EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La “nueva normalidad” y el cuidado

Jesús Mendoza Zaragoza

Agosto 10, 2020

Nos han estado insistiendo las autoridades que un componente de la “nueva normalidad” serán los cuidados correspondientes y necesarios para que el Covid-19 no nos alcance. Ojalá que esta sea la ocasión para entrar en una nueva fase de nuestro desarrollo humano y cultural, en el que el cuidado, como expresión humanista, está aún muy ausente. En una entrega anterior traté de responder a la pregunta de por qué no nos cuidamos (El Sur, 1 de junio), destacando profundas carencias puesto que no hemos sido educados para el cuidado y señalando, a su vez, que urge una transformación de las personas y de sus relaciones para llenar estas carencias.
Se ha desarrollado en el campo de la enfermería un amplio pensamiento sobre el cuidado como un componente fundamental de los procesos de atención a los enfermos. La investigación, la reflexión, la experiencia y la teoría sobre el cuidado, han sido de mucho valor para mejorar ello. La enfermería, sobre todo, ha sido vista como una profesión de los cuidados. Es más, como una vocación específica del cuidado. La enfermería, vista como el arte de cuidar a los pacientes, puede servirnos de paradigma para plantear la necesidad de cuidar a una sociedad enferma como la nuestra, en la que todos tenemos que involucrarnos mediante una cultura del cuidado.
Una primera cuestión que ha de abordarse es la de desmontar los factores que han generado y desarrollado la cultura del descuido que abunda entre nosotros. Hay factores culturales tales como el individualismo, que nos desconecta a los unos de los otros. Si vivimos como seres desconectados de nuestro entorno, perdemos el elemental contacto para convertirnos en personas capaces de cuidarnos. Dicho individualismo nos desconecta, incluso, de nosotros mismos, que no nos percatamos de muchas de nuestras necesidades básicas para vivir como personas sanas y responsables dentro de la sociedad.
Además, la actitud de competencia, parte fundamental de esta cultura individualista nos hace ser anti sociales porque implica la negación de los otros y el rechazo a una vida amorosa y a compartir la vida. La sociedad dominada por el mercado neoliberal se sustenta en la competencia que, de suyo, es excluyente e inhumana y produce tantas víctimas. Si vivimos programados para competir en todo, en la familia, en la economía, en la política y en la educación, no podemos esperar el cuidado que se requiere para el desarrollo sano de las personas y de las comunidades.
Otro factor dañino es la mentalidad de lo desechable. La producción de lo desechable es tan abundante que ya se ha convertido en un grave problema ambiental. Por fortuna ya nos empezamos a dar cuenta de ello y a poner límites. Pero hay que tener en cuenta que lo desechable es parte del sistema económico que no solo deshecha cosas, sino también personas, comunidades y pueblos enteros. En las empresas, los trabajadores son desechables y por eso tienen que soportar malas condiciones laborales para permanecer dentro del sistema productivo. Hoy hablamos no solo de explotados sino también de excluidos o descartados. A las bandas criminales les sale tan bien esta mentalidad, ya que tienen una gran demanda laboral que a la hora que lo deseen pueden asesinar a sus propios empleados o trabajadores, puesto que ya tienen quienes los sustituyan en sus filas. Así siguen cayendo sicarios, narcomenudistas y halcones.
La hiriente desigualdad es un factor decisivo de la cultura del descuido. Muchos no tienen las oportunidades que se necesitan para su desarrollo personal, tanto que tienen que recurrir a situaciones extremas para sobrevivir. Hay quienes tienen que pelear para poder comer, tienen que recurrir a la rapiña y hasta la violencia para sobrevivir. En fin, viven en condiciones infrahumanas que no tienen al alcance los recursos para vivir con dignidad.
Y hablando de la cultura del cuidado, ¿qué podemos, al menos, insinuar? Hay que empezar diciendo que no se trata sólo de un asunto técnico, como cuando aprendemos a utilizar “con cuidado” una máquina. Estamos refiriéndonos al ámbito del ser. Es una forma de ser y de relacionarse, que implica una serie de valores y de habilidades humanas. Requiere una mirada ética, es más, una mirada estética de la persona para que sea capaz de crecer y de ayudar a crecer a los demás. Una mirada que sea capaz de descubrir valores esenciales para la vida y de conectarse con la bondad presente en todas las cosas y, sobre todo, en las personas y en la sociedad. Una mirada que se conecte con la belleza de todas las cosas por el solo hecho de existir. Una mirada creativa y sensible que se sustente en la imaginación, en la intuición y en los valores.
La actitud del cuidado se construye en la interioridad de cada persona en la medida en que ha recibido cuidados y se reconoce como sujeto de bondad, de belleza y de valores. Y como consecuencia, va construyendo su propia identidad, que la hace única y valiosa. Se sabe y se siente valiosa y por ello, es capaz de percatarse de lo valioso de los otros y de su entorno. Hay que señalar que la educación, como la solemos entender, no atiende suficientemente este campo. Ni en la familia ni en la escuela. No se educa en la ternura como capacidad de sentir afecto y de involucrarse en el bien de los otros; no se cultivan las caricias, en esta cultura tan machista y erotizada, como el acto de tocar lo más profundo de la persona en su totalidad.
La actitud del cuidado cultiva la mirada del corazón. Recordemos aquellas palabras de El Principito: “Sólo se ve bien con el corazón”. Se trata de la cordialidad como modo de ser, cuando desde el corazón nos conectamos con el corazón de cada cosa: de un río, de una ardilla, de una persona, de una comunidad, de un pueblo. El corazón logra mirar más allá de lo que aparece en la superficie y capta el dolor, la esperanza, el sufrimiento y las ilusiones. La cordialidad nos capacita para escuchar la realidad, para poner atención a los acontecimientos y mirar con mayor profundidad.
Otro elemento más, y muy decisivo, que edifica la cultura del cuidado es la compasión, que consiste en compartir la pasión de los otros y con ellos. Saliendo de nuestro propio círculo, nos trasladamos al mundo de los otros y nos arriesgamos a sufrir con ellos, a alegrarnos con ellos y a acompañarlos en sus caminos y en sus luchas.
Si el cuidado llega a convertirse en un modo de ser, cambia el estilo de todas las relaciones. Se da, en estos términos, un proceso de personalización y de socialización de extraordinaria riqueza, que da lugar a otra forma de conectarse con todo. Se genera una sensibilidad tan fina que es altamente humanizadora. Así se puede desarrollar el cuidado del planeta, que tiene que concretarse en las circunstancias de los entornos locales, el cuidado de una sociedad sustentable, el cuidado de los otros, particularmente de los pobres y excluidos y el cuidado de uno mismo en toda su integralidad que incluye el cuidado de la salud física, mental, emocional y espiritual.
Concluyendo, el punto que he planteado al principio es que la así llamada “nueva normalidad” va a requerir una cultura del cuidado, que es muy deficiente aún en nuestra sociedad. Hay que pensar cómo es posible integrarla para que esta crisis sanitaria nos permita avanzar a mejores condiciones de vida, no solo para la salud sino para la vida toda. Esta cultura de cuidado puede significar un avance civilizatorio en cuanto que nos permita dar un salto en desarrollo humano, tan necesario para mejorar las condiciones materiales de vida.
Las transformaciones sociales que necesitamos van aparejadas de la transformación de las personas desde su interioridad. No hay otra forma. Las personas somos el recurso fundamental para los cambios sociales. La capacidad de admiración, la conciencia de ser pueblo, la búsqueda creativa, los vínculos comunitarios, la integración de lo diferente y el desarrollo de la propia dignidad, serán recursos que encontraremos en el camino para esa “nueva normalidad” que tiene que llevar hacia una nueva sociedad, incluyente, sostenible y participativa. De otra manera, esa “nueva normalidad” será más de lo mismo. Y tendríamos que esperar que cuando llegue una nueva pandemia, tengamos que soportar otra muy larga cuarentena porque no nos sabemos cuidar.