EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La otra Guerra Secreta, la historia negra del Echeverrismo y los medios (y de cómo dejó discípulos también en Guerrero)

Aurelio Pelaez

Octubre 21, 2007

 

–¿Acaso te comparas con Dios?
–Bueno, alguna referencia debo tener, Woody Allen en Manhattan.

Hay historias que se presentan como tragedia y se repiten como comedia, tal es la sentencia a la que se recurre para explicar
ciertas recurrencias históricas. Y hay lecturas que por sí mismas nos llevan a comparar eventos históricos. Y he aquí que leyendo
el nuevo libro del periodista Jacinto Rodríguez Murguía, La otra guerra secreta, Los archivos prohibidos de la prensa y el poder,
publicado por editorial Debate (Random House Mondadori), ya en la tranquilidad del cafetín o en la antesala de la bulla de la
cantina, no dejo de pensar en mi gobernador Zeferino Torreblanca a lo largo de la develación del papel del protagonista principal
de esta investigación, el ex secretario de Gobernación (con Gustavo Díaz Ordaz) y ex presidente de la República, Luis Echeverría
Álvarez, en relación con los medios de comunicación.
Otro receso de mi estadía en El Sur (va el sexto, según mis cuentas), y no dejo de mirar con alarma el asedio de Zeferino a un
proyecto de periodismo democrático del cual él se beneficio, y que ahora pretende destruir. Lo que pasa es que no leen la
historia, esa que el mismo Echeverría pretendió redactar con la complicidad de los medios con el fin de perpetuarse como él se
concebía, aunque en el fondo aspiraba a la impunidad. Ahora los libros, la historia escrita por los periódicos y los periodistas a
los que quiso acallar o destruir, lo definen ya para la posteridad como un genocida, cosa de la que fatalmente alcanza a ser
testigo en vida.
¿Cómo recordará la historia a Zeferino?: una mezcla del ‘no pago para que me peguen’, de José López Portillo; del principio de
autoridad sobre todo, de Díaz Ordaz; de la truculenta perversidad y maquiavelismo (esto último le queda grande, pues siempre
se le ven las manotas), de Echeverría. Vicente Fox aún patalea presentándose como el primer presidente honesto de la
posrevolución, pero a Zeferino ya le hace agua el barco. O de plano se piensa a semejanza del ex gobernador José Francisco Ruiz
Massieu, que tanto despreciaba al periodismo local y sólo buscaba su reflejo en la llamada prensa nacional. Zeferino no lo sabe,
pero ante la historia, ya perdió. Que penota que en el camino muchos que estaban cerca de El Sur –acaso porque no les quedaba
otra– se hayan alejado del periódico y callado ante los atropellos al diario, seguramente para no hacer enojar al gobernador y
seguir en la familia feliz. ¿Nombres?, muchos, casi todos en alguna de las muchas nóminas de pago del gobierno del estado. Para
qué balconearlos, ellos lo saben y es suficiente.
Bueno, faltan tres años, cinco meses con 15 días y sus noches para que termine la tragicomedia del gobernador gatopardo, y es
que lamentablemente como en la ópera, esto no acaba hasta que cante la gorda.

Los tiempos de antes

“Nada más recuerden que hay tres tabúes, el Presidente de la República, el ejército mexicano y la virgen de Guadalupe”, advertía
en la década de los 60 –del siglo pasado- el director de la revista Siempre, José Pagés Llergo, a sus nuevos colaboradores, sobre
los temas con los que no habrían de meterse. Esa era la regla no escrita del periodismo mexicano, la verdad pública, la ineludible
parte que le tocaba actuar a los medios de comunicación en el sostén del sistema político mexicano, en tiempos del PRI
omnipresente, ya como complicidad, ya como parte de su cuota por subsistir.
Lo otro, la estrategia del control, persecución y aniquilamiento de los medios y los periodistas críticos al poder, utilizando todas
las estrategias del Estado, desde la publicidad, el papel (por medio de la desaparecida PIPSA, la empresa estatal que vendía el
papel a la prensa escrita), los impuestos (IMSS, Hacienda), y la parte represiva del aparato policiaco y sus inconstitucionales
métodos de espionaje, infiltración y sabotaje.
De esto trata el libro del periodista Jacinto Rodríguez Murguía, La otra guerra secreta, una investigación basada en documentos
encontrados en el Archivo General de la Nación (AGN), y particularmente de una época, la del periodo político de Luis Echeverría
Alvarez (secretario de Gobernación, 1963-1969; presidente de la República, 1970-1976). Los archivos, las cajas olvidadas y no
destruidas que permiten ahora una reconstrucción clave de la otra guerra sucia paralela a la que se dirigió contra los
movimientos sociales y las guerrillas que tienen un mismo actor, Luis Echeverría.
Las cientos de cajas resguardadas en el ex penal de Lecumberri, fueron dejadas al parecer con plena conciencia por quien fuera
su colaborador más cercano, Mario Moya Palencia, su secretario de Gobernación, como una especie de venganza al no haberlo
nombrado Echeverría su sucesor. Así, salvados del fuego, los documentos son ahora una memoria negra del poder, y una
evidencia del control y manejo de los medios por parte del sistema y uno de sus más añorados –del clan de la mano dura–
exponentes, Luis Echeverría.
La historia de este libro, cuenta el mismo Jacinto Rodríguez, tiene la marca permanente de Echeverría: su obsesión por el control
de los medios de comunicación y por el inmenso poder que daba manipularlos. El libro no aspira más que transmitir los
testimonios de lo que quedó en el Archivo General de la Nación sobre la relación entre medios y poder, dice el autor.
Así, a lo largo del mismo se presentan las evidencias de su manejo del movimiento de 1968; de los preparativos del asalto al
periódico Excélsior, el principal de México y muy probablemente de toda América Latina; del control a directivos y medios de
comunicación a través de la corrupción o su aniquilamiento (y de paso información y anécdotas de cómo se corrompía a la
prensa); de la contrapropaganda de desprestigio a las guerrillas de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez; el trabajo de espionaje a
secretarios de Estado presidenciales en la liza por la sucesión del presidente Gustavo Díaz Ordaz
“El conflicto estudiantil del verano de 1968 fue una primera prueba de aquella relación que se venía construyendo años atrás
entre medios y poder. Ahí se confirmaron alianzas y se definieron distancias. Precisamente en el conflicto se vería el nivel de
lealtad, interés y conveniencia” de los medios, cuenta el periodista.
Desde la oficina de Echeverría en la Secretaría de Gobernación salieron las directrices que orientaron la política de comunicación
social –todavía no se llamaba así– hacia los estudiantes. “Había que evitar que en los medios se siguieran empleando los términos
‘estudiantes’ y ‘conflicto estudiantil’, para aplicarles términos como ‘conjurados’, ‘terroristas’, ‘guerrilleros’, ‘agitadores’,
‘anarquistas’, ‘apátridas’, ‘mercenarios’, ‘traidores’, ‘extranjeros’, ‘facinerosos’. El eufemismo como mecanismo eficaz de
propaganda política contra el adversario… El lenguaje como arma”.
Remember Ayotzinapa, a quienes el Cliente Frecuente de restaurantes VIPS y de otros de más caché como el Suntory, José Luis
González de la Vega, alias el secretario de Educación en Guerrero, asocia con el EPR; los calificativos de vividores de Zeferino a
los opositores a La Parota, a los integrantes de la APPG, a los maestros, a todos los que no lo halagan.

Del control como un arte

Un capítulo, La tiranía invisible, abre con un ensayo sobre la relación entre medios y poder y que es un escrito encontrado en el
AGN de autor anónimo (¿acaso el mismo Echeverría, Mario Moya o alguna de las plumas a su servicio?). Aunque también se
atribuye nada menos que al ex alcalde de Acapulco, Jorge Joseph Piedra, analista de Gobernación en ese tiempo. Entre alguno de
sus axiomas, sostiene: “El control de la opinión pública en un régimen democrático es elemental… En un gobierno democrático
este control debe alcanzar calidad de arte”. Por sí solo, el documento abre otra lectura total de los medios y el poder: que alguien
desde las alturas de éste pensó y calculó escenarios políticos y sociales de futuro, en el que los medios de comunicación serían
fundamentales para la concreción de los planes de los gobernantes.
Más: “La propaganda que se discute es la mitad de eficaz”, “para que la propaganda se instale con carácter de permanente en el
subconsciente del ciudadano y de ahí adquiera condición de hábito mental, precisa que nada ni nadie la contraríe”. “No basta que
un Estado trabaje arduamente en beneficio de los gobernados, si éstos ignoran la cuantía del esfuerzo.
“La fuerza de un gobierno se funda en la opinión pública. Cuando esta falta, un gobierno carece de poder y, por consiguiente, no
puede interpretarse como tal”. “Las dictaduras reprimen por la fuerza las ideas y las expresiones populares. En un gobierno
democrático, este control debe alcanzar calidad de arte, toda vez que intente manejar ciudadanos libres, capaces de resistirse a
la acción de las autoridades y capaces también de llevar contagio de su resistencia a los demás”.
El documento –quizá un manual que pasó de sexenio en sexenio y que tuvo sus aprendices en los sótanos del poder, verbigratia
Jorge Joseph– es punto de partida para analizar ese periodo, y sus personajes Díaz Ordaz, Echeverría, Moya, y sus operadores en
la prensa, Francisco Galindo (Galindo, Galindo, me suena) Musa; y, de nuevo, Jorge Joseph Piedra, el ex presidente municipal de
Acapulco que merecerá una mención aparte.

PIPSA, IMSS, Hacienda

A lo largo de la investigación se reseñan también detalles chuscos de esta relación del poder con los medios, como los regalos de
fin de año, botellas, dinero, o evidencias del control donde fríamente se recalca en informes que los periódicos tienen adeudos
permanentes con el IMSS y demandas de papel, por lo que se recomienda intercambio de adeudos por publicidad, “de alguna
manera obtienen parte de su petición y vuelven al sistema de acumular adeudos”. Atención especial merece el caso de la revista
Política, del desaparecido Manuel Marcué Pardiñas, a quien por ser crítica al poder, ni el papel le vendían.
También se evidencian favores a los propietarios de diversos periódicos para sortear sus problemas con la Secretaría de
Hacienda, favores que después fueron facturados políticamente en los momentos de crisis del régimen.
Ya el Estado no es dueño de la empresa de papel, PIPSA, ya la lucha democrática ha ganado espacios a la libertad de expresión,
ya el PRI no gobierna ni el presidente en turno tiene el control total de los poderes en el país. “El control oficial ha disminuido
enormemente; (no obstante) lo que queda es el hábito de informar adquirido por la prensa y apropiado durante décadas de
predominio de este sistema… En otros tiempos el PRI controlaba la prensa, como todo lo demás”, escribía hace poco el periodista
Gideon Lichfiel, de la prestigiada y conservadora revista británica The Economist, citado por Jacinto Rodríguez.

Cómo tratar a la guerrilla

Granero Político fue una columna periodística publicada en La Prensa –quizá por décadas el diario más popular del país y que en
su edición mezcla nota roja y política– en 1968 y en años posteriores, y cuya línea y autoría tenía orígenes en la Secretaría de
Gobernación de Echeverría y luego, desde la misma Presidencia. Se le consideraba como la opinión real del ex presidente, su
operador, Moya Palencia y su redactor, Francisco Galindo Musa (guardián de honras ajenas sin prestigio propio, lo calificaba el
periodista Julio Scherer), y en donde se vertían opiniones sobre los enemigos del régimen, de Díaz Ordaz a Echeverría. De las
guerrillas en Guerrero, una columna cuyo documento original se encuentra en los archivos salidos de Gobernación, muestra en
lenguaje crudo lo que el gobierno quería que se pensara de esa insurrección cívica: “Genaro Vázquez va puliendo su personalidad
congénita de desadaptado social y de paranoico, en el que se conjugan de manera oscilante dos elementos, el odio y el afán
enfermizo de poder… lo sustancial es un trastorno proveniente de la necesidad que sienten estos enfermos de imponer a sus
seguidores sus falsas convicciones, lo cual es particularmente verdadero en el caso de Genaro Vázquez cuyas ideas no tienen otra
motivación que un odio primario”.
“Mientras los guerrilleros de otros países eran para LEA unos luchadores sociales, los de México no pasaban de ser unos
subversivos… La ambigüedad en cuanto a política interna y externa habría de distinguir a los mexicanos”, narra Jacinto Rodríguez
.
¿Por qué La Prensa?: “A Echeverría y Moya no les interesaba que los analistas miraran sus ideas e intenciones propagandistas en
sus columnas, les interesaba que el mensaje se difundiera entre un sector social sensible al miedo, vulnerable a sus
advertencias”.
Cuenta el periodista del conflicto de los empresarios con Echeverría tras el asesinato de Eugenio Garza Sada en 1973, “a los
empresarios los reconoció como interlocutores, pero para él la guerrilla mexicana nunca existió”.

Joseph Piedra

Según Jacinto Rodríguez, el ex alcalde de Acapulco era uno de los hombres más cercanos y funcionales al poder. En una ficha de
la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la temible policía política, con fecha del 7 de agosto de 1968, se afirma que Joseph
formaba parte del grupo de agentes confidenciales que manejaba la Secretaría de la Presidencia de la República. Con esta
referencia se adjunta un documento donde Jorge Joseph desarrolla una serie de tesis de lo que considera fueron los diez errores
que hasta ese momento había cometido el gobierno federal frente al conflicto estudiantil, entre ellos el bazookazo a la Escuela
Nacional Preparatoria de San Ildefonso, que detonó el movimiento estudiantil: “Lo que en términos de propaganda fue un
desastre, pues en vez de ocultar la propaganda se le propagó con gran despliegue en televisión y periódicos…”.
En su papel de investigador al servicio de Gustavo Díaz Ordaz, y directamente de Emilio Martínez Manatou (secretario de la
Presidencia), comparte su lectura de testigo, de lector crítico de lo que los medios de comunicación difundían sobre el conflicto.
“Su labor de inteligencia puesta al servicio del poder le habría brindando importantes dividendos. Nacido en Acapulco, Jorge
Joseph mantendría un lugar cercano y permanente dentro del sistema político de esos años, por lo menos hasta el sexenio de
Carlos Salinas de Gortari y quizá comenzó antes de 1960.
“Por la calidad y el contenido de los informes, se confirma su cercanía con el poder. Incluso, de acuerdo con la versión de Sergio
Romero Ramírez, El Fish, una de las cabezas visibles de la ultraderecha, Jorge Joseph fue el autor del libelo El Móndrigo… que en
su tiempo trataba de hacer pasar como el diario de un militante del movimiento y sólo fue un lamentable escaparate de infamias”
contra el movimiento estudiantil de 1968, según ensayo de Roberto López Moreno publicado en 1988.
Según Romero Ramírez, estos servicios tuvieron como premio la presidencia municipal de Acapulco, en 1960, “por instrucciones
de (Fernando) Gutiérrez Barrios”, director de la DFS y posteriormente secretario de Gobernación con Carlos Salinas de Gortari.
Como paradoja histórica, hoy sus hijos son cercanos al PRD, partido que tiene sus afluentes en el movimiento de 1968 y la lucha
guerrillera de los setentas en Guerrero.

Cosío Villegas: no hay prensa libre con Parlamento servil

El historiador y periodista Daniel Cosío Villegas fue uno de los críticos más consistentes del gobierno de Luis Echeverría.
Memorable es su respuesta al discurso de Martín Luis Guzmán (el célebre escritor de La sombra del caudillo), que dio el 7 de
junio de 1970 en el festejo del Día de la Prensa Nacional ante el presidente Díaz Ordaz.
La cita a Cosío Villegas es a propósito de un documento encontrado por el periodista Jacinto Munguía en los archivos de
Lecumberri, en donde se revela cómo desde la misma Secretaría de Gobernación se corrigió y avaló el texto leído por Martín Luis
Guzmán, periodista de claroscuros, cercano al poder.
Según Cosío Villegas, que obviamente no conoció la revisión y censura al discurso Guzmán, como periodista, trata de demostrar
que el gobierno respetó la libertad de prensa en ese periodo crítico de 1968. “Si fue así la explicación es sencilla. Para el orador
esos desórdenes tuvieron ‘evidentes tendencias subversivas’, un origen ‘turbio’, pretensiones no ‘falsamente descaradas’ sino
‘desmesuradas’… Si estas eran las opiniones de la prensa sobre los desórdenes estudiantiles resulta inconcebible que el gobierno
restringiera su ‘libertad’. Convengamos, pues, en que la disposición de un gobierno a respetar la libertad de prensa no se prueba
cuando la prensa ensalza al gobierno, sino cuando lo censura o se opone a él…
“Después de todo, esto resulta episódico. Lo importante es reconocer que no hay termómetro mejor para calibrar la salud de una
sociedad democrática que la relación que guarda el gobierno y la prensa.
“El México de hoy se encuentra en una situación intermedia, pero no porque hayamos salido de la sombra y veamos la luz, sino
porque el peso abrumador del gobierno y el coro publicitario que canta sus monerías han hecho de los mexicanos seres
alucinados que toman la ficción por realidad, o porque fingen haber caído en el garlito para protegerse…
“No se ha dado, por ejemplo, ni puede darse una prensa libre junto a un Parlamento servil… No puede darse donde la autoridad
tiene un poder incontrastable, sea legítimo o arbitrario…”.
Treinta y cinco años después, tenemos en Guerrero la comedia de un Congreso local de mayoría “democrática”, con tintes de
trágica bufonada.