EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La polémica sobre el perdón

Jesús Mendoza Zaragoza

Agosto 20, 2018

Desde que el ahora presidente electo Andrés Manuel López Obrador planteó en su campaña electoral la posibilidad de incluir la amnistía como un instrumento para la pacificación del país, se ha mantenido una permanente polémica al respecto. Ni el entonces candidato, ni Morena, su partido, hicieron algo para precisar esta oferta política, lo cual fue aprovechado por los contrincantes para argumentar contra el candidato de la coalición Juntos Haremos Historia. Y la propuesta de López Obrador en el primer foro por la pacificación y la reconciliación nacional realizado en Ciudad Juárez, de convertir el perdón como un instrumento para el proceso de pacificación, ha despertado reclamos entre las víctimas de la violencia.
Lo que yo percibo es que, tanto en promotores como en detractores del perdón o de la amnistía, que es su versión jurídico-política, hay una imprecisión de ambos términos y, a su vez, hay una confusión del lugar preciso que ocuparía en un proceso de paz. Creo que ha sido un error poner en el centro de este proceso el perdón y la amnistía. También es un error colocarlos como punto de partida. Cierto es que el perdón es un componente del proceso de paz y reconciliación, con un valor preciso y una función particular al lado de otros componentes fundamentales, como son la memoria, la verdad y la justicia. Pero hay que definir el lugar justo que ocupa dentro de un proceso como el que México tiene que hacer, y el aporte que puede dar para que este proceso de paz sea exitoso.
De los foros que se están realizando en el país, como punto de partida para hacer el diseño del proceso de pacificación y reconciliación nacional, debiera esperarse que tanto el nuevo gobierno como la sociedad maduremos una visión integral del camino que tenemos que recorrer y de sus necesarias implicaciones. Hay un consenso generalizado en incluir en la caja de herramientas para la construcción de la paz, la memoria, la verdad y la justicia. En torno al perdón, suele haber prejuicios y sospechas. Sobre todo en cuanto a eficacia social y política. Y creo que se debe a ideas erróneas y a bloqueos ideológicos en torno al mismo. Sería oportuno el ir haciendo aclaraciones sobre el perdón aprovechando los foros y el proceso que sigue de él.
Hay que establecer una premisa para ir haciendo aclaraciones. Al perdón le preceden, lógica y cronológicamente, la memoria, la verdad y la justicia que, a mi parecer, son necesarias pero insuficientes. Por eso, es necesario el perdón para coronar los procesos de paz, por una sencilla razón: el perdón es una manifestación de amor o misericordia, que va más allá de la justicia. Supone la justicia y la trasciende. Y si es la coronación de un proceso de pacificación y reconciliación, quiere decir que supone la memoria, la verdad y la justicia.
El perdón requiere de una buena memoria, una clara memoria que aprenda del pasado para que la ofensa no se repita más. Algunas personas prefieren olvidar porque el recuerdo de los agravios les duele. Pero el olvido no resuelve nada ¿Y cómo beneficia el perdón a la memoria? Libera de la “memoria ingrata”, esa memoria impregnada de dolor para vivir en paz y deja enseñanzas para no permitir más agravios.
Quienes detentan el poder tienen un diabólico interés en apostar al olvido, en manipular la historia y en esconder los crímenes del pasado para mantener la impunidad y para desconocer los derechos de las víctimas. En cambio, recuperar la memoria de las víctimas del pasado ayuda a identificar a los responsables de los hechos y a precisar los daños y las pérdidas de seres humanos, de bienes valiosos significativos, tanto materiales como espirituales. Se requiere, pues, mantener viva la memoria, no olvidar, pero recordar de otra manera ese pasado, para que no vuelva a repetirse si generó daños a las personas o a los pueblos.
