Silvestre Pacheco León
Diciembre 10, 2018
El frente frío que en la capital del estado exacerba los rigores del clima hace que me devuelva a la Costa Grande más pronto de lo planeado. Voy con mi esposa recién llegada de un largo viaje, los dos con el ánimo de seguir la Cuarta Transformación anunciada por Andrés Manuel desde un ambiente más relajado.
Salimos por la tarde siete minutos después del horario programado por la línea de autobuses y recuerdo bien ese dato porque si la salida hubiera sido puntual, nuestro autobús habría podido pasar por Santa Rosa, en el municipio de Tecpan, a tiempo de no ser atrapados por el bloqueo de la nueva policía ciudadana emergente que nos detiene por casi dos horas en la carretera.
Primero fue la sorpresa de ver el autobús detener su marcha en la oscuridad de la noche alejados de las poblaciones vecinas. Después los pasajeros pasamos por el nerviosismo de la desinformación que nos mantiene en ascuas, y más cuando vemos aparecer grupos de civiles armados recorriendo la larga fila de automóviles detenidos, lo cual nos quita en el acto el frío del clima artificial.
Cada uno de los pasajeros piensa por su cuenta que es el abordaje del autobús lo que continúa. Razonamos que nos asaltarán, y nos resignamos a perder las cosas de valor que llevamos, deseando que de ahí no pase la mala experiencia.
Con discreción recorremos las cortinas de la ventana para ver el paso de las camionetas y cuatrimotos que van en sentido contrario por el carril despejado, pero no sabemos nada, sólo intuimos.
Yo recuerdo con un ligero nerviosismo que fue en un retén de esta zona donde policías ministeriales levantaron a Eva Alarcón y Marcial Bautista, los dos dirigentes ambientalistas de la sierra de Petatlán, desaparecidos hace casi seis años.
De la vecina de asiento escucho que está reportándose con su familia. Les informa que los del bloqueo “son gente de la sierra” que andan armados. Supongo que le recomiendan estar tranquila y mantener la comunicación.
Estamos delante de Papanoa. Ya hemos pasado por la curva donde se ponen los puestos de fruta, muy cerca del crucero para entrar a Coyuquilla Sur. Santa Rosa es el principal acceso a la sierra de Petatlán y de Tecpan. La carretera en esa cuerva sube hasta El Durazno, el pueblo más importante del Filo Mayor que, me entero después, aporta un contingente nutrido en la movilización.
Mientras camino para ir al baño miro a la señora que repite discretamente el rezo que hay para casos extremos, La Magnífica, veo en su pantalla mientras me conduelo de ella.
Lo que se sabe es que la violencia intermitente en esta región ha vuelto a repuntar y ahora es el escenario de los desplazamientos. Los pueblos están siendo abandonados forzados por el enfrentamiento de dos grupos rivales que se disputan el control del territorio que funciona como ruta de trasiego de droga y armas.
Las historias que se cuentan en esos pueblos son aterradoras por el grado de violencia a que están sometidos sus habitantes.
Como la mayoría de los vecinos se encuentra en medio de los grupos en conflicto, la presión es constante para que se hagan partidarios de unos u otros. Ya saben lo que pasa cuando eso sucede, pues han visto morir a muchos jóvenes que primero han aceptado las armas y la paga a favor de unos y luego ser víctimas de los otros acusados de traición. Imposible mantenerse neutrales ante los ojos de los criminales.
Casi al mismo tiempo de que los celulares comienzan a recibir información, vemos que el chofer desciende del autobús para escuchar lo que platican los conductores vecinos. Se trata de un bloqueo en la carretera federal por parte de pobladores de la sierra para anunciar la aparición de la Policía Ciudadana que demanda paz en la región. Dicen que son habitantes de Tecpan, Petatlán, Zihuatanejo, La Unión y Coahuayutla, un territorio tan amplio que puede caber en él un estado pequeño. Dicen estar cansados de la inacción del gobierno que los ha abandonado a su suerte sabiendo que están en manos de los criminales que imponen sus leyes bajo el poder de las armas. Eso a los pasajeros nos da cierta confianza y hasta nos relajamos intercambiando información.
Por lo visto no sólo los habitantes rurales de las regiones del Centro y de la Montaña baja están viviendo una situación de guerra ante la ineficacia del gobierno y la indolencia del resto de la población.
Los criminales tienen ya el control de los caminos y la gente sufre la carencia de alimentos. Los niños han dejado de ir a la escuela porque los maestros no llegan y los centros de salud están abandonados, sin personal ni medicinas. Y ni qué decir del trabajo en el campo. Las cosechas están abandonadas y los animales andan sueltos buscando qué comer según leemos en las crónicas.
Mientras nuestro autobús pasa por el crucero de Santa Rosa después de dos horas de espera, hago recuento de lo que pasa en Guerrero y concluyo que el gobierno del estado ha sido rebasado por esos grupos armados emergentes que han surgido como parte del hartazgo de la gente, unos absolutamente limpios de antecedentes ilegales, pero otros respondiendo a intereses particulares. En todo caso, en la mitad del sexenio priísta controlan más de la mitad del territorio estatal mientras el gobierno espera cómodamente que la situación se arregle con el gobierno de la Cuarta Transformación.
Pero la esperanza del restablecimiento de la paz tampoco puede ser eterna aunque apenas van los primeros días del gobierno de Andrés Manuel. La gente se desespera pensando que ya hizo lo que le pidieron para al cambio, pero éste no aparece ni se ven indicios de que un día llegará.
Todos quieren el cambio y parecen estar dispuestos a la movilización, pero no se sabe qué papel les asigna la estrategia de la Cuarta Transformación.
No se anuncian los operativos para evitar el ingreso de armas en las fronteras ni tampoco una campaña de despistolización. En las carreteras nada ha cambiado. Vemos a los mismos cuerpos policiacos de los tres órdenes de gobierno atracando a los conductores como siempre, mientras los delincuentes siguen actuando a sus anchas.
Con estos pensamientos voy al encuentro del mar donde muy temprano grupos de vecinos disfrutan del paseo matinal por Paseo del Pescador. Hay nueve veleros atracados en la bahía mientras en lontananza tres lanchas se miran como fantasmas envueltas en la bruma.
Un pescador con su caña prueba suerte desde la orilla mientras sobre la superficie salta juguetón el pez volador que nunca falta.
El mar está alto pero tranquilo y si uno se acostumbra a oírlo, escucha el rumor del ir y venir de sus olas que viene desde el fondo arenoso para chocar contra la sólida roca que lo contiene en la orilla.