EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La perspectiva de la CRAC

Silvestre Pacheco León

Abril 03, 2016

En aquel día de finales del 2014, Ayutla de los Libres nos seguía manteniendo juntos en nuestra travesía a Suria y a mí.
En la entrevista a los fundadores de la CRAC hubo un receso para invitarnos la comida.
Se sirvió agua de Jamaica y tortillas de mano hechas al instante para comer un plato de frijoles negros con epazote.
Era evidente que la familia que habitaba la casa era de origen indígena, se trataba de una pareja de ancianos que hablaban entre ellos en su lengua originaria y también el español. Se veían reservados y estaban pendientes de lo que se necesitara en la reunión.
Mientras sentados a la mesa saboreábamos el agua fresca, Suria y yo recordamos el color rojizo como de incendio que identifica al cultivo de la Jamaica sembrada entre la milpa en las laderas de los cerros.
Es casi del color del vino tinto, dijo Suria.
Con la ventaja o desventaja de que no emborracha, le respondo.
Frente al huerto de árboles frutales crecidos en el patio que llenan de frescura el ambiente, la plática se hizo más provechosa porque derivó a otros temas de la cultura indígena.
En animada charla todos comentamos sobre la colorida y variada cocina indígena, las lenguas originarias con sus distintas inflexiones en la pronunciación que se escuchan en esta parte de estado donde los mixtecos, tlapanecos y amuzgos suelen encontrarse.
Un poco antes de reanudar la entrevista, las mujeres se levantan de la mesa y caminan por el patio, después las tres se juntan en torno a Suria. Ella es la más joven y diferente porque va vestida a la usanza de la ciudad, las otras mujeres son morenas de pelo largo y negro, ninguna viste pantalón y las tres llevan blusas bordadas.
Cuando nos juntamos para reanudar la entrevista Suria me comenta que las mujeres la han invitado a visitar sus comunidades para asistir a una asamblea comunitaria, y ella se muestra entusiasmada mientras me repite los pueblos que le gustaría conocer nomás por sus nombres que la atraen: Barranca Tecuani, Cerro Gordo Nuevo, La Sidra, El Timbre y El Charco, desde luego.
Uno de los hombres, de cara y manos curtidas por el sol y el trabajo en el campo, nos comenta que el timbre es un árbol de madera fuerte, propia para los cercos, que abunda en ese pueblo que ha tomado su nombre, luego agrega que hay otro árbol de características semejantes que conocen con el nombre de fraile, al que ningún pueblo adoptó.
Fue en el momento en que Suria me repetía esos nombres de los lugares interesada en visitar cuando caí en la cuenta de que no me había dicho por cuántos días se quedaría en el estado, y tampoco yo se lo había preguntado, quizá pensando inconscientemente en mi deseo de que venía para quedarse.
Mientras los entrevistados decían que quienes participan en el proyecto de la CRAC viven un embate sistemático del gobierno federal bajo el argumento de que se extralimitan en sus funciones, yo me distraía pensando en que el reencuentro con Suria le daba un vuelco inesperado a mi vida en el momento en que Adela decidía poner distancia de mí.
Tras ese hostigamiento, continuó la plática, el gobierno busca ocultar su complicidad con el crimen organizado que se descubrió en el ataque y desaparición de los 43 estudiantes normalistas ocurrido en Iguala en el mes de septiembre, dice el hombre convencido.
Los entrevistados sostienen que en los ataques, como le llaman a las detenciones de sus dirigentes por parte de la Marina y el Ejército, el gobierno está yendo a fondo para tratar de ponerlos en la ilegalidad y luego liquidar toda la estructura de defensa armada que han levantado para garantizar la paz social en sus pueblos.
Sostienen que en su estrategia global el Estado mexicano se siente obligado a garantizar la seguridad de las inversiones del capital trasnacional en las áreas más dinámicas de la economía y que en ése propósito la CRAC se ha vuelto un obstáculo por su solidez en la defensa de los derechos de los pueblos originarios.
Ahora son las grandes obras de infraestructura, la generación de energía eléctrica, la reserva de agua, las comunicaciones y la industria minera es lo que resulta más atractivo para los inversionistas.
Pero la explotación minera en Guerrero está en toda la historia del estado, les digo.
Sí, pero ha ido de menos a más y las empresas mineras siguen funcionando en la opacidad, cuando menos en los pueblos donde se explotan sus recursos minerales, nadie sabe el monto de la riqueza que extraen ni lo que pagan de impuestos.
No se hace público, por ejemplo, el volumen del oro y la plata que se llevan de las minas y tampoco los precios internacionales de esos metales, comparados con los ingresos que tiene la gente que vive en esas tierras.
Algunos de esos pueblos asentados sobre las minas reclaman una participación mayor en los beneficios de las mineras, otros quieren que esas empresas mitiguen los efectos de los daños ambientales que provocan, y los más, de plano no están de acuerdo en ceder sus tierras para la explotación minera, aunque ahora la ley diga que eso es prioridad frente a cualquier otra consideración.
Sostienen que la agresión de parte de las corporaciones militares y policiacas no es para ocultar el éxito que los pueblos originarios han tenido en su combate a la delincuencia, sino para desconocer sus derechos autonómicos, y que su experiencia no se puede replicar en las zonas no indígenas, aunque muchos mestizos lo han propuesto.
Para el gobierno el principal problema que tiene con nosotros es nuestra autonomía para dar justicia y seguridad, porque imagínense que una empresa quiera pasar por encima de nuestros derechos para explotar una mina o construir una presa, afectando los terrenos sagrados que nosotros cuidamos y protegemos, porque son parte de la cultura y tradición de nuestros pueblos.
En justicia nosotros tendríamos prioridad, y para defender ese derecho tenemos la estructura organizativa que hemos levantado durante más de 20 años.
Eso es lo que sostiene Gilberto López y Rivas como la fuerza clave de los pueblos originarios, le digo a Suria.
¿Y dónde queda dentro de esa estrategia del Estado la aparición de la Policía Ciudadana?
Algunos de esos grupos nacen justificadamente en defensa de sus pueblos pero como carecen de un control o respaldo ciudadano, a menudo se convierten en el brazo militar del gobierno o como paramilitares que sirven al poder, ya sea al constituido legalmente o al de facto.
Y cual es la perspectiva.
Pues nosotros le apostamos al respeto a la ley. Jurídicamente nuestros detenidos merecen estar en libertad, aunque no tenemos seguridad de que el gobierno actúe con justicia.
A lo que le apostamos es a la solidaridad de la sociedad organizada. Las batallas por venir nos tomarán preparados, dice con seguridad el hombre que parece el más callado.
Son las conclusiones expuestas por los entrevistados quienes agradecidos de que nuestros medios pudieran difundir sus puntos de vista nos despiden reiterando la invitación a que volvamos para recorrer la zona propiamente indígena.
Ya el sol va de bajada cuando Suria y yo abordamos el auto y nos encaminamos a la salida de Ayutla rumbo a Tecoanapa.
Caminamos intercambiando impresiones sobre las personas entrevistadas cuando me dice provocadoramente
–¿Me invitas a Iguala?
–¡Vamos!
–Pasearemos por la plaza y te invitaré un helado de tamarindo.