El perdón requiere y supone la verdad en cuanto que tiene que darse un reconocimiento honesto de que hubo agravios y daños horrendos que no pueden ocultarse ni disimularse. Por eso es indispensable que la verdad sea conocida de manera pública. De ahí, la necesidad de una gran Comisión de la Verdad que investigue los delitos y las violaciones a los derechos humanos de las víctimas en todo el país, como lo propone la Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción. Sin esta verdad no puede haber ni perdón ni reconciliación. La verdad descubre el pasado doloroso y pone condiciones para los procesos de paz. Por ello es preciso desentrañar la verdad de los hechos que causaron muchas víctimas en el pasado, pues es esa verdad la que nos libera de los muros de la sospecha, de la desconfianza y de los prejuicios. Abandonar o desconocer la verdad o sustituirla por una mentira nos condena a vivir siempre en condiciones de fracturación social y de incapacidad para construir el futuro. Con la verdad se identifica a los perpetradores de crímenes para definir las condiciones necesarias para la eventualidad del perdón o de la amnistía.
El perdón supone, en fin, la justicia, la reparación del daño y la garantía de que éste no se repetirá. Sin la justicia, el perdón es ficticio. Hacer justicia allana el camino hacia la reconciliación y la paz, cuando víctimas y victimarios pueden reconocerse como personas, como seres humanos, más allá de los deprimentes estigmas que los afectan de diferente manera. Y la justicia tiene la tarea de restaurar a las personas que han sido afectadas y a las que han causado los daños. Tiene que restaurar a las víctimas y tiene que restaurar a los victimarios.
No se trata de la justicia que sólo castiga, sino la que va más allá del castigo, y se orienta a la reconstrucción de quienes han cometido crímenes para que paguen por ellos y, al mismo tiempo para que se reconstruyan como personas y se reinserten en la sociedad. La justicia implica, fundamentalmente, la reconstrucción de las víctimas afectadas por un crimen o una acción violenta para que estén en condiciones de convertirse en constructoras de paz. Parece una tarea imposible. Pero hay diversas experiencias de resolución de conflictos y de construcción de la paz que dan cuenta de pueblos que han logrado condiciones de paz después de fatigosos esfuerzos en contextos de violencia. En fin, este es un gran desafío ante los miles de crímenes que estamos padeciendo porque la impunidad es un gran obstáculo para la paz.
El perdón, pues, libera de la espiral de la venganza y del rencor, desata del pasado y nos abre hacia el futuro y nos capacita para relaciones nuevas, sanas y creativas. El perdón nos pone en condiciones de buscar la reconciliación y de construir la paz. Esta lógica funciona, aunque de diferente manera en los ámbitos interpersonales y políticos, por lo que el perdón debe adaptarse a cada caso. En el ámbito político, el perdón se convierte en amnistía cundo se perdona el delito y la pena debida al delito, mientras que se convierte en indulto cuando sólo se perdona la pena merecida por un delito.
Hay que señalar que el perdón no se improvisa. Ni en su versión personal ni en su versión social o política. Tiene que prepararse con mucho esfuerzo hasta que sea fruto de una convicción o de una actitud amorosa a uno mismo, al prójimo y a la sociedad. Por esta razón, me parece que hay que ubicar el perdón en su justo sitio, donde se van coronando los esfuerzos de pacificación y de reconciliación. Par tanto, hay que comenzar por conocer la verdad, hay que hacer justicia con todas sus implicaciones propias. Y sólo después hay que determinar en cuáles condiciones conviene perdonar y en cuáles no. Hay que vigilar para que el perdón no oculte un modo de impunidad. ¡Cuántos políticos corruptos y cuantos empresarios de negocios turbios han sido perdonados de facto por el sistema de justicia!
Por tanto, sí al perdón. Pero un perdón selectivo. Delitos como el secuestro, la desaparición forzada, el asesinato, la trata de personas, la extorsión y el lavado de dinero no debieran ser perdonados. Sí al perdón, siempre y cuando vaya precedido de la verdad, de la memoria y de la justicia. Sí al perdón porque la violencia generada por la guerra contra el narcotráfico ha sido contraproducente y es incapaz de construir la paz en el país. Hay que buscar un camino no violento como el señalado anteriormente, que incluye la memoria, la verdad, la justicia y el perdón.