufre. Eso puede ser sólo un deseo o un engaño, pero no es esperanza. La realidad es la realidad. Y, tantas veces, es dura e insoportable. Y materialmente no se puede modificar en cortos plazos. Lo que sí se puede modificar es la actitud ante ella, mediante la aceptación de la misma, muy diferente de la resignación. En otras palabras, tenemos que aceptar la dureza de la realidad sin darnos por derrotados. Hay que aceptar que se puede vivir una situación difícil de otra manera. De manera digna y positiva, apoyándose en los recursos que no hemos perdido y que aún tenemos con nosotros.
Es indispensable reconocer, más allá del lado doloroso de la realidad, también los aspectos positivos que hay en ella. Hay que identificarlos y valorarlos. Si hacemos un recuento de recursos que tenemos aún, nos daremos cuenta de que hay un área luminosa y positiva con la que sí contamos para superar la desesperanza y para conseguir el futuro que deseamos. Recursos espirituales tales como la dignidad, la indignación, la solidaridad, la amistad y otros, son de grande valor. Recursos comunitarios como la familia, un grupo o una organización son decisivos. También podemos reconocer que tenemos conocimientos, capacidades, habilidades, y relaciones. Por otra parte, se pueden detectar actores que pueden ser aliados, tanto en el ámbito de la sociedad como en el gobierno, y que se pueden tejer redes de solidaridad y de ayuda. La esperanza se va apoyando en los recursos que poseemos, ya espirituales, materiales y sociales.
Para los creyentes, la esperanza tiene un ingrediente religioso pues se sustenta en la experiencia de Dios, de su amor y de su justicia. Dios es el gran recurso con el que cuenta para afrontar la dureza de la vida. La fe religiosa activa la esperanza como una manera de vivir y de desarrollar una lucha por mejores condiciones de vida. En este caso, la esperanza tiene un componente teologal que suele resultar de mucho valor para el creyente. Eso lo expresan, de manera cotidiana, los pobres y las víctimas de las violencias que no encuentran a quien más recurrir. De hecho, la esperanza teologal está en la base de la vida de los creyentes que asumen de manera coherente su compromiso por cambiar este mundo.
En el proceso electoral de julio pasado, para muchos mexicanos, se abrió una oportunidad de esperanza. Han visualizado al próximo gobierno como aliado, como apoyo para cumplir tantas aspiraciones y para poner punto final a males endémicos como la corrupción, la impunidad, la desigualdad y la violencia. Ojalá este gobierno que está por tomar las riendas del poder político no defraude las esperanzas que se han empeñado para la necesaria transformación del país.
Históricamente, la estrategia del poder está empeñada en robar las esperanzas de los pueblos para manipularlos y utilizarlos. Y cuando logran sacar la esperanza de la conciencia, logran sus reprobables propósitos. La esperanza forma parte del patrimonio espiritual de los pueblos, que necesita ser cuidada y cultivada, necesita ser protegida y defendida, como una reserva moral que sustenta la resistencia y la lucha por la justicia. Quien quiera que este país cambie para bien de todos, tiene que cuidar su esperanza y cultivarla en los demás. De esta manera, se garantiza una condición fundamental para largar el miedo y para dar pasos hacia el futuro.