EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La política, complejidad de lo simple

Florencio Salazar

Abril 03, 2023

Por sus obras los reconoceréis. Sentencia bíblica.

El poder es transitorio, por eso el gobernante debe ser sencillo. Estas palabras, o algo muy parecido, dijo el secretario de Educación Pública Agustín Yáñez, en un discurso que le escuché en Ecatepec en 1969. El poder es transitorio, sobre todo en un régimen democrático, en el cual hay periodos precisos de gobierno. Aun en las monarquías los reyes lo detentan en tanto tienen su corta vida en la vida del mundo. Por supuesto, un minuto de dictadura puede parecer un siglo para un pueblo sometido, pero también los sátrapas terminan, y no siempre terminan bien, como Anastasio Somoza, Leónidas Trujillo, Sadam Hussein y Muamar Gadafi. La sencillez en el trato del gobernante es insuperable y a ella obliga un comportamiento republicano.
El gobernante es un político profesional. El ejercicio del poder público es de lo más complejo que se puede suponer. Para llegar a él no sólo hay que vencer una agotadora carrera de obstáculos; de igual forma debe adquirir fortaleza personal y capacidad de observación y comprensión. En la profesión política es indispensable la experiencia y el conocimiento; ambas condiciones deben correr juntas y enlazarse. La sola experiencia conducirá a un pragmatismo ciego que hará imposible advertir los problemas en conjunto, en sus alcances y profundidad. El conocimiento, las ideas, como ha dicho don Jesús Reyes Heroles, llevará quizá a las academias. Quien gobierne debe adquirir la capacidad de identificación inmediata de los problemas y la visión de lo que se propone hacer para tener un desempeño eficaz.
Los mejores deberán tener la oportunidad de incorporarse al equipo de gobierno. Los grandes rendimientos se obtienen con personas experimentadas y comprometidas. Precisamente porque el gobierno administra recursos públicos y su misión es aplicarlos para favorecer el bienestar de la sociedad, no se puede permitir formarse de amigos y compadres incompetentes. A los sobresalientes hay que aprovecharlos sin prejuicios. No hay que temer al talento ajeno. Si el equipo funciona bien sus miembros tendrán oportunidad de promoción y su jefe concentrará los resultados. Los buenos resultados son el principal haber de quienes integran buenos equipos de gobierno.
En los colaboradores hay que estimular la libertad para expresar sus ideas y opiniones, en forma comedida y en el lugar apropiado. Los colaboradores que chismorrean en los pasillos, divulgan acuerdos, distraen recursos y se vanaglorian de sus aportaciones, hay que echarlos sin miramientos. La indiscreción es una forma de deslealtad. Ese hilo delgado del que pende la confianza y la desconfianza puede confundirse; pero el jefe debe oír a sus colaboradores para hacer juicios, evitando tomar decisiones apresuradas. Las opiniones fundadas siempre serán útiles por molestas que sean o parezcan.
La lealtad de los colaboradores es un bien escaso. Entonces, ¿quién merece lealtad? ¿el cargo o la persona que jefatura el equipo? Hay que tener lealtad a las instituciones porque de ellas depende la vida ciudadana. Esa lealtad debe significar aplicarse en el cumplimiento de las responsabilidades, usar responsablemente los recursos asignados y servir a los fines del buen gobierno. Cuando el gobernante o jefe confunde la lealtad como adhesión hacia su persona propicia un equipo de cortesanos costosos e inútiles. Esas lealtades, con tal de no molestar al jefe, son los que dicen que todo está bien aun cuando el barco se dirija hacia un bloque de hielo.
La gratitud es aun más escasa que la lealtad. La gratitud es un sentimiento; la lealtad, una decisión de racionalidad. La mayoría de las atenciones que reciben los servidores públicos no son a las personas, son a los cargos. En el gobierno hay que propiciar la lealtad que cuestiona, señala y entrega resultados; la gratitud es una planta que crece sola. Los leales pueden ser muchos en tanto dure un cargo o se ejecute un proyecto. La gratitud es muestra de amistad. El político debe entender estas diferencias para no esperar imposibles y evitar la amargura.
El lenguaje es como la música: tiene sonidos y silencios. Pero también carácter, que se refleja en la forma, el estilo, de quien conduce la orquesta. Un político experimentado fácilmente identifica la verdad de la mentira, las buenas intenciones de la mala fe, la información de la intriga, el elogio del embaucador, la lealtad de la traición y la gratitud de la envidia. En no pocas ocasiones debe contemporizar con estas muestras de “afecto”. Incluso, debe tener la habilidad para sacarles provecho. No se debe descalificar ni mostrar menosprecio, eso convierte al hipócrita en enemigo. Hay hipócritas que no son enemigos –quieren provechos personales–, hay hipócritas que son enemigos y enemigos que no son hipócritas. Lo que importa es saber de qué pasta están hechos. Por ello, hay que saber cuando hablar, cuando callar y siempre observar.
La idea de la política es inabarcable. Como ciencia tiene leyes; como arte, la capacidad de inventar, improvisar, oler, adivinar. Los cargos no hacen a los políticos. La improvisación por desconocimiento ocasiona graves daños. Un político experimentado ha sufrido derrotas, ha tomado decisiones erróneas y se ha equivocado. Los porrazos hacen jinetes. Templar el carácter, aprender de todo y de todos hace posible tener claridad en el rumbo y reconocer las oportunidades. Es el resultado de años de constante trabajo político.
La naturaleza de la política es el conflicto y el acuerdo. El conflicto está en los genes del hombre; el acuerdo es el acto civilizatorio que evita la confrontación permanente. En la medida que se anula el conflicto el ser humano puede desarrollar todas sus capacidades creativas y productivas. Puede orientar su esfuerzo hacia el mejoramiento colectivo. Debe considerarse, sin embargo, que el gobierno democrático no es simple árbitro, pues compromete políticas sociales para evitar conflictos y, analizando circunstancias, se anticipa a ellos. El político demócrata está socialmente comprometido. No es deseable un Estado totalizador ni un mercado asfixiante.
En Política, Libro III, en diferentes partes del texto –por lo cual evito comillas– dice Aristóteles: el buen gobernante debe ser bueno y sensato, y el político ha de ser sensato. Y para ello hay una educación propia del gobernante. En el mando político el gobernante debe aprender siendo gobernado. Por eso se dice y con razón que no puede mandar quien no ha obedecido.
Así de simple es la complejidad de la política.