EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La oveja negra

Florencio Salazar

Diciembre 10, 2019

Hace unos días estuvo en México don José Mujica, ex Presidente de Uruguay. Don Pepe, como es universalmente conocido, ha sido objeto de tres entrevistas en la revista Proceso (No. 2249, 8 de diciembre), a las que ha destinado ocho páginas. No recuerdo que el semanario haya dedicado un espacio así a un político vivo y fuera del poder.
Miembro de la guerrilla de los Tupamaros, activa en Uruguay entre los 60 y 70, durante 13 años estuvo encarcelado, absolutamente aislado. Su cautiverio fue más duro que el de Mandela, pues éste salía al patio del penal a picar piedra y mantenía comunicación escrita con el exterior. Don Pepe nada. Quizá esa soledad –como él lo refiere– la convirtió en el hombre que es (y no en el resentido o el paranoico que pudo haber sido).
Antes de lo publicado por Proceso había leído Una oveja negra al poder. Pepe Mujica, la política de la gente, de Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz (Debate, Penguin Random House, México, 2016). Los autores dirigen el semanario Búsqueda, de aquel país. Ellos acompañaron a Don Pepe durante 15 años, hasta la parte final de su gobierno. Una Oveja… habla del estadista uruguayo desde el coloquio personal hasta el seguimiento de su vida pública.
A través de los textos de Proceso y del libro se escucha la voz de un político diferente, con la hechura de un activista inconforme –como todo activista–, que asumió las armas y luego la vía democrática. Es decir, pasó de la lucha armada a la política y de la guerrilla arribó a la Presidencia de la República. Don Pepe es un político cocido en un horno diferente a los habituales.
En 2005 el Presidente Fox me designó su representante en la toma de posesión del Presidente Tabaré Vázquez. Previamente a la ceremonia tendría yo un encuentro con el Presidente del Senado uruguayo en la Embajada de México. Después de un corto vuelo de Buenos Aires a Montevideo, breve escala en el hotel y traslado a nuestra sede diplomática. Al llegar ya estaba ahí el líder senatorial. Llevaba yo la misión de negociar con él un acuerdo para la comercialización de carne en canal. Se me había informado que el senador sería nombrado Ministro de Agricultura del nuevo gobierno.
Con el senador tuvimos una conversación concreta, pues unas horas después vendría la ceremonia oficial. Me encontré con un hombre mayor, de mediana estatura, que al escuchar entrecerraba sus pequeños ojos y al hablar lo hacía con cordialidad y sin desperdiciar palabras. Varios mexicanos invitados pronto se integraron a la conversación, incluido el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas, con quien yo había tomado café la tarde anterior en Buenos Aires. Él, en vez de volar, cruzó el Mar de la Plata y llegó molido por los golpes constantes de la embarcación en el agua. Entonces me enteré de que el Mar de la Plata es un enorme río, que mide más de 100 kilómetros de ancho.
Nuestra competente embajadora Perla María Carvalho Soto había dispuesto una serie de canapés, de modo que el almuerzo fue innecesario. Llegada la hora fui al acto de investidura del Presidente Tabaré Vázquez. Previo al evento esperamos en un salón contiguo representantes y jefes de Estado. Ahí estaba el Presidente Lula con todo su magnetismo, Kishner de Argentina y todos los mandatarios sudamericanos. Juntos pero no revueltos, de modo que me quedé con las ganas de saludar al Presidente de Brasil, lo que sí pude hacer con el poeta Mario Benedetti.
La sesión la presidía el senador con el que había hablado en nuestra Embajada. Recuerdo el calibre de su discurso. Dijo que se reunían en ese acto los oprimidos y los opresores, pero que no obstante traer “las huellas de los golpes en el lomo”, sostenían el acuerdo democrático para convivir con la oposición y que terminando la ceremonia, ese mismo día, se harían excavaciones en los cuarteles. Se comprometió al respeto a los derechos ciudadanos conforme a la Constitución. Dijo también que el nuevo gobierno, lucharía por la prosperidad de Uruguay. Yo había escuchado el primer discurso de impacto internacional de Don Pepe, quien al terminar la ceremonia pidió licencia para asumir la cartera de Agricultura.
Cuatro años después, en el 2009, a los 75 años de edad, Don Pepe sería electo Presidente y en ese lapso se convirtió en un líder de referencia continental. Sus discursos no fueron los protocolarios de los jefes de Estado; él decía con un lenguaje llano, directo, lo que importaba al pueblo: los servicios que el gobierno debería sostener, como la educación, la salud y el crecimiento económico. Y a los líderes continentales la integración, una especie de federación latina, para no ser víctimas de la globalidad que provoca la cultura de la necesidad.
Conocido como el Presidente más pobre del mundo, habitante de su propia casa, conductor de su vochito azul, que se negó a vender en un millón de dólares que le ofreció un jeque árabe porque “se lo regalaron sus vecinos”, un hombre íntegro, lúcido y culto. Lo animan la paz, el bienestar y la cultura. Ha dicho que uno de los males de América Latina es la corrupción y no se muerde la lengua para hablar de ese problema en Brasil, Argentina, Venezuela y el propio Uruguay.
Uruguay tiene 176 mil 220 kilómetros cuadrados y una población casi igual a la del estado de Guerrero: 3 millones 446 mil 299 habitantes. Y desde su patria “Mujica atravesó el mundo tratando de dar protagonismo a un pequeño país. Un ex guerrillero que en menos de dos años generó la atención de Obama, Putin, Fidel Castro y el papa Francisco, que comprobó su fama tanto entre los campesinos de Ecuador, a los que pone como ejemplo de vida, o los indígenas de Bolivia o Perú, como entre los nórdicos de Finlandia” (La Oveja… p. 243).
Será porque reconoce que “la tarea de gobernar tiende a apartar a la gente, es algo sobre lo cual hay que aprender: no alcanza con hacer, hay que convencer”. Por fortuna, esta oveja negra uruguaya, nada tiene que ver con la oveja negra del cuento de Monterroso. Él es seguido por su vivo ejemplo.
El ejemplo de un auténtico militante de izquierda